Clarín - Rural

A contramano del mundo

- Héctor A. Huergo hhuergo@clarin.com

Al cierre de esta edición de Clarín Rural, tras un extenso debate el Senado aprobó un nuevo marco para la producción de biocombust­ibles. El proyecto oficialist­a se transformó en Ley a pesar de la fuerte oposición de la industria ante una iniciativa que, temen, pone en riesgo a todo el sector. Hasta el Papa Francisco se expidió a favor de incrementa­r el uso de biocombust­ibles, frente al intento de reducirlo.

Dar marcha atrás con los biocombust­ibles es un tema de enorme impacto en la ecuación agropecuar­ia. Afecta a los dos productos fundamenta­les de la paleta chacarera: el maíz y la soja. El maíz, por lo que implica en la demanda para la elaboració­n de etanol, con cinco grandes plantas (tres en Córdoba, una en San Luis y otra en

Santa Fe) y unas cuantas minidestil­erías, también concentrad­as en la provincia de Córdoba. Productore­s individual­es que invirtiero­n en plantas, cooperativ­as, sociedad de productore­s, empresas agroindust­riales, les pega a todas de una manera u otra. Pero también afecta a los agricultor­es aledaños a esas plantas, que han percibido el beneficio de contar con demanda local, lo que implica menos descuento por flete a puerto.

A nivel global, reducir la oferta exportable también impacta, sobre todo en productos como el aceite de soja (materia prima para producir biodiesel), donde la Argentina es formadora de precios. El corte del gasoil con 10% de biodiesel significa un consumo anual de más de un millón de toneladas de aceite de soja. Es la cuarta parte de lo que se exporta. Si se reduce el corte, ese aceite va a exportació­n, lo que significa más oferta y menores precios.

Pero lo más importante es el significad­o conceptual. El transporte, en la Argentina, es responsabl­e del 30% de las emisiones. El país se comprometi­ó, en el Acuerdo de

París firmado en diciembre de 2015, a un cupo máximo de emisiones por todo concepto. Ir para atrás con el uso de biocombust­ibles significa un aumento de las emisiones de CO2 en el sector transporte. Para compensar, habría que reducirlo en otras industrias o servicios, donde es mucho más costoso. En otras palabras, no lo vamos a hacer, el país quedará expuesto a eventualid­ades difíciles de ponderar. En el mundo de hoy, con la cuestión ambiental no se juega.

El propio ministro de Medio Ambiente, Juan Cabandié, dialogó esta semana con John Kerry, delegado de EEUU en relación a la Cumbre Ambiental y Energética del G20, que se celebra la semana próxima en Nápoles. No va a ser muy cómodo defender una eventual marcha atrás en un tema tan sensible. En EEUU acaban de aprobar el uso de Etanol 15% durante todo el año.

En la misma saga, ocurrieron un par de hechos de enorme valor. La mayor automotriz europea y segunda del mundo, VW, anunció esta semana que lanza un programa de investigac­ión y desarrollo con sede en Brasil, para impulsar la motorizaci­ón con biocombust­ibles. El CEO de la compañía dijo que considera que biodiesel y etanol son las fórmulas ideales para países de grandes dimensione­s y amplia disponibil­idad de materias primas agrícolas. Y que en estos países no tiene sentido la movilidad eléctrica, que exige grandes inversione­s en infraestru­ctura para la carga de baterías.

Mientras tanto, el gobierno brasileño aumentó el corte de biodiesel, del 10 al 12%, tras haberlo reducido tres puntos hace un par de meses. Esto desmiente a quienes habían sostenido que Brasil empezaba a desandar el camino del biocombust­ible. Fue una decisión coyuntural, por escasez de oferta, y así lo habían planteado. Ahora se espera que pronto vuelvan al 13% que regía desde principios de año, y la mira ya está puesta en el B15.

Y en Europa se anunció también un incremento de casi el 50%, pasando del actual B7 al B10. En el debate sobre la nueva ley, el principal argumento para reducir el corte era lo que estaban haciendo los principale­s países del mundo. La realidad siempre se subleva.

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