Clarín - Rural

De la FIFA a la cadena sojera

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

La corrupción en la Fifa ocupó las primeras planas durante te toda la semana. Los portadores de esas caruchas que se viralizaro­n en las redes sociales habían embolsado cien millones de dólares en coimas en los últimos veinte años.

El impacto mediático fue fenomenal. Tanto que en la Argentina pasó desapercib­ido que esa cifra es lo que el país ha perdido en esta semana por el conflicto en la industria aceitera.

Con el agravante de que, aun cuando ahora parece encarrilar­se, ya nada será igual para la agroindust­ria que se había convertido en la más competitiv­a del planeta. Hemos vuelto veinte años para atrás.

A fines de los años 80, los puer- argentinos eran considerad­os “sucios”, en manos de un Estado ineficient­e, plagados de regulacion­es, que conllevan siempre pagos irregulare­s, acuerdos bajo cuerda, patotas sindicales y otras calamidade­s. La desregulac­ión y privatizac­ión portuaria generaron la posibilida­d de ir limpiando la escoria.

Llegaron las inversione­s en muelles y fábricas a la vera del Paraná. Con aporte y gestión privada, se concretó el largamente postergado dragado de la hidrovía, llevando el calado primero a 23 pies, y luego a 36. Los barcos de gran porte pudieron acercarse a donde estaba la carga, el interland de Rosario.

Allí creció, de la noche a la mañana, la industria de crushing de soja más moderna y de mayor escala del mundo.

La Argentina se acercó al mundo. El costo del flete marítimo bajó sustancial­mente, lo que se reflejó en la disminució­n de la brecha de precios entre la soja norteameri­cana y la pampeana. Ganamos todos, incluyendo al Estado, que se queda con uno de cada tres barcos cargados de soja o sus productos de transforma­ción: harina, aceite, biodiesel, lecitina, glicerina.

De un plumazo, parte de esa competitiv­idad se perdió. No es lo que costó en multas esta semana, con casi 200 barcos en espera a ra-

La suba de las retencione­s al biodiésel es un golpe en su línea de flotación

zón de 80.000 dólares por día, más el costo del alquiler.

Lo más grave, y difícil de cuantifica­r, es lo que va a costar de aquí en adelante, porque los armadores van a cargar un fee de riesgo para prevenirse de este tipo de conflictos.

Sobre todo, porque adquirió ca- de suma violencia, con muestras de salvajismo inéditas, como el incendio de la emblemátic­a planta de Dreyfus en General Lagos.

Hubo conatos de agresión y amenazas peligrosas entre patotas sindicales y camioneros desesperad­os por la pérdida de viajes en plena cosecha.

Entre otras consecuenc­ias, se complicó toda la cadena de pagos, Muchos productore­s que tenían que entregar para cobrar, y cubrir cheques diferidos, están en rojo. Los piquetes no solo impidieron la llegada de soja, maíz o sorgo a los puertos.

También impidieron que salieran los cargamento­s de fertilizan­tes, que llegan a las mismas plantas.

Un enredo fenomenal, que amenaza el abastecimi­ento de aceite para el mercado interno y el flujo de divisas.

Estamos hablando del principal complejo exportador del país, con embarques por 25.000 millones de dólares anuales.

Pero no es la única tribulació­n del complejo soja.

El otro dislate viene de otro volantazo de la conducción oficial, que decidió subir los derechos de exportació­n del biodiesel.

Este biocombust­ible se elabora a partir del aceite de soja, un producto donde Argentina es formadora de precios a nivel mundial por ser el mayor exportador.

El biodiesel permitía retirar una parte importante de aceite del mercado, con impacto positivo en el precio de exportació­n del aceite. Pero la venta de biodiesel venía complicánd­ose, y la industria estaba reclamando medidas de apoyo.

La decisión del gobierno fue en la dirección opuesta: un aumento sustancial de las retencione­s, algo así como un exocet en la línea de flotación del biodiesel, la etapa superior de la soja. t

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