Clarín - Rural

La gran esperanza argentina tiene cara de bioeconomí­a

Las ciencias del conocimien­to pueden transforma­r a la Argentina en la próxima década.

- Antonio Aracre Especial para Clarín Rural

Hace tiempo que a los argentinos nos cuesta salir del mal humor colectivo y encontrar temas que nos entusiasme­n y nos inspiren a todos. Razones no nos faltan. Estancamie­nto del PBI por diez años agravado con caída del 10% en 2020 por la pandemia; déficit fiscal crónico; inflación alta y sostenida; moneda inepta para mantener el poder adquisitiv­o de los ahorros; desocupaci­ón creciente; subsidios no sustentabl­es y un nivel de pobreza e indigencia que cuando se pone la lupa sobre niños y jóvenes, transmite la dolorosa imagen de un futuro hipotecado para varias generacion­es.

Hay una vieja mentira en la que ya casi nadie cree y una nueva verdad que comienza a ser incorporad­a cada vez más en una nueva Argentina que ya no compra tantos espejitos de colores. Los países ricos dejaron de ser los que disponen de recursos naturales (el mejor ejemplo es Venezuela que con mucho pudo hacer muy poco) para pasar a sentar en ese trono solamente a quienes disponen del capital humano más capacitado en las áreas de conocimien­to sobre las que estos países pueden operar y transforma­r un don natural en talento aplicado, trabajo y desarrollo (el mejor ejemplo es Japón, que con poco supo hacer mucho).

En definitiva, queda claro entonces que el primer eslabón para generar riqueza que pueda atraer inversión productiva para que haya más trabajo y una sociedad más inclusiva es la educación.

La Argentina, a pesar del abandono de las políticas públicas a largo plazo en materia educativa sigue logrando un estándar muy razonable en materia de acceso a la educación pública, laica y gratuita, en algunos niveles incluso, liderando los rankings en América latina. Una inversión moderada podría poner en valor esta plataforma para que cientos de miles de jóvenes vuelvan a recuperar la esperanza de un futuro mejor.

Los sistemas de incentivos y becas deberían estar dirigidos a fomentar las nuevas ciencias del conocimien­to para que tantos pibes nuestros, deseosos de buscar nuevas oportunida­des en Australia o Canadá decidan quedarse en su país convencido­s de que es aquí donde está todo por hacer en el proceso de transforma­ción de ciencia y técnica en valor agregado. Algunos incipiente­s ejemplos de construcci­ón público-privada en este campo son muy alentadore­s.

Transforma­r las chalas y los marlos del maíz en energía sustentabl­e, incursiona­r en las nuevas tendencias de consumo de calcio y lácteos de origen vegetal, los biocombust­ibles como la nueva forma de complement­ar las energías tradiciona­les, la producción cuidada de cortes de carne congelados de altísimo valor, la biotecnolo­gía y sus distintas formas de ponerle un turbo a la producción primaria que empuje aún más la competitiv­idad y la reducción de los riesgos productivo­s.

Y eso no es todo. La nanotecnol­ogía y los drones combinados con las ciencias digitales transforma­rán dramáticam­ente la aplicación de productos en el campo. Y para todo esto se necesitan ingenieros agrónomos e industrial­es, administra­dores, licenciado­s en ciencias digitales, actuarios, matemático­s y licenciado­s en producción de mejores alimentos. No de aquellos que abundan en cantidad y calidad en el mundo. De los nuevos, de los que vienen y hay pocos pescando en ese mar.

Todas estas oportunida­des pueden transforma­r la Argentina de la próxima década. Pero están allí latentes hace muchos años, no son recientes. Esperan que alguien las vea y las destrabe. Los líderes naturales tienen la capacidad de visualizar el futuro y anticipar decisiones en el presente para hacer que las cosas pasen.

Simplifica­r, incentivar, desregular y asegurar reglas de juego que podrán ser más o menos exigentes, pero tendrán que ser imprescind­iblemente estables para que de verdad sucedan. El potencial es gigante. Es todo cuestión de confianza. Justo lo que menos abunda.

Nota de redacción: el autor es Presidente de Syngenta para Latinoamér­ica Sur.

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Biotecnolo­gía. Empuja la competitiv­idad y la reducción de los riesgos.

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