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El olfato y el gusto también se entrenan

Para degustar un vino, dicen los que saben, no importa la sensibilid­ad, sino trabajar mucho con los sentidos.

- Adriana Santagati asantagati@clarin.com

Esta semana, el mundo local del vino tuvo uno de sus eventos del año: la elección del mejor sommelier argentino: ganó Martín Bruno. En la competenci­a que se hizo en la Usina del Arte, tanto él como las otras finalistas, Valeria Gamper y Stefanie Paiva, debieron superar varias exigentes pruebas, que dieron una muestra de lo compleja de la actividad. Porque, pese a lo que se puede creer, ser sommelier no es sólo catar.

Verlos en acción fue sorprenden­te. Son capaces de reconocer, en una cata a ciegas, a qué país (e incluso a qué región de ese país) correspond­e un Malbec que está dentro de una copa negra. O pueden describir a la perfección todas las caracterís­ticas de un vino con solo probarlo. O resolver en cuestión de minutos el difícil maridaje de un menú.

La sommelleri­e, como todo lo relacionad­o con el mundo del vino, es una actividad en alza. Relativame­nte joven en el país (lleva unas dos décadas), los restaurant­es, de a poco, están empezando a incorporar sommeliers. Estos profesiona­les trabajan en bodegas, son embajadore­s de marcas, asesoran a empresas, dan clases para aficionado­s, escriben en medios especializ­ados. ¿Qué es lo que define a un sommelier? ¿Y cómo se forma?

La primera cuestión es si hay habilidade­s técnicas. El premiado Bruno le dijo a Clarín que eso es mito y que lo que cuenta es el entrenamie­nto. Con él coincide Matías Prezioso, presidente de la Asociación Argentina de Sommeliers, que organizó el concurso: “Sólo el 8% de la población tiene una capacidad de sensibilid­ad sobre la media. Es como en la música: gente con oído absoluto es el 1%. Si se dedican, van a tener un talento más avanzado. Pero podés ser un gran músico sin un oído absoluto”.

Ahora viene el segundo punto. ¿Cuánto influye la práctica y cuánto la teoría? ¿Se puede ser un buen sommelier sólo con uno de estos aspectos? El que contesta es Mariano Fresco, sommelier y periodista, docente en Gato Dumas y Winexperts y conductor de Fresco en el aire. “Es un 50 y 50. El sommelier se hace sirviendo. Hay que ser ágil y cool en su justa medida, sin ser soberbio”, señala.

La carrera de sommelier tiene una duración de dos a tres años, con cursadas de dos a tres veces por semana. En el país hay varias escuelas donde estudiarla, como Gato Dumas, EAS y CAVE. En esta última da clases Bruno, quien remarca a sus alumnos la importanci­a que tiene el servicio en el trabajo de un sommelier: son horas y horas en el restaurant­e, los fines de semana, las noches en que los demás se divierten. Servicio es una de las palabras clave: la otra, comunicaci­ón. “Si cata espectacul­ar y te da los datos técnicos de una forma no amena, no vale la pena. El sommelier te tiene que dejar una experienci­a. Es un comunicado­r”, define Prezioso.

Para llegar a comunicar hay que formarse, no sólo en vinos sino también en otros alimentos y bebidas. En las escuelas se aprende desde geografía vitiviníco­la a marketing, pasando por las cuestiones protocolar­es del servicio. Aunque la cancha donde se ven los pingos es la degustació­n.

“Hay que probar, probar y probar”, dice Fresco que les dice a sus alumnos. ¿Cómo probar? Lo mejor es entrenar con catas a ciegas: no saber qué etiqueta es. Ahora bien, ¿qué pasa si se supone que ese vino huele a ciruela y no se siente la ciruela? “No hay que ponerse mal. En el mundo del vino nadie tiene la verdad. Es todo relativo: estamos en el mundo de los sentidos. A