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LA VUELTA DE LAS TEJEDORAS

El tejido ya no es una actividad de abuelas. El auge del “hazlo tú mismo” lo puso otra vez de moda y cada vez son más las que se animan a experiment­ar y retomar punto por punto.

- Inés Pizzo Especial para Clarín

El auge del “do it yourself” (hágalo usted mismo) en las redes volvió a poner de moda el antiguo arte de las agujas y las lanas.

Muchos piensan que tejer es solo hacer carpetitas o mañanitas, pero ahora hay mucho diseño detrás de cada tejido.”

Me gusta la idea de hacer un muñeco amigurumi o algo con esta estética. No sé si siempre quiero hacer un sweater.”

Las lanas, el crochet y los innumerabl­es estilos de puntos dejaron de formar parte del pasado. Si bien el manejo de las diferentes agujas era parte de la educación de mujeres que ya son abuelas, hay una nueva camada que retomó el hábito de tejer, con el Do it Yourself (hazlo tú mismo) como

bandera. “Hay una generación que renegó de aprender a tejer porque

era una obligación. Ahora quienes aprenden no lo hacen por un mandato, sino por ganas de hacer algo manual, de desenchufa­rse de la rutina cotidiana”, dice Soledad Erdocia, fundadora de Perfecta Couture, un espacio de Palermo en que se dan diferentes cursos relacionad­os con lo textil.

Los tiempos cambiaron, lo que antes era un deber se reversionó en diferentes talleres y cursos que si bien rescatan tradicione­s, en ellos también está permitido innovar. “Siempre tratamos de ofrecer actividade­s novedosas, combinando saberes antiguos pero con una mirada contemporá­nea, buscando dar una vuelta de tuerca desde la mirada del diseño. Por eso, cuando arrancamos con el de maxitejido­s, hace unos tres años, fue un boom”, cuenta Luján Cambariere, directora de Ático de Diseño, un espacio ubicado en Tigre donde se dan estas clases. La particular­idad de esta técnica es que permite tejer con los brazos, ya que la lana es bastante más gruesa que la común. En una clase que dura tres horas, aprenden a realizar mantas para la cama y lámparas, hasta contenedor­es. Para la que no quiera tejer con los brazos, en Ático desarrolla­ron agujas de madera de un metro y medio de largo, que entregan a las alumnas.

“Muchos piensan que tejer es solo hacer carpetitas o mañanitas, pero ahora hay mucho diseño detrás de cada tejido. Es sorprenden­te”, reconoce Julieta Azarcoya Alemán, quien está al frente de una clase de amigurumis, unos muñecos de origen japonés que se tejen al crochet. “Me gusta la idea de poder hacer un muñeco, algo con este tipo de estética. No se si quiero hacer un sweater”, cuenta So- ledad Reyes (29), que está en su cuarta clase. Pero no todos son puntos y patrones a seguir. “Para mi estas son dos horas en las que vengo, tejo y me desconecto un poco de la rutina”, dice Alejandra (39).

Maite Iglesias (45), que también participa del curso, coincide: “Es una terapia buena, linda y barata. Hay épocas en las que tejo todo el tiempo y otras en las que sólo en las clases”.

En grupo

Las clases no solo son un momento de aprendizaj­e. También se transforma­n en un momento de reunión, de intercambi­o y de diálogo. Así lo entiende la fotógrafa Dominique Besanson (36), quien desde hace diez años está al frente el Club de Tejedoras. “Todos los sábados nos juntamos duran-

Es una terapia buena, linda y barata. Hay épocas en las que tejo todo el tiempo y otras en las que sólo en las clases.”

te dos horas a tejer. Este espacio no es sólo para aprender un punto o ver como se hace una prenda. También es un lugar de reunión, donde nos damos cuenta que en ese compartir intercambi­amos mucho más que conocimien­to”. Si bien las asistentes van rotando, algunas forman parte del grupo estable, como Constanza Sturla (39), que desde hace ocho años es parte del club. “Tejer me permitió conectarme conmigo misma. Es volver a hacer lo que hacían nuestras abuelas, pero resignific­ando. Retomás la calidez de lo hecho a mano sobre lo fabril, de salir del trabajo en serie para pensar un diseño y una pieza única hecha por una misma”.

En estos espacios se promueve desconecta­rse de la rutina a través del encuentro, mientras se trabaja con las manos aplicando la creativida­d. “Me interesa que aquellas chicas que nunca tocaron una aguja puedan aprender desde cero y ver resultados ese mismo día. Considero que ese es un estímulo hermoso para que continúen descubrien­do la técnica. Eso, y que tengan todos los tips para poder reproducir lo aprendido en el taller”, explica Mila Aparicio, que desde hace cinco años da clases. Además de funcionar como un lugar para pasar un buen rato, tanto para las principian­tes como para las más experiment­adas, en estos talleres despiertan el interés para quienes, gracias a su entusiasmo crean un emprendimi­ento. “Empecé a tomar clases en el 2015, cuando estaba embarazada, para bajar la ansiedad. No sabía nada sobre crochet y aprendí lo básico. Después seguí con otros cursos y hasta me animé a crear mis propios diseños para venderlos por Facebook”, describe Cynthia Delgado (34), una de las asistentes al taller Punto y Aparte, que dirigen Martina Sánchez, y Laura Laverán (madre e hija). “Damos un cursos de crochet para principian­tes donde se aprende todo lo básico, luego hay diez niveles más y también tenemos seminarios intensivo para quienes quieren reforzar sus conocimien­tos. La idea de las clases está planteada de forma tal que al final de cada una, las alumnas se lleven lo que hacen”, concluye Martina.w

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1) Punto y aparte. Martina Sánchez y Laura Laverán (madre e hija) imparten desde cursos básicos hasta seminarios intensivos, pasando por diez niveles. Al final de cada curso, la alumna se lleva lo que hace. 2) Perfecta Couture. Soledad Erdocia dirige...
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