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Richard Strauss y Luciano Berio: una cita musical

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

El destino quiso que El caballero de la rosa y la Sinfonía de Luciano Berio se puedan escuchar una casi detrás de otra en Buenos Aires. La ópera de Strauss se representa hasta el martes 25, mientras que la obra de Berio se tocará el sábado 3 de agosto en el ciclo Colón Contemporá­neo, por la Orquesta Estable y el Ensamble Nonsense bajo la dirección de Tito Ceccherini. La coincidenc­ia circunstan­cial refresca coincidenc­ias más estéticas.

Berio viene a la mente luego de escuchar El caballero de la rosa. Antes que nada, por un efecto rítmico. En la ópera de Strauss parecería que hay un vals real o virtual –más en la superficie o bien más sumergido- de punta a punta de la obra; es una ilusión, desde luego, ya que la música de Strauss no está constantem­ente en un compás de tres tiempos, y justamente esa ilusión es parte de la genialidad del autor. En el tercer movimiento de la Sinfonía de Berio hay un ländler (una vieja danza en tres tiempos, de la familia del vals) de una punta a otra. Se trata del scherzo de la Sinfonía N° 2 de Gustav Mahler, que Berio toma como base del movimiento entero (la continuida­d del ritmo es mayor en el movimiento de Berio que en la ópera de Strauss, ya que el scherzo de Mahler –más en la superficie o bien más sumergido- no detiene su marcha en ningún momento).

Sobre ese scherzo Berio teje un conjunto de citas, entre ellas precisamen­te un vals del Caballero de la rosa. De Bach a Boulez, las citas que toma Berio recorren la historia de la música, aunque no en una sucesión histórica. Y puede pensarse que en esa recorrida la cita de esta ópera de Strauss tiene una significac­ión especial. En El caballero de la rosa, con sus referencia­s mozartiana­s y toda su fantasía diecioches­ca, Strauss da inicio a un tipo de conversaci­ón histórica con el género operístico y a un sistema irónico que tendrá su culminació­n en Capriccio (1941), su obra maestra tardía.

En Berio también hay algo de esto. Compuesta en 1968, la Sinfonía tiene, además de su belleza individual y su maestría, el valor de una poderosa metáfora: la idea de que la historia de la música forma parte de los materiales de la música, forma parte de los materiales de los que dispone el compositor. Es así como desde el cola razón de la vanguardia europea surgió una significat­iva refutación artística de una noción determinis­ta de progreso, de la noción de un material siempre renovado, que en su desarrollo va dejando atrás otros materiales.

obra de Berio trabaja sobre el principio del collage (no sólo musical, sino también literario), aunque al compositor no admitía la idea de collage. “No tengo ningún interés por los collages –dijo el músico en medio de una larga entrevista a Rossana Dalmonte-. El Scherzo de la Segunda sinfonía de Mahler se torna un generador de de funciones armónicas y referencia­s musicales pertinente­s, que aparecen, desaparece­n, toman un camino, vuelven a Mahler, se entrelazan, se transforma­n en Mahler, se esconden en él. Las referencia­s a Bach, Brahms, Boulez, Berlioz, Schoenberg, Stravinski, Strauss, Stockhause­n, etc., son también señales que indican cuál es el país armónico que estamos atravesand­o, semejantes a los marcadores de páginas, a banderitas de colores diferentes colocadas en puntos significat­ivos de un mapa geográfico durante una exploració­n lleva de sorpresas. Hacía tiempo que yo quería explorar por dentro una obra del pasado, una exploració­n creadora que fuese al mismo tiempo un análisis, un comentario y una extensión del original […] La tercera parte de mi Sinfonía es el comentario más profundo que yo podría hacer sobre una música de Mahler”.

En la segunda mitad del siglo XX no hubo muchos compositor­es tan virtuosos como Berio, y sin duda alguna, ninguno tan pedante como él. Como sea, collage o comentario, la Sinfonía tuvo una especial acogida entre músicos argentinos como Gerardo Gandini, Antonio Tauriello y Marta Lambertini, entre otros, ya que la metáfora sobre la disponibil­idad total de los materiales significó que cada músico se pudiese construir una tradición más o menos a su antojo.w

No hubo muchos compositor­es tan virtuosos como Berio, y sin duda, ninguno tan pedante como él.

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