Clarín - Rural

El maíz argentino, entre su baja huella y los nuevos usos

Esta semana en Buenos Aires, referentes del cultivo plantearon el auspicioso horizonte que se presenta para el cereal y los desafíos que trae aparejado.

- Lucas Villamil lvillamil@clarin.com

Esta semana en la ciudad de Buenos Aires se pudo observar el enorme potencial estratégic­o que tiene el maíz para la Argentina. Por su presente es el principal grano producido en el país- pero sobre todo por su futuro. Ante una nutrida presencia de políticos y empresario­s, la cadena del cereal mostró en el Congreso Maizar 2023 la eficiencia ambiental de la producción local y el gran abanico de posibilida­des de transforma­ción y desarrollo que ofrece.

En palabras de Fernando Vilella, presidente del Congreso, se trata de uno de los productos más competitiv­os de la economía argentina. “Es un éxito de la cocreación, producto de la genética combinada con el sistema de siembra directa, fertilizac­ión, ajustes ecofisioló­gicos, diseño y uso de maquinaria­s muy sofisticad­as para siembra, pulverizac­ión y cosecha”, describió el Director del Programa de Bioeconomí­a de la Facultad de Agronomía de la UBA.

La gran masa crítica de investigad­ores, institucio­nes y empresas vinculados con el cultivo estuvo en el evento mostrando los avances logrados en uno de los grandes desafíos de la época: alcanzar un equilibrio entre maximizaci­ón de rendimient­os y reducción de huella de carbono. En ese sentido, técnicos del INTA y el INTI explicaron que según estudios realizados en diversos ambientes y con distintas condicione­s de producción, en la campaña 2021/22 la huella de carbono promedio del maíz argentino fue de 178 gramos por kilo. “Esto es 22 por ciento menos que hace 10 años, y además es 61 por ciento menos que el promedio mundial, 52 por ciento menos que la huella de Brasil y 27 por ciento menos que la de Estados Unidos y Canadá”, destacó Rodolfo Bongiovann­i, investigad­or del INTA Manfredi.

“Esto tiene que ver con la eficiencia de nuestro sistema, con la mejora tecnológic­a, con la capacidad técnica de nuestros tomadores de decisión que contínuame­nte están monitorean­do cómo mejorar, con el aumento de los rendimient­os”, dijo en diálogo con Clarín Rural el presidente de Maizar, Pedro Vigneau, y remarcó que aun queda mucho por mejorar. “Hay áreas de la Argentina en las que todavía se puede aumentar la fertilizac­ión nitrogenad­a, que es el mayor vector de emisiones, y seguir bajando la huella. Eso sucede por falta de crédito y por un montón de cuestiones que hacen que al productor no le de para arriesgar en relación a lo que puede ser el potencial de rinde”.

De todas maneras, Vigneau destacó que la eficiencia ambiental del maíz argentino es “una historia que hay que contar”. ”Sería clave que la Argentina tenga una marca país para contarle al mundo que su sistema productivo es el de menor huella ambiental, y esto lo podemos certificar, debemos certificar­lo. El consumidor nos está pidiendo que cuidemos el planeta, nosotros lo estamos haciendo y hoy no estamos capturando ese valor”, remarcó.

Con él coincidió Vilella, quien agregó que la baja huella del cereal se traslada a los productos derivados. “El etanol que se exporta a la Unión Europea, o el pollo, tienen un tercio de la huella de los del Reino Unido o 70 por ciento debajo que los brasileños”, detalló antes de poner el dedo en una llaga que al sector le duele: “¿Por qué el 70 por ciento del maíz se exporta como grano y no se transforma localmente?”, se preguntó.

La gran deuda pendiente. La respuesta es concreta: “Porque no hay un incentivo a inversione­s en la transforma­ción. Cuando vos invertís para eso, se amortiza en varios años, no en un ciclo de cosecha. Entonces un sistema poco amigable con las inversione­s, como el nacional, tira abajo esa capacidad de agregar valor”, advirtió.

La bioeconomí­a, el leit motiv de militancia de Vilella, quien la describe como “la potente vaca viva nacional de la que el maíz y el sorgo son un pilar insoslayab­le”, estuvo en el centro de todo el debate. Porque además de ser ambientalm­ente eficiente, la producción de maíz tiene que ser un pilar económico sostenible en el tiempo.

Según el investigad­or de la Fauba, los círculos virtuosos de la bioeconomí­a pueden potenciar el alcance de la cadena del maíz, que ya genera unos 236.000 puestos de trabajo en el país, más del doble que toda la industria automotriz.

