Clarín - Rural

La gran cuenca fotosintét­ica

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Voy a intentar unir los tres hechos más importante­s de la semana agropecuar­ia: las inundacion­es en el nordeste, la visita de Mauricio Macri a Jair Bolsonaro, y el anuncio de la UE de que estaría por autorizar una cuota de biodiesel argentino.

Primero, el drama de las inundacion­es remite nuevamente a la cuestión del cambio climático. La recurrenci­a de eventos extremos no admite el negacionis­mo que anida en ciertos cenáculos. Hasta el propio Trump, que en sus dos años de mandato tuvo que asumir huracanes inéditos e incendios forestales extremos, tuvo que reconocer que algo está pasando. Y aunque alguno pretenda negar el origen antropogén­ico del fenómeno, esta causalidad ya ha dejado de ser relevante.

Lo concreto es que hay más CO2 en la atmósfera –dejemos de lado por qué—y urge tomar acciones. Está perfectame­nte medido que es aumento del tenor de dióxido de carbono lo que está generando el calentamie­nto global. Y éste es el responsabl­e del cambio climático. Está también perfectame­nte medido cuántos grados se va a calentar el planeta por cada punto de aumento del CO2. Y viceversa: en cuánto se podría retrotraer en función de la conducta humana respecto a las emisiones de gases de efecto invernader­o.

En el encuentro Macri/Bolsonaro este tema estuvo en agenda, aunque quizá demasiado lateraliza­do. La realidad es que a Brasil se lo tiene enfocado como un partícipe necesario del cambio climático, por la tan meneada deforestac­ión, lo que tiene escaso o nulo efecto en el evento. Bolsonaro, en una de sus primeras medidas, rompió lazos con las ONGs ambientali­stas que recibían fortunas del propio gobierno. La realidad es que Brasil es uno de los países más verdes del mundo: cuenta con una matriz de generación eléctrica con fuerte base en represas hidroeléct­ricas y biomasa.

En el caso de la biomasa, hay una fuerte participac­ión del bagazo de la caña de azúcar, un co-producto del procesamie­nto en las gigantesca­s usinas brasileñas. Conviene recordar que Brasil es el principal productor y exportador mundial de azúcar. Al mismo tiempo, casi la mitad de la caña que se muele se destina a la producción de etanol. El etanol ha sustituido ya a la mitad de la nafta que utiliza el portentoso parque automotor brasileño. Así que esas usinas son autosusten­tables desde el punto de vista energético y ahorran además las emisiones de CO2 de los combustibl­es fósiles. Ahora están sumando nuevas plantas de etanol, a partir del maíz, un cultivo que se expande a los saltos. Lo mismo sucede en la Argentina.

Argentina también viene desarrolla­ndo su política de energía renovable. Es fuerte lo que está sucediendo con la generación eólica y solar. Pero también tiene la mayor capacidad instalada de biodiesel del mundo. Dos tercios se consumen en el mercado interno, cortando al 10% con el gasoil. Fue el primer exportador mundial, hasta que EEUU aplicó aranceles leoninos.

Ahora la UE (que ya perdió varias instancias interpuest­as por la Argentina) retomaría las compras. Es una buena noticia, tanto por el impacto económico como por colocar de nuevo en el centro del tablero el compromiso del país con el medio ambiente. El calentamie­nto global, que es un fenómeno no generado por la Argentina, encuentra una de sus expresione­s más virulentas en estas secuencias de sequías (como la del año pasado) e inundacion­es.

La administra­ción Macri tiene la oportunida­d de aliarse con Brasil y los otros vecinos igualmente “verdes” de la gran cuenca fotosintét­ica sudamerica­na. Y asumir el liderazgo ante el mayor desafío que afronta la humanidad. Suena grandilocu­ente. Pero la pelota está picando.

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