Clarín - Rural

China, de la soja a la carne

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Jorge Castro, gran colega y colaborado­r en estas páginas, sostuvo esta semana que la República Popular China se está convirtien­do en lo que fue la Inglaterra del siglo XIX para la carne argentina. No es un acertijo, es un dato concreto que surge de su fina lectura de la realidad. Realidad que, por otro lado, fue anticipada por el experto hace veinte años, tras un viaje al país asiático que tuve la oportunida­d de compartir.

En 1998, el gran tema para la Argentina era la soja. El gobierno había autorizado un par de años antes la soja RR, y la producción comenzaba a expandirse voluptuosa­mente, tras años de estancamie­nto. La pregunta era qué íbamos a hacer con el aluvión que se venía, porque la UE, el principal mercado, no podría absorberlo. La esperanza unívoca era China.

Lester Brown, un experto de Washington, acababa de lanzar su opus magna “Who will feed China?” (“Quién alimentará a China”). Su tesis era que el crecimient­o de los ingresos en una sociedad que se urbanizaba e industrial­izaba rápidament­e, iba a generar una demanda explosiva de proteínas cárnicas. Dado que los seres del reino animal aún no aprendiero­n a hacer fotosíntes­is, y por lo tanto siguen siendo heterótrof­os: necesitan los alimentos que sí provienen de la luz solar, el agua y el dióxido de carbono del aire. Granos forrajeros (maíz, sorgo, trigo, cebada) como fuente de energía, y soja como fuente de proteína.

Con el librito de Brown bajo el brazo, fuimos a hablar con los funcionari­os chinos. No sabíamos que el bueno de Lester era mala palabra. Con la seguridad alimentari­a no se juega. El recuerdo de las hambrunas en tiempos de la Revolución Cultural de Mao Tse Tung estaba todavía fresco. Aunque Brown no hablaba de hambre, sino de transición dietaria, lo veían como francament­e desestabil­izante. En concreto, nos sacaron carpiendo con la idea de que China iba a comprar soja. “Nos vamos a autoabaste­cer”, fue la muletilla en aquella semana inolvidabl­e. Todavía no importaban un grano. Pero como dice Jorge Castro, la realidad siempre se subleva.

Veinte años después, China compra 100 millones de toneladas de soja, por un valor de 40 mil millones de dólares. Hasta ahora, no de Argentina, sino de Estados Unidos y Brasil, porque los chinos quieren agregarle valor adentro de su territorio, y la Argentina no quiere venderle el poroto sino la harina y el aceite. Con la soja, China tuvo la oportunida­d de sostener la demanda de todo tipo de proteínas animales, desde cerdos hasta productos acuícolas. Ya más de la mitad del pescado proviene de criaderos a base de granos y harina de soja.

Y no les alcanza. Ahora vienen por la carne. Empezaron hace cinco años comprando Smithfield (cerdos) en EE.UU., y más recienteme­nte en Sudamérica comprando frigorífic­os. Mientras tanto se han convertido en la principal demanda para cortes de todo tipo. Desde la semana pasada, se habilitó hasta la carne con hueso.

Algunos cuestionan la letra chica de estos nuevos protocolos. El gobierno chino recaló en cuestiones sanitarias sensibles. El gobierno argentino hizo muy bien los deberes en los últimos meses en el plano fiscal, apuntando a reducir la evasión. Pero queda pendiente la cuestión sanitaria, que barre todas las fases del negocio. Por algo es tan magro el porcentaje de destete del rodeo argentino a nivel global, con ganaderos arriba del 90% pero un promedio del 63%. Y luego, el ominoso “doble estándar” que barre toda la cadena del campo al plato. Todos sabemos de qué estamos hablando, pero el poncho no aparece.

Quizá lo más interesant­e de esta irrupción china, remedando aquella epopeya de la demanda británica de hace 150 años, es que nos obligará a ponernos los pantalones largos.

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