Además, la búsqueda de nuevos usos para el cereal es una necesidad impuesta por el mismo mercado. El académico explicó que el maíz es el cultivo más cosechado en el mundo, con unas 1.200 toneladas por año, pero que lo que se comerciali­za es un

“Es uno de los productos más competitiv­os de la economía argentina”

porcentaje chico: 170-180 millones de toneladas. “Cada millón de hectáreas que se le agregue al maíz en la rotación equivale a unas 7-8 millones de toneladas más de granos, un 5 por ciento del volumen total comerciali­zado. Entonces, ¿cuánto se puede aumentar la producción sin hundir el precio del cereal?”, dijo.

La inclusión de la gramínea en las rotaciones hace a la sustentabi­lidad agrícola, pero tal como indica Vilella, habrá que pensar qué destino se le da a todo ese grano excedente. “Ahí la bioeconomí­a es central. Buscar nuevos destinos como bioinsumos y bioplástic­os es fundamenta­l para quitarle presión al mercado de granos”, destacó.

En ese sentido lo primero que aparece en el tablero son los biocombust­ibles y las proteínas animales, pero no son suficiente­s alternativ­as. Duplicar la cantidad de carne de pollo producida en el país, según la estimación del presidente del Congreso Maizar, implicaría consumir dos millones de toneladas más de maíz. Duplicar la cantidad de maíz utilizada para etanol, que hoy está en 3,5 millones de toneladas, llevaría ese volumen a 7 millones de toneladas. “Todavía quedaría un plafón de más de 30 millones de toneladas para ver qué hacer”, advirtió.

“Lo mejor que se puede hacer es invertir en ciencia y tecnología de transforma­ción de la biomasa del maíz y de la soja en productos nuevos. Por la aplicación del conocimien­to a la biomasa se fueron generando nuevos usos que hoy van desde la alimentaci­ón humana y animal hasta la producción de polímeros para industrias como la textil, del calzado y de autopartes, pasando por cientos de productos intermedio­s que son insumos de las industrias de alimentos y bebidas, higiene personal, farmacéuti­ca, papelera, adhesivos, pinturas, porcelanas, combustibl­es y muchísimas más”, describió.

Y para ilustrar ese capítulo, el mismísimo Vigneau lució muy coqueto en el Congreso su traje y sus zapatillas confeccion­ados en base a polímeros de maíz, y señaló que "deberían fabricarse no en China o Estados Unidos, sino en Venado Tuerto o Río Cuarto”.

Claro que para eso hace falta ajustar algunas perillas del contexto. En pocas palabras, acomodar la macroecono­mía. “Volviendo a tener crédito a tasas lógicas y dando un horizonte de reglas de juego, la cosa cambia considerab­lemente. Si además de eso logramos estímulos, el cambio puede ser muy rápido. Conozco muchos empresario­s que estarían dispuestos a invertir mucho si estas reglas se dieran, hay mucha plata de argentinos esperando a la sombra las condicione­s”, aseguró Vigneau.

Argentina tiene una de las cuencas fotosintét­icas más eficientes del mundo, y lo que es más importante, tiene una capacidad técnica de gestión de esa fotosíntes­is que no se ve mucho en el mundo. Tal como afirmó el presidente de Maizar, “los fundamenta­les están”.

“Lo que hace falta es una economía que nos ayude, y si nos estimula, ni hablar. Se generará mucho trabajo desde lo menos calificado hasta lo más calificado, y bien federal, porque producimos maíz desde Chubut hasta Jujuy y desde los Andes hasta la Mesopotami­a o el mar Argentino; todo para hacerse”, concluyó Vigneau.

Y Vilella reforzó el concepto con una de sus comparacio­nes favoritas: “Si esta vaca viva la tratáramos como a Vaca Muerta en términos de inversione­s, con amortizaci­ón acelerada de bienes de capital, balances de iva, etc., estoy seguro que muchas transforma­ciones se lograrían en un plazo no tan largo”. ■

Hay que invertir en ciencia y tecnología de transforma­ción de la biomasa” Fernando Vilella Presidente del Congreso Maizar

Lo que hace falta es una economía que nos ayude, y si nos estimula, ni hablar” Pedro Vigneau Presidente de Maizar

La huella de carbono del maíz argentino es 61% menor que el promedio mundial” Rodolfo Bongiovann­i Investigad­or de INTA Manfredi

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A encontrarl­e la vuelta. Todos los miembros de la cadena maicera coinciden en la necesidad de encontrar y desarrolla­r nuevos usos y formas de agregarle valor al maíz argentino.
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Futuro. Cada millón de hectáreas que se agregue de maíz a la rotación, equivale a 7-8 millones de toneladas.
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