Clarín - Rural

Sello ambiental, marca país

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

El negacionis­mo de Donald Trump respecto a la cuestión candente del cambio climático le dio aire a los defensores del paradigma del siglo pasado, cuando la humanidad creció sobre la base de la explotació­n de recursos no renovables. Por un lado, fue tomando cuerpo la idea de que ello no era sustentabl­e. Como dijo una vez Charly García, “todo tiene un límite” (fue cuando el Potro Rodrigo le propuso hacer un tema juntos).

En esta saga se inscribe la cuestión de la energía fósil. En los años 70, creció la conciencia acerca de que el petróleo era un recurso finito. Y cuando se produjo la crisis de la OPEP, se sumó otro temor: no solo parecía que se terminaba, sino que lo tenía el enemigo. Que se hacía fuerte al advertir que todo funcionaba con petróleo. Los precios se dispararon y Occidente tembló.

Como respuesta, económica y política, se generó un enorme interés en encontrar fórmulas para salir de la encerrona. Por un lado, los altos precios estimularo­n la búsqueda de nuevos yacimiento­s. En los océanos, en Alaska, en el Ártico. Apareciero­n nuevas tecnología­s, rascando el fondo de la olla.

Pero al mismo tiempo, fue creciendo la idea de que antes de que se acabe el petróleo, se acaba el aire. El alto precio de la energía, vinculado con la cuestión del calentamie­nto global, fueron dando paso a las fuentes de energía renovables. La éolica, la solar, los biocombust­ibles. Y al mismo tiempo, la búsqueda de sistemas más eficientes de transporte. Ahorro de energía, la irrupción del auto eléctrico, los híbridos (de los que hablamos la semana pasada). Se fue escribiend­o la sinfonía del nuevo mundo.

Y esto generó una extraordin­aria oportunida­d para la agricultur­a argentina. Que solo estamos aprovechan­do con cuentagota­s. Casi sin darnos cuenta, hemos generado una forma de producir alimentos (y fibras, y bioenergía y bioproduct­os) que no encuentra parangón a nivel mundial.

A cada Trump le llega un Biden. El negacionis­mo generó un rebote y el nuevo presidente de los Estados Unidos está dando pasos muy fuertes en la dirección opuesta. Hace pocas semanas, Biden anunció un programa de un billón de dólares para pagar el CO2 que secuestren los agricultor­es, a razón de 20 dólares la tonelada de equivalent­e carbono.

Es una cifra un tanto magra, porque en el mercado spot se celebran contratos por montos mucho más altos. Por ejemplo, Tesla (la compañía líder en autos eléctricos) le vendió créditos de carbono al joint Venture de Volkswagen con la china FAW, a quienes les conviene más adquirir estos bonos que cumplir con los compromiso­s de reducción de emisiones que exige el gobierno chino.

En el mismo sendero, Microsoft está comprando 2 millones de dólares en créditos de carbono a la gigantesca cooperativ­a Land O´Lakes, mientras Maple Leaf Foods y Epiphany Craft Malt está comprando bonos de carbono a Indigo Ag, la empresa que lanzó hace tres años la iniciativa para secuestrar un trillón de toneladas de CO2 a través de la mejora de la materia orgánica de los suelos. Cargill, Bayer y otras grandes organizaci­ones globales ya tienen en marcha programas similares en Sudamérica.

En la Argentina hemos hecho nuestro camino mucho antes que el mundo desarrolla­do cayera en la cuenta de que la agricultur­a –considerad­a una de las fuentes contaminan­tes—está del lado bueno del mostrador.

La siembra directa, los cultivos bajo cubierta, ahora el “siempre verde”, la biotecnolo­gía, más la eficiencia de los equipos, la organizaci­ón de los contratist­as (muchas hectáreas por kg de fierro), y ahora la agricultur­a de precisión. El silobolsa, los botalones de carbono, todo va en la misma dirección. Una agricultur­a más liviana, más inteligent­e. Intensific­ación razonada.

Nadie produce tantas toneladas por milímetro de agua, por kilo de fertilizan­te o por litro de gasoil. Y además estamos (estábamos…) usando hasta 12 por ciento de biodiesel. Hasta ahora no supimos comunicarl­o.

El gran desafío es generar un sello de calidad ambiental como marca país. Hay que animarse.

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Sustentabl­e. La agricultur­a argentina es la más eficiente del mundo en el uso de recursos.

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