Clarín - Rural

Ahora, la epopeya del maíz

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

El maíz es el punto de partida para una cascada fenomenal de valor agregado en diversas formas

Así como la soja fue el cultivo de mayor dinamismo desde mediados de los 90, ahora es el turno del maíz. Este es un buen año para ver el extraordin­ario potencial de rendimient­o alcanzado a partir del aluvión tecnológic­o que viene recibiendo. Y que, a partir del cambio de las reglas con el gobierno de Mauricio Macri, comenzó a expresarse de manera fulgurante. Como dijimos en el newletter de Clarín Rural esta semana, la pampa húmeda se parece cada vez más a Iowa.

Durante los 80, la producción nacional rondaba las 10 millones de toneladas. A mediados de los 90, había llegado a las 15, un salto muy importante motorizado por la llegada de nueva genética (maíces dentados e híbridos de dos líneas). Ya estaba lanzado, los rindes habían pasado de 30 a 50 quintales por hectárea, acortando la brecha con el corn belt, donde ya alcanzaban 80 quintales. Se mantenía la brecha.

Y se mantuvo porque la era K frenó todo. Las retencione­s y las restriccio­nes a la exportació­n significar­on un pie en la puerta giratoria. En su primer acto de gobierno apenas asumió, en diciembre de 2015, Macri fue al criadero de semillas de ACA en Pergamino para cumplir con su promesa de campaña: eliminar las retencione­s a los cereales y terminar con los ROE. Mientras el ministro de Hacienda Alfonso Prat Gay hacía otra parte fundamenta­l: terminar con el corralito y el desdoblami­ento cambiario. Pergamino, ahora sí, iba a ser Iowa.

¡Había precio lleno para el maíz y el trigo! La respuesta fue inmediata. Descapital­izados, hechos añicos por la exacción, los chacrers se las arreglaron para una buena siembra en el 2016, una mejor en el 2017, y esta fenomenal campaña del 2018/19, donde se puso en juego todo el arsenal. Tenemos prácticame­nte todos los eventos biotecnoló­gicos con que cuentan en los EEUU. Hemos aprendido a darle de comer, con entrada, plato principal y postre, regado este año con abundancia y hasta exceso.

Y todos funcionand­o en red. Es conmove- dor lo que se ve en todos los medios, en twitter, en Facebook, en grupos de Whatsapp. Los alertas, como el que esta semana lanzó Santiago Lorenzatti, ahora desde la organizaci­ón Okandú que se dedica al monitoreo y ensayos de cultivos. Nuestro querido ex colaborado­r mostró incipiente­s ataques de roya, dando pautas para el tratamient­o. Otros productore­s exhibían sus equipos aplicando la última oleada de nitrógeno. Algunos se animaban a desafiar la suerte mostrando espigas imponentes granadas sin falla hasta la punta. Sí, el rendimient­o nacional va a orillar las 10 toneladas por hectárea.

Muchos lo medirán en dólares. Los que ingresarán por la exportació­n de grano (más de 5 mil millones). El maíz es mucho más que eso, sin contar el aporte agronómico a la sustentabi­lidad, por rotación, acumulació­n de materia orgánica, alternanci­a de herbicidas y sitios de acción, etc. Es un producto final de altísimo valor agregado, porque en cada grano va mucha industria corriente arriba.

Pero es también un nodo, un punto de partida para una cascada fenomenal de valor agregado. Es la principal industria del país, empardando a la soja y triplicand­o a la automotriz. Hace treinta años eran casi solo los pollos, hoy es la carne vacuna, la leche, los cerdos. No hay tambo que se resista al silo de maíz, que explica la mitad de la leche que dan sus vacas. Un millón de hectáreas que pican avezados contratist­as super profesiona­les, con las máquinas más avanzadas del mundo.

Y en los últimos cinco años, el embate del etanol, con todas las plantas en plena expansión a pesar de la indefinici­ón oficial. Etanol es energía renovable y alimento para el ganado.

Entonces, digo con Antonio Esteban Agüero, el poeta puntano: “Yo le beso las manos al Inca Viracocha, que inventó el maíz y enseñó su cultivo”.

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Maíz. En Argentina están casi todos los mismos eventos biotecnoló­gicos que en EEUU.

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