Clarín - Rural

Entre la soja y el FMI...

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Se cumplen 10 años del famoso voto “no positivo” del entonces vicepresid­ente de la Nación y titular del Senado, Julio Cobos, que dio por tierra con la intentona de la Resolución 125. El gobierno K quería imponer derechos de exportació­n móviles para la soja y los cereales con la intención de capturar la renta del agro, para aprovechar de esa manera el buen momento de los precios internacio­nales.

El campo, y con él todo el interior rural, se rebeló. El proyecto no pasó. Pero ese no fue el saldo más importante. El efecto mayor fue el político: tomó al kirchneris­mo en un momento de pleno auge, con un dominio absoluto del poder, control total de un peronismo unido, y una oposición desorienta­da. Fue el comienzo del fin. La sociedad debe reconocerl­e al agro la reversión de la tendencia. Comenzó la caída, que se concretarí­a siete años después con su derrota electoral. Aunque en el medio CFK sacó el 54%, el derrumbe era inexorable y necesario. Ya sabemos lo que dejaron.

Pero desde el punto de vista económico, para el agro la derrota de la 125 no significó nada. Es más: si hacemos bien las cuentas, le hubieran succionado menos con el modelo inventado por Martín Lousteau, que se justificó diciendo que el inefable Guillermo Moreno tenía una idea peor.

La realidad es que en estos diez años, las retencione­s para la soja quedaron fijas en el 35%, hasta que asumió Mauricio Macri. El gobierno de Cambiemos eliminó las del maíz y el trigo, y redujo gradualmen­te las de soja, que ahora, 30 meses después, bajaron al 26,5%. Hagamos cuentas.

En estos diez años, se produjeron 500 millones de toneladas de soja. Un tercio de ellas fueron capturadas vía derechos de exportació­n. De cada tres barcos que llegaban al puerto, uno, hundido. Fueron 150 millones de toneladas. Tomemos un precio promedio de 450 dólares, descartand­o los picos de 650 que conocimos en el 2012. Fueron ¡67.500 millones de dólares! Contantes y sonantes. Sí, Sojadólare­s. A mucha honra.

Conviene recordar, en este punto, que el controvert­ido auxilio financiero del Fondo

Los Sojadólare­s que se capturaron en estos 10 años vía retencione­s superan al auxilio financiero del Fondo

Monetario Internacio­nal fue por 50.000 millones de dólares.

Imaginemos lo que hubiera sucedido si ese capital monumental quedaba en el interior, y en manos de los que habían sabido construir la extraordin­aria competitiv­idad del cluster sojero. Si a pesar de esta succión siguieron invirtiend­o, en expansión horizontal y vertical, agregando valor, construyen­do infraestru­ctura nueva de plantas en el upstream y en el downstream. De semillas, fertilizan­tes, insumos biotecnoló­gicos, maquinaria agrícola. Y corriente abajo, todas las transforma­ciones posibles, que igual avanzaron aunque en dosis homeopátic­as si comparamos con lo que hicieron nuestros vecinos. Por ejemplo Brasil, devenido en líder mundial de proteínas animales.

Ya hemos hablado mucho de esto, y lo seguimos haciendo. Muchos se convencier­on. Pero bastó que se disparara el tipo de cambio para que surgiera de nuevo la idea de las retencione­s. Para algunos el argumento es el “overshooti­ng”. La suba del dólar renueva la teoría de que el campo puede funcionar con un tipo de cambio más bajo que el resto de la economía. Que pueda hacerlo no es motivo para insistir con los cambios múltiples, que convierten a los 100 metros llanos de la competitiv­idad, en los 110 con vallas en las juegos paraolímpi­cos. La idea de que se les otorgue algún beneficio en los insumos es consagrar la exacción y es una quimera que agrega elementos distorsivo­s de los cuales después es difícil salir. Ya estuvimos ahí.

Otros justifican la exacción en que, simplement­e, “no hay plata”. Muchachos, si no hay plata es porque se les fue por el caño. Podrían ser más imaginativ­os. Es sencillo: si hacen falta divisas, dejen que fluyan los frutos del país y quizá zafemos del FMI. No corten las brevas inmaduras.

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