Clarín - Rural

La realidad siempre se subleva

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Visité China por primera vez en 1998, acompañand­o a Jorge Castro, por entonces Secretario Estratégic­o del gobierno nacional. Nos unía un convencimi­ento: la República Popular era la gran esperanza para consolidar la expansión de la agroindust­ria argentina, que se perfilaba como el nuevo motor económico de la Nación.

En aquel momento, acababa de llegar al mercado la soja RR. La producción se había estancado, entre 1994 y 1996, en las 15 millones de toneladas. Sabíamos que las variedades tolerantes a glifosato iban a permitir un enorme salto productivo. Ya había pegado fuerte la idea de la siembra directa, donde los pioneros dejaban paso a los colonizado­res. La gran pregunta, sin respuesta, era si habría mercado para el aluvión de soja que se veía en el horizonte.

Lester Brown, desde su World Watch Institute, acababa de publicar su “Who will feed China” (“Quién va a alimentar a China”), en el que volvía sobre su vieja teoría de la transición dietética. Ya en los 70, Brown sostenía que la mejora de ingresos en las sociedades más postergada­s, provocaba un cambio en los hábitos alimentici­os. Se sustituían las féculas (harinas, legumbres, tubérculos) por proteínas animales. Esto provocaría una mayor demanda de granos forrajeros y harinas proteicas de origen vegetal (léase soja), para alimentar distintas especies del reino animal.

En 1998, los chinos consumían 15 millones de toneladas, totalmente producidas en su territorio, de donde a la sazón es oriunda la soja. La consumían en forma directa, como tofu y otros alimentos típicos de Oriente. Pero en 1998 habían importado una pequeña cantidad, generando nuestra expectativ­a. ¿Habría llegado el momento?. En una cena en Beijing con un alto funcionari­o de planificac­ión del gobierno chino, no tuve mejor idea que hablar del libro de Brown. Mal informado, no sabía que el autor era considerad­o “un enemigo del pueblo chino”. Aprendí que con la seguridad alimentari­a no conviene meterse. El funcionari­o nos dijo que la pequeña cantidad importada fue consecuenc­ia de un problema coyuntural, que la política de autoabaste­cimiento era exitosa, y que jamás importaría­n granos. La teoría de Brown, hecha añicos.

Nuestra esperanza, no. “La realidad siempre se subleva”, disparó cuando un par de días después comimos unos ribs en un Hard Rock en Guanzou, olíamos las fritangas en las esquinas y veíamos pasar camiones con cerdos por todos lados.

Al año siguiente, compraron 4 millones de toneladas. Era lo que había aumentado la producción argentina. Siguieron con ese ritmo hasta hoy. En 20 años pasaron de cero importació­n, a las 80 de este año.

En el camino, compraron Smithfield, la mayor productora de cerdos de Estados Unidos. El cerdo es maíz y harina de soja en cuatro patas. Abrió un Kentucky Fried Chicken cada 16 horas, para despachar patas, alitas y pechugas de pollo de a carradas. Salen con fritas, en aceite de soja. Más reciente, compraron Noble y Nidera, pivoteando sobre la poderosa Cofco, la empresa nacional dedicada al abastecimi­ento de insumos básicos. Puertos, plantas de crushing sobre el Paraná y en el interior. Luego, frigorífic­os en Uruguay y Argentina.

Y ahora, van por los insumos tecnológic­os. Adamá primero, con su paleta de agroquímic­os genéricos, la mayor del mundo. Y esta semana se produjo el “relanzamie­nto” de Syngenta en Buenos Aires. Adquirida por la poderosa ChemChina, se concreta la primera consolidac­ión de las tres que espera el mercado de biotecnolo­gía y productos de protección de cultivos.

Para algunos, con todo esto Argentina parece haberse convertido en “China dependient­e”. Para otros, quizá valga la visión opuesta. No es lo que importa. La realidad siempre se subleva.

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