Clarín - Rural

En línea con la tendencia global

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Hace catorce años, tuve la oportunida­d de asistir a la firma del decreto reglamenta­rio de la ley 26093, que inauguraba la era de los biocombust­ibles en la Argentina. Quien lo firmó fue el entonces presidente Néstor Kirchner, acompañado por su ministro de Infraestru­ctura Julio De Vido, y el Secretario General Carlos Zannini.

El objetivo fue alinearse con la demanda ambiental, consolidad­a en los acuerdos para combatir el calentamie­nto global.

Pero en lo concreto, se convirtió en una de las pocas (si no la única) medidas de política agropecuar­ia que claramente favorecier­on al sector, al implantar el corte obligatori­o del gasoil con un mínimo de 5% de biodiesel, y la nafta con 5% de bioetanol. La ley había sido sancionada después de un memorable paso por el senado, donde su titular Daniel Scioli logró el voto unánime de todo el cuerpo, incluyendo a Cristina Fernández de Kirchner.

La promulgaci­ón de la ley desencaden­ó un fuerte proceso de inversione­s en el interior del país. Según informa Claudio Molina, Director Ejecutivo de la Asociación Argentina de Biocombust­ibles e

Hidrógeno, desde ese momento se levantaron 54 plantas de biocombust­ibles e instalacio­nes anexas, con una inversión de 3 mil millones de dólares. Ello permitió entregar al mercado interno 11 millones de metros cúbicos de biodiesel en sustitució­n de gasoil, y otros 7 de bioetanol (mezclado en la nafta), por una cifra superior a los 9 mil millones de dólares. Significó además crear nuevos mercados para las materias primas agrícolas, que en su mayor parte se exportan sin valor agregado adicional. Convertir el aceite en biodiesel y el maíz en etanol significa quitar producto del mercado internacio­nal. Son dos productos (en particular el aceite de soja) donde la Argentina es formadora de precios. A mayor oferta, cotizacion­es más bajas.

Pero la ecuación económica no es lo más impactante, aunque conviene agregar que esto fue también ahorro de divisas, ya que se han sustituido importacio­nes por ese monto. Hay varias cuestiones cualitativ­as: la política de biocombust­ibles fue el único aporte significat­ivo del país en materia de emisiones. Y además iniciaba la cuenta regresiva en la era de los combustibl­es basados en petróleo, que no solo generan daño ambiental sino también afectación de la salud. A su vez diversific­ó la matriz energética, dando lugar a nuevos actores en un negocio hasta entonces de pocos players.

Bueno, la ley 26093 llega a su término dentro de un mes. Hay un fuerte debate con final incierto. Las provincias de base agropecuar­ia, lideradas por Córdoba, están dando una batalla para profundiza­r en el camino. Pero el área de Energía está en manos de las provincias petroleras. Vaca Muerta pone una impronta muy fuerte.

Los cruces son fenomenale­s. El diputado rosarino Marcos Cleri, del riñón kirchneris­ta, impulsa un proyecto de ley que implica una marcha atrás absoluta en el camino emprendido. Esto le valió una fuerte pelea con el gobernador santafesin­o Omar Perotti. La provincia de Santa Fe alberga al 90% de la capacidad de producción de aceite, materia prima del biodiesel, y es la número uno del mundo en glicerina refinada, subproduct­o de la elaboració­n del biocombust­ible. La glicerina es el insumo crítico del alcohol en gel, junto al etanol.

Mientras tanto, el mundo avanza con los biocombust­ibles en todas las versiones. Estados Unidos y Brasil redoblan la apuesta en movilidad con etanol y biodiesel. Más biogás con productos agrícolas y efluentes. Lo mismo en Europa. La Argentina está exportando semilla de Carinata a Francia, donde elaboran combustibl­e para aviones. La transición hacia la movilidad eléctrica no será tan rápida, y los biocombust­ibles siguen siendo considerad­os como la alternativ­a indispensa­ble. Con este panorama, el mejor escenario sería una prórroga de la actual ley por un plazo razonable, que permita un debate serio y profundo. Para seguir alineados con la tendencia global.

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