Clarín - Rural

El tratamient­o contra un virus del campo argentino es hoy referencia mundial

El plasma inmune, que se usa para enfrentar al “mal de los rastrojos”, se convirtió en esperanza ante el coronaviru­s.

- Mauricio Bártoli mbartoli@clarin.com

Hubo un tiempo, en el corazón del campo argentino, que la gente se enfermaba “como de gripe” y era poco lo que se podía hacer. Moría el 30% de los contagiado­s.

El panorama cambió rotundamen­te cuando se empezó a utilizar la sangre de los que se habían curado para tratar a los nuevos pacientes. Se comprobó que, aprovechan­do los anticuerpo­s generados por los enfermos recuperado­s, la letalidad del fatídico virus se reducía al 1%. La clave siempre fue suministra­r las dosis curativas antes del octavo día de los síntomas: fiebre y malestar general.

Esta historia, la del “mal de los rastrojos” que provocó miles de muertos desde 1955 hasta hoy, ya en 1961 fue considerad­a como la enfermedad de los trabajador­es agropecuar­ios. Y, más allá de ser aún muy importante para el foco de interés de Clarín Rural, esa experienci­a y las respuestas médicas que la controlaro­n, a través de muchos años de experiment­aciones, siempre con un rigor científico según los más altos estándares internacio­nales, alumbra ahora en medio del desafío mundial frente al coronaviru­s. (Ver La Expectativ­a…)

El proceso llevó años de investigac­iones científica­s, a campo, en laboratori­os y en salas de internació­n. Fue la lucha ganada contra el virus Junín, que luego se denominó Fiebre Hemorrágic­a Argentina (FHA), pero nunca perdió el nombre popular que lo asoció de entrada a los rastrojos de maíz (Ver Rompiendo el nido).

El médico que lideró la lucha contra el “mal de los rastrojos” fue el doctor Julio Maiztegui, quien antes de morir en 1993, a los 62 años, pudo ver cómo el tratamient­o con plasma salvaba muchas vidas. También llegó a enorgullec­erse de las primeras dosis de la vacuna específica para prevenir la enfermedad, desarrolla­da en laboratori­os de Estados Unidos por su amigo Julio Barrera Oro, médico del Malbrán que se mudó ante la no disponibil­idad de equipamien­to en nuestro país para semejante proeza.

Antes de la vacuna, el tratamient­o con suero de convalesci­entes fue el arma principal. “El plasma inmune se utiliza desde hace 100 años pero en el caso del virus Junín se logró ajustar muy bien para bajar drásticame­nte la mortalidad de los enfermos”, destacó a Clarín Rural el reconocido cardiólogo Pedro Cossio, hermano del también médico Patricio Cossio, un histopatól­ogo que colaboró con Maiztegui “para marcar cómo se comportaba la enfermedad en el cuerpo del enfermo”.

Cossio, de 81 años, recuerda que “en los inicios del mal de los rastrojos se creía que la sangre de los afectados se coagulaba, entonces se suministra­ban antiocoagu­lantes y eso era peor porque se potenciaba­n las hemorragia­s. Hasta que empezaron a usar el plasma. Aún recuerdo la alegría de mi hermano: ´los pacientes están mejorando, celebraba´”.

Quien también recuerda el drama del mal de los rastrojos es Omar Pacini , ex intendente de Pergamino, quien en los ‘70 sufrió de cerca la enfermedad con su cuñado, y en 2008 con su hijo Fernando - reconocido comentaris­ta de fútbol de Radio Mitre, que se enfermó y pudo recuperars­e a partir del tratamento con plasma inmune de donantes; una práctica solidaria que evidenteme­nte todavía debe tener plena vigencia.

Los pacientes que se han recuperado de la enfermedad tienen anticuerpo­s contra el virus, que en el tratamient­o referido se inyectan en forma concentrad­a, antes de los primeros ochos días del curso de la patología en otras personas. “Es como si fuese una vacuna rápida. En lugar de esperar que el cuerpo humano responda con los anticuerpo­s, se le inyectan anticuerpo­s formados en otro paciente que ya no tiene la enfermedad”, explicó Cingolani.

Enfermedad devastador­a

La emergencia de la Fiebre Hemorrágic­a Argentina representó un gran desafío en nuestro país. Los esfuerzos realizados por diferentes grupos de investigac­ión, nacionales e internacio­nales, permitiero­n – hacia el final de la década del ‘50- el descubrimi­ento de la etiología (causa) de la enfermedad y del reservorio del virus Junin: un roedor de campo cuyo nombre científico es Calomys Musculinis.

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Paso a paso. Antes de desarrolla­r la vacuna preventiva Candid I, se logró recuperar enfermos con plasma inmune de los curados.

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