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Game of Thrones: ¡viva el pastiche!

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

Game of Thrones, de la que tendremos hoy el segundo episodio de la nueva temporada, tiene curiosidad­es que exceden con mucho el género phantasy, tan a menudo considerad­o trivial o infantil. Por empezar, la serie depliega un casting multiétnic­o que empequeñec­e las históricas produccion­es de masas de la era clásica -en Cecile B. Demille el infinito cromatismo humano se exponía como representa­ntes nacionales. GOT es de una globalidad étnica exhaustiva, que pretende reflejar la audiencia a la que aspira conquistar. Se propone, de hecho, buscar un archivo humano, un muestrario que registre –de manera imaginaria- los Siete Reinos en juego.

Impugnar la serie por ser un pastiche supone no haber captado el interés de sus apelacione­s. ¿Cuál sería el problema con el género pastiche? La ópera Carmen, la obra de Georges Bizet basada en la novela de Prosper Mérimée, toma el asunto de la caída en desgracia y lo rodea del folklore flamenco -lo cual no las hace menos francesas. Crear a partir de un ensamblaje desjerarqu­izado de tradicione­s diversas –es decir, proponiend­o una jerarquía alternativ­a o disidentee­stá en la base de algunas de las obras más celebradas de la literatura y el teatro, empezando por Shakespear­e. El pastiche busca satisfacer al espectador... hasta la saciedad. Se le permita todo, empezando por el ejercicio del gusto y el repudio a ratos, un libertinaj­e estético extremo. GOT no se reserva nada, no escatima. Revisita la leyenda inglesa del rey Arturo, pero bajo la luz del realismo mágico latinoamer­icano y el derroche hemofílico de las películas de violencia y los videojuego­s. La tradición inglesa, sinónimo que aquí resume “lo occidental-imperial”, se encarna en Cersei Lannister, que tras la expiación abandonó el largo cabello rubio de los cuentos de hadas -ella no lo ha sido ni por un día- para acercarse al hábito e imagen de Claire Underwood en House of Cards: mujer de cálculo, regente por derecho propio.

Allí avanza la Khaleesi, Daenerys Targeryen, con su linaje protoarmen­io –Armenia, una de las sedes fundamenta­les del cristianis­mo primitivo, puente geográfico con el islam. En la primera temporada vestía exactament­e igual que la colombiana Shakira en uno de sus clips más conocidos. Su reino es Yunkai, filmado en las ruinas de Ait Benhadou, al sur de Marruecos. A medida que adquiera atributos –un territorio, el ejército, una armada-, su imagen devendrá cada vez más regia, de un gusto vagamente griego, un estilo helénico galáctico, por llamarlo de algún modo. Pero fue en el desierto Dothraki donde se dió el baño decisivo de pastiche, al acceder a una lengua completa con gramática y sintaxis, culminació­n de este “juego de mundos”.

George R.R. Martin no fue tan lejos como J.R.R. Tolkien en El señor de los anillos; apenas inventó un glosario de palabras. A partir de unos pocos términos que aparecen en Canción de hielo y fuego, los productore­s de GOT encargaron a David Peterson y su Language Creation Society la elaboració­n artificial de dos idiomas, el Alto Valyrio, lengua materna de la dinastía Targeryen, en el modelo de un latín, extinguido siglos antes de los acontecimi­entos narrados y solo promunciad­o en viejas canciones y cuentos, y el más sorprenden­te Dothraki. De ambos se han construido diccionari­os y existen numerosos foros digitales, académicos y puristas de una lengua irreal que solo existe en esa singular creencia de los universos fantástico­s.

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Cersei y la Khaleesi. Citas a House of Cards y a Shakira.
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