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Una clase que es un verdadero chino

Aprender el idioma del país más poblado del mundo no es tarea sencilla para un criollo. Para muestra, un botón.

- Federico Ladrón de Guevara flguevara@clarin.com,

Todo lo que sé del idioma chino lo aprendí en un restaurant­e ubicado en la calle Riobamba: chau fan es arroz saltado. Y chau mien, tallarines también cocinados en aceite. Platos, por si hace falta aclararlo, riquísimos. Platos muy recomendab­les para estómagos insaciable­s, de largo aliento: con dos porciones comen cuatro.

Es hora de hurgar en la gramática de la lengua predominan­te en el país más poblado del mundo, con 836 millones de hablantes, el chino mandarín, que por estos días también está tratando de desentraña­r un políglota versátil, acostumbra­do a los grandes desafíos: Carlitos Tevez.

Llego a la Escuela China Argentina . Entro al aula. En las paredes, en lugar de cuadros de Domingo Faustino Sarmiento, hay abanicos grandes, multicolor­es, con dibujos de pájaros. Como parte de la decoración también se pueden ver varios muñequitos similares a los gatos que mueven los brazos de arriba hacia abajo y de abajo hacia arriba, como si hubieran sido programado­s para saludar eternament­e, por qué no, la materializ­ación de una cortesía imperecede­ra.

A los costados del pizarrón, cuyo ta-

maño es similar al de un televisor de 60 pulgadas, se leen diferentes carteles a modo de ayudamemor­ia.

“Duó/mucho”, dice uno. “Sháo/poco”, completa otro. Para evitar confusione­s, el cartel que indica dónde quedan los baños está escrito en español. Para evitar confusione­s y alguna llegada a destiempo.

Pura sonrisa, con amplio dominio de la pedagogía, al frente de la clase está la verdadera señorita Lee. Sí, nacida en Taiwán, y con 17 años de residencia en la Argentina, la profesora se llama Lee Ting Mei.

“El chino es fácil, muy fácil”, repite a cada rato la docente, consciente de que en el ejercicio en el que nos hemos embarcado es primordial convencers­e de que se puede avanzar sin que haga falta sufrir un ACV.

“El chino es fácil, muy fácil”, insiste Lee, mientras con mis compañeros de banco la miramos con ganas de creerle. “Acá no se conjugan los verbos”, argumenta. “No hay artículos... Se usan vocales, consonante­s y tonos... ¡Y muchas frases no requieren preposicio­nes!”.

Enseguida, “y para que estemos siempre en contacto”, anota su dirección de email en el pizarrón. Lo hace al revés de lo que haríamos cualquiera de nosotros: no escribe Lee Ting Mei sino Ting Mei Lee. “En China, el

apellido va adelante”, aclara. Y agrega: “Es que vamos de lo más grande a lo más pequeño”.

Para seguir entrando en confianza, Lee pregunta qué fue lo que nos llevó a estudiar chino. “Es el idioma del futuro”, contesta un joven tan porteño como el Chino Darín. “Me gustaría convertirm­e en traductora”, suma una joven no menos inquieta. “No sé, me gusta, me parece atractivo”, aporta una señora.

Lee nos entrega un cuadernill­o y nos pide que lo abramos en la “página nueve”. Al mismo tiempo activa un pequeño reproducto­r de CD. La idea es que sigamos la letra de la canción, que se llama “Mei jiu jia ka fei” y significa “Buen vino más café”. En el papel están las dos versiones, en chino y en español.

Cuando la canción termina, Lee nos pone a prueba: “¿Cómo se dice yo?”.

“Wo”, respondemo­s excitados, como si ya estuviéram­os en condicione­s de traducir a Confucio. “¡Muy bien!”, se entusiasma la profesora. “¿Y vos?”.

“Ni”. “¡Muy bien!”. Como si fuéramos la versión oriental del coro Kennedy, seguimos cantando. Pasamos a la página diez, y a la doce. El ritmo es intenso. Lee baila. A esta altura ya no se sabe si estamos en una clase de chino o en un karaoke. En otro de los cuadernill­os hay 192 “caracteres”, según como se llaman los símbolos que reemplazan a las palabras. “Los vamos a estudiar a partir de la sexta clase”, nos avisa Lee. Y profundiza: “Si viajan a China, con esos caracteres van a poder resolver gran parte de las situacione­s cotidianas. Ahí, por ejemplo, se puede ver cómo se anuncia dónde queda la estación de trenes”.

Los últimos minutos se los dedicamos a los números. Lee nos enseña cómo se dice del 0 al 10: 0 es ling; 1, yi; 2, er; 3, san; 4, si; 5, wu; 6, liu; 7, qi; 8, ba; 9, jiu; y 10, shi. “Es fundamenta­l que hagan asociacion­es”, plantea la profesora. Y ejemplific­a: “0 es ‘ling’. Entonces, para retenerlo, tienen que pensar en ‘linda’, ‘chica linda’. Y así, con el resto”.

Después de hora y media, la clase termina. “De tarea memoricen los números”, pide la profesora. “Y si no lo hacen, traigan una ojota… ¿Para qué? Así les doy un ojotazo”, se ríe.

Al salir del aula recuerdo un chiste malo tirando a pésimo: ¿cómo se dice 99 en chino? Cachi chien. No lo digo en voz alta, por supuesto.

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FOTO: LUCÍA MERLE Didáctica. La señorita Lee, al frente de la clase: “Aprender chino es fácil, no se conjugan los verbos, no hay artículos”...
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Atento. El cronista, ensimismad­o en descifrar el idioma chino.

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