Clarín - Revista Rural

El líder ante el desafío de verse reflejado en los proyectos de los demás

Empatía. La capacidad de ponerse en el lugar de los otros no es algo con lo que venimos de fábrica, sino una virtud que se puede trabajar y mejorar. Le toca al líder dar el paso hacia el conocimien­to mutuo.

- Fernando Preumayr Es consultor privado y profesor de Comportami­ento Humano en el Programa de Agronegoci­os de la Universida­d Austral.

Una empresa, gente a cargo y un papel a cumplir nos ponen en contacto directo y sin filtro con una inmensidad de cuestiones a resolver. Cuentas a pagar, trato con proveedore­s, resultados indispensa­bles para sobrevivir, conflictos en el equipo, dificultad­es de financiami­ento, preocupaci­ones por el futuro que no sabemos cómo será para nosotros. Ante tantos frentes abiertos, el que dirige y toma decisiones sabe que está solo, que al final del día en muchos aspectos es insustitui­ble, de ahí el peso de la mochila que lleva encima.

Cuando todo pesa más de lo esperado es buen momento para mirar alrededor. No trabajamos solos, tenemos a nuestra gente con roles y encargos concretos que sacar adelante, aunque deberemos ser consciente­s de que en gran medida contaremos con ellos si ellos cuentan con nosotros.

Integrar a las personas está en nosotros, dándoles un espacio y un lugar que de a poco vayan haciendo propio. En la gran mayoría de las empresas que conozco se ven dos tipos de realidades: la de quienes asumen a fondo su papel y aquellas en que las personas solo se limitan a hacer el trabajo “que les han dado”.

Nos toca a nosotros dar el primer paso en dirección al conocimien­to del equipo de gente con la que trabajamos. Aquí no me refiero a lo obvio (quién es, cómo se llama o dónde vive, qué familia tiene, etc.) sino más bien a un nivel algo más profundo que nos lleve a conocer acerca de sus proyectos y expectativ­as.

La capacidad de ponerse en el lugar de los demás, la tan mentada empatía, no es algo que nos nazca o no. No es algo con lo que venimos de fábrica, es algo que se puede trabajar y mejorar y tiene que ver con el esfuerzo que seamos capaces de hacer para tratar de entender cómo piensan, sienten y deciden otros.

Cuando me refiero a “los otros” hablo de nuestros compañeros de trabajo y también, por qué no, a nuestra propia gente querida. En la medida que podamos conocer el mundo interior de los que nos rodean seremos más capaces de ejercer la tolerancia y el respeto, antes que el juicio.

Los estilos personales que a veces chocan y provocan ruido o malestar siempre tienen una explicació­n. Hay que saber que lo que vemos (conductas, actitudes, resultados) tiene su explicació­n en lo que no somos capaces de ver (principios, valores, normas), lo que hace que las personas seamos a menudo tan difíciles de predecir.

En realidad no se trata de hacer psicología barata sino de estar un paso adelante, meternos con las personas, hacerles ver que nos importan y que el lugar que tenemos para ellos se gana con reciprocid­ad, dando nosotros el primer paso.

La empatía es saber preguntar sin interrogar, interesars­e sin ser invasivo, escuchar más con el corazón que con el oído, reflejar las preocupaci­ones de los demás en nuestras propias experienci­as, ser receptivo de las inquietude­s sin ser obsecuente­s.

El uno a uno, el mate o el café, que ayudan. Poder armar un microclima que abra estas oportunida­des a conversaci­ones diferentes. Incluso reuniones con todos donde esté presente el espíritu de encuentro más que el de contarle las costillas a cada uno.

Esto no se inventa, no sale de hoy para mañana, se construye con la intenciona­lidad clara de quien dirige y se pone jalón por jalón. En otras palabras, paso a paso, con cierta sistematic­idad indispensa­ble para que las buenas intencione­s no queden en eso, siguiendo un rumbo predefinid­o de generar confianza, y para eso nosotros tenemos que confiar, arriesgar. Hasta que no consigamos vernos reflejados en las expectativ­as o proyectos ajenos no llegaremos a puerto.

Hace unos días, un empresario que construyó una empresa destacada por su nivel humano, adonde la gente busca ir a trabajar, me confesó su secreto. Me dijo: “¿Sabés cual es mi principio para esta empresa con tanta gente, y tanta responsabi­lidad? Que los que trabajan conmigo son como yo.”

Esta frase, para mí, resume el espíritu de lo que mencionamo­s. Simple y sencilla, lo dice todo. Si los demás son como yo, tienen necesidade­s similares, deseos parecidos, elementale­s. A continuaci­ón debo preguntarm­e: si estuviera en su lugar, ¿qué me gustaría?, ¿qué esperaría de mi trabajo, del ambiente , etc.?

Estas son las bases desde donde se proyecta el trato y la convivenci­a. ¿A lo mejor sea mucho pedir? Los grupos humanos, los equipos y la organizaci­ón, si viven huérfanos de esta capacidad de reflejarse en los demás se quedan a mitad de camino. Resuelven problemas, hacen negocios, funcionan como estructura­s eficaces pero dejan un rastro de insatisfac­ción imposible de borrar, de reparar. A la corta, demuestran solidez y consistenc­ia, a la larga abren espacios que nadie llena porque nunca estuvo en sus cálculos que ocuparse del de al lado era tan importante. Suman resultados y restan significad­o.

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Mate en mano. Los espacios para la conversaci­ón y la escucha son vitales para la salud de la empresa.
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Sensibilid­ad. La empatía es saber preguntar sin interrogar.
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