Hacia una integración de las herramientas de control
Caída la hegemonía química, especialistas de diversos ámbitos rescatan una serie de herramientas para torcerle el brazo a las especies resistentes y tolerantes.
¿Cuán resiliente ha sido el sistema agrícola argentino para adaptarse a una nueva realidad en la que las malezas han tomado gran parte de los campos argentinos?
Desde mediados de los años 90, pero bien firme desde los años 2000 en adelante, productores argentinos (y del mundo) empezaron a ver que las herramientas fulminantes que le habían dado buenos resultados durante algunos años estaban perdiendo su poder de fuego. Consultados por Clarín Rural, especialistas en malezas del INTA, FAUBA, AAPRESID y AACREA analizaron el problema y, algunos, se motivaron con las posibles soluciones, otros, en cambio, ven muchas nubes en el horizonte.
“Lo que más me preocupa es la adición de resistencias en las especies que ya presentan alguna resistencia, por ejemplo yuyo colorado, rama negra y sorgo de Alepo, pero también el avance en superficie hacia nuevas zonas de algunas especies difíciles y con algunas resistencias como las crucíferas o raigrás que se van yendo al norte y el sorgo de alepo que va bajando”, analizó Eugenia Niccia, Gerenta del Programa REM (Red de Manejo de Plagas) de Aapresid.
Este avance de las resistencias va dejando cada vez menos herramientas de manejo químico. “Por ejemplo, en postemergentes para control de sorgo de alepo, lo cual, acompañado de una baja probabilidad de sumar algún nuevo modo de acción herbicida en el corto y mediano plazo, hacen que sea imperioso un cambio de paradigma en el control de malezas”, esgrimió Niccia.
El malezólogo Luis Lanfranconi, del INTA Río Primero (Córdoba), también manifestó su preocupación porque se van acabando los cartuchos. “Se siguen generando resistencias y nos quedamos sin herramientas químicas”, previno Lanfranconi. Y prosiguió: “El problema central es que, si bien hay un cambio de actitud en algunos, los productores, mientras puedan, van a seguir usando las herramientas químicas. No están viendo que la naturaleza está en permanente movimiento. Si optamos sólo por la estrategia química vamos a frenar el agua un tiempo, pero a la larga el dique rebalsa”.
“Para un problema complejo con interacciones dinámicas como el de las malezas resistentes y tolerantes necesitamos soluciones también dinámicas”, apuntó Pablo Fernández Barrón, Coordinador del Proyecto Malezas de CREA (Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola). En tanto que Julio Scursoni, de la cátedra de Producción Vegetal de la Facultad de Agronomía de la Universidad de Buenos Aires (FAUBA), recordó que “desde el caso de resistencia de sorgo de alepo en 2005 ha habido un incremento extraordinario de especies resistentes y hoy tenemos alrededor de 30 casos de resistencia o tolerancia y distintos sitios de acción comprometidos”.
Herramientas que entusiasman. “En el mundo existen muchas líneas de trabajo que se están desarrollando para hacer frente a las malezas difíciles, desde sensores de malezas en verde sobre verde hasta control con láser y maquinaria para control de semillas de maleza a cosecha”, contó Niccia. Y prosiguió: “En nuestro país una de las herramientas con la cual ya se viene trabajando hace varios años son las aplicaciones selectivas, que han demostrado una mayor eficiencia de control con ahorro de recursos y menos impacto ambiental”.
Sin embargo, más allá de las innovaciones tecnológicas, Niccia remarcó “una mayor asimilación de la problemática por parte de los productores, que hoy buscan soluciones posibles a partir de la integración de prácticas de manejo”.
Es ahí donde empiezan a tallar, entre otras cosas, los cultivos de servicio, que han multiplicado su adopción los últimos años. Días atrás se conoció un informe de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires y otro de Aacrea sobre el crecimiento del área con cultivos de servicio en Argentina. El dato muestra que desde la campaña 2014/15 se multiplicó por 5 la cantidad de productores que usan esta herramienta. Hace 5 años sólo era usada por el 4% de los productores mientras que la campaña 2019/20 ese porcentaje ascendió al 19% de los productores.
Según cuantificó la Bolsa de Cereales el total de la superficie con culti
vos de cobertura fue de 352.000 hectáreas, esto es, el 1,8% de las 19,5 millones de hectáreas con cultivos de gruesa. El sur de Córdoba lidera la adopción con casi 87.000 hectáreas, seguido por Entre Ríos con 59.000.
“Nos entusiasma la suma de las partes, el volver a hacer agronomía desde los lotes, combinando distintas técnicas y herramientas que por sí solas, quizás no alcancen”, ratificó Fernández Barrón, que cuando pide “más agronomía” se refiere a la rotación e intensificación de cultivos, las fechas de siembra, los marcos de plantación, los cultivos de servicio, la rotación de principios activos herbicidas, el mejoramiento genético, la biotecnología, los sistemas de labranza, el manejo por ambientes, el soporte software, el avance tecnológico, etc.
Lanfranconi se mostró entusiasmado con “técnicos y empresas agropecuarias grandes, que han recogido el guante y están empezando a marcar otro camino, son el 15% de los innovadores que siempre están a la vanguardia en adopción de tecnología, y en este caso han escuchado y abordan la problemática de malezas de manera integrada”.
El malezólogo cordobés también ponderó el trabajo que se está haciendo en su provincia recompensando a los productores que desarrollen buenas prácticas agrícolas (BPAs) entre las que está el incentivo a utilizar cultivos de servicio. “Pequeños hitos que me entusiasman”, dijo.
Sin embargo su colega de la FAUBA, Julio Scursoni, no es optimista. “La verdad no veo mucho para entusiasmarme, porque casi todas las expectativas en el medio productivo están puestas en lo que puede generar la aplicación de herbicidas, y la biotecnología resistente, y por ese camino vamos a seguir dando vueltas en círculos”, lamentó.
Consultado por el camino a seguir, lo que se hizo y lo que falta, Fernández Barrón apuntó que “queda muchísimo por hacer” y que “el nivel de aprendizaje y adaptación de nuestros asesores técnicos, productores e industria está a la vanguardia”.
Por su parte, Niccia enumeró: “Monitoreo constante, limpieza de maquinaria que entra al lote, uso de semilla fiscalizada, planificación de la rotación de cultivos, variedades de mejor comportamiento, densidad de siembra, espaciamiento entre surcos, implementación de cultivos de servicio, planificar según cada caso la estrategia de control químico a usar (preemergentes, doble golpe, rotación y uso de mezcla de activos), hacer foco en calidad de aplicación y el monitoreo posterior a la misma y control de malezas al momento de la cosecha, entre otras cosas”.
Scursoni advirtió que “se pregona la rotación de cultivos y de sitios de acción de herbicidas como práctica madre, pero por lo que se observa, la adopción de esas prácticas es bastante reducida. “Se hace mucho en el estudio de malezas y se puede cuantificar con la gran cantidad de publicaciones que generamos, pero luego la adopción de esas tecnologías no es muy alta”, afirma.
El otro especialista en malezas consultado, Lanfranconi, consideró que Argentina no destina todos los recursos que debería a la investigación y desarrollo en malezas. “Me llama la atención lo lejos que estamos respecto de otros países como Estados Unidos, Brasil o Australia en la inversión destinada a encontrar soluciones a esta problemática -opinó Lanfranconi-. Hay un puñado de técnicos aislados pero no con equipos y fondos fuertes para dedicarse de lleno a esto, se dice y exige mucho pero se pide poco”.
Está claro, en este camino aun hay mucho por recorrer.