“La vitivinicultura atraviesa su peor momento desde la convertibilidad”
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¿Cómo definiría el momento que atraviesa hoy la producción vitivinícola argentina? Es el más complicado desde 1998, cuando en medio de la convertibilidad había un gran sobre stock. ¿Hay antecedentes históricos de una coyuntura así? No hay todavía una expulsión masiva de productores, como hubo por ejemplo en la década del 70, pero de la última década esta es, sin dudas, la crisis más importante. ¿Cuáles son los datos que reflejan esa crisis? Hasta el 2010, por ejemplo, la producción vitivinícola exportaba por 1.400 millones de dólares. El año pasado cerró en unos 700 millones de dólares. Para este año, si las cosas no cambian, esa cifra caerá a 600 millones o menos. Uno de los problemas de esta realidad es que va a ser muy difícil recuperar mercados cuando la situación cambie, porque se había hecho un muy buen trabajo en ese sentido a partir del plan estratégico vitivinícola que se elaboró en el año 2.000. ¿Qué elementos preveía ese plan? Era central en él darle un fuerte impulso a la exportación. De esa manera, la Argentina pasó de tener
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1% de participación en el mercado mundial a casi 5%, muy cerca del nivel de Chile. Otro elemento clave del plan era que equilibraba la oferta y la demanda, cosa que ahora no sucede y está en el centro de los problemas que tenemos. ¿Por qué se quebró ese equilibrio? Un motivo importante es que los vinos argentinos son cada vez menos competitivos en el mercado internacional, porque son cada vez más caros en dólares, porque el valor del dólar está quieto y los costos de producción aumentan fuerte en pesos, por la inflación, lo cual es como decir que crecen también en dólares. Pero los precios internacionales no aumentan en la misma proporción, con lo cual nos quedamos fuera del mercado. ¿Y el consumo interno cómo está? Se revirtió la caída en el consumo de vino. En 2012, los argentinos estábamos consumiendo un promedio de 23 litros por habitante y por año. Pero en los años 70 consumíamos 88 litros. Esta caída es un fenómeno mundial: cada vez se consume menos en la mesa familiar y se traslada a un consumo más sofisticado. De todas formas, aquí consumimos más que España, por
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ejemplo, que está en 15 litros por habitante y por año. ¿Y cómo se compensó toda esa caída en el consumo? Hay un destino central para la uva que es el mosto, y además se logró un acuerdo en su momento entre Mendoza y San Juan, las dos principales provincias productoras, para intentar equilibrar la oferta y la demanda. El mosto se utiliza como insumo para edulcorar bebidas y se exporta básicamente a EE.UU., pero compite para ese uso con el juego de manzana que producen los chinos. Y el problema es que, aunque Argentina es el primer exportador mundial de mosto, su porcentaje del mercado global es bajo y no le alcanza para fijar precios. Todo eso impactó en el precio al productor, ¿no? Exacto. Los precios están estancados. Además, se suma la recesión de la economía. Y, así, la crisis abarca a toda la industria: a los productores que hacen uva de mesa y a los de uvas especiales, como malbec o carbernet. El vino argentino hoy es más caro que el de Chile, Australia y España y, así, está claro que no podemos competir.
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