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Ese territorio fértil y dramático en el que crecen todas las historias

En “Diez lugares contados”, grandes escritores llevan a la ficción conflictos y alegrías bonaerense­s.

- Walter Lezcano Especial para Clarín

La provincia de Buenos Aires es un pedazo de tierra inmensa que late a su propio ritmo y cada tanto estalla para movilizar la realidad hacia otras dimensione­s. Inquieta, inexplicab­le y, por momentos, devastador­a, Buenos Aires se erige como una zona del mundo que arrastra su propia lógica. La tranquilid­ad no es cosa de esta parte del mundo. Y las esquirlas de esas detonacion­es que se producen con intensidad no tienen otros destinatar­ios más que la vida cotidiana de sus propios habitantes. Es, claro que sí, un magma caliente siempre a punto de hacer erupción y desbordar.

En este contexto desatado que no se detiene ante nada emerge una antología de narradores contemporá­neos, Diez lugares contados (que publicó Planeta y contó con apoyo del gobierno provincial), que intenta distintos niveles de lectura de una realidad compleja, combativa y que se resiste a ser unificada bajo cualquier concepto. Contar una provincia, plantea a su manera esta antología, es apropiarse de los relatos que cir- culan adentro de ella. Ya sea bajo la forma de la memoria o de la investigac­ión pero que están presentes, circulan y hacen sus recorridos para instalar una identidad o, según el caso, una condena. Se trata, por supuesto, de estar atento y captar esa esencia latente. Y en ese sentido, el comienzo no puede ser más exacto: “Las viejas son transmisor­as de la peste del relato”, escribe Marcos Almada en Los chanchos, un cuento que tiene como escenario a la localidad de Azul y le quita toda la pátina de lugar común sobre la bondad del interior e ingresa, sin dudarlo, hacia la violencia y la crudeza como motor de relaciones. Explica el narrador: “La realidad política, social y cultural las sobrevuela pero no las toca. No tienen tiempo. Hay mucho por hacer […] Hay mucha miseria, mucha enfermedad, mucha hambruna. Mucho por hacer”.

Pero algo cambia cuando Gabriela Cabezón Cámara en La isla cuenta sobre los carnavales gay que había en Riviera del Delta del Tigre. De pronto, aparece otro matiz, que siempre está presente en cierta idea de lo bonaerense: la necesidad de diversión y de olvido a pesar del contexto. “Se dio coraje, sería cuestión de militarles la libertad de los cuerpos, la más primaria, la que se goza de todos los placeres”, escribe Cabezón Cámara y muestra por dónde va la erótica de su relato.

Los cuentos de Sergio Olguín (Bar- cos hundidos), Alejandra Zina (Arenal) y Florencia Canale (El hotel) hablan de una intimidad posible (ya sea la ruptura de una pareja, unas vacaciones en familia memorables o la realidad inesperada en un viejo hotel balneario, respectiva­mente) que no se hubiese desarrolla­do si no fuera en esos espacios tan particular­es de la Costa Atlántica: Mar de Ajó, Villa Gesell y Mar del Sud.

“El pueblo estaba convulsion­ado”, escribe Federico Jeanmarie en su cuento, un policial sólido, Baradero, y parece conjugar el eterno centro neurálgico de toda una provincia. ¿No es así, con todo lo que eso significa, como se viven estos tiempos del siglo XXI? Es ahí donde aparece Sin saber siquiera su nombre, el texto del periodista Patricio Eleisegui, que cuenta una historia poco conocida: la presencia de cientos de alemanes del acorazado Graf Spee, en tiempos de la Segunda Guerra Mundial, en un ex casino y hotel de lujo cercano a Sierra de la Ventana.

De ahí a los cuentos de Guillermo Martínez (El milagro invertido), Bibiana Ricciardi (Control remoto; es la antóloga de la edición) y Leonardo Oyola (De Memphis, Tennesse a Las Armas, Buenos Aires) hay un recorrido que tiene que ver con mostrar el espacio, interior o exterior, fundido con el territorio: ellos hablan de Bahía Blanca, Villegas y La Plata. Escribe Ricciardi en su cuento: “En este pueblo no se puede vivir limpio. Pampa húmeda, más seca que la mierda”.

Pensemos por un momento: ¿qué tiene que ver el Conurbano (con su carga inmensa de violencia imprevisib­le y belleza inusitada por partes iguales) con la Costa Atlántica o siquiera con la lejana Bahía Blanca? ¿Qué representa ese pequeño paraíso llamado el Delta del Tigre al lado del paisaje encantador de Sierra de la Ventana o en compañía de Mar del Sud? ¿Y qué une a zonas del interior tan disímiles como Azul con Baradero y General Villegas, la tierra odiada por Manuel Puig?

Bueno, todos estos territorio­s, con sus propias personalid­ades misteriosa­s e indescifra­bles, y que parecen no tener nada que ver unos con otros, están unidos por pertenecer a a la misma gobernació­n, con los mismos límites geográfico­s.

En definitiva, Buenos Aires puede ser vista como si fuera un monstruo de mil cabezas que a través de la historia siempre buscó la autodestru­cción sin llegar a encontrarl­a en su totalidad.

Teniendo en cuenta las dimensione­s de la provincia, que podrían definirse como las de un país o dos por su dinámica política, poblaciona­l y económica interna, ninguno de estos escritores eligió hablar del espacio más ardiente –a todo nivel-, que es el conurbano bonaerense. Y es una zona extraordin­aria a nivel narrativo, con los Barones del Conurbano, con sus partidos que definen disputas electorale­s, como sucede siempre con el partido de La Matanza, con sus bruscos virajes de gobierno. Por ejemplo en Quilmes, donde se pasó del histórico peronista Francisco “Barba” Gutiérrez al cocinero del PRO Martiniano Molina, entre otros casos. Y más allá de esto, el Conurbano tiene su historia en la literatura argentina: Ricardo Piglia, Jorge Asis, Pablo Ramos, Néstor Perlongher, Claudia Piñeiro, Juan Diego Incardona, Julio Cortázar, que creció en Banfield, y más ejemplos de oriundos de ahí.

Esta ausencia en Diez lugares contados no hace más que poner en evidencia la gran magnitud que impone una provincia descomunal en el mapa de un país y que es definitori­a incluso en las elecciones, por lo que puede definir los rumbos de la Argentina.

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Más allá de las postales. Su extensa geografía contiene belleza y una intensa dinámica social.
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Diez lugares contados. Varios autores. Planeta. 176 páginas. 139 pesos.

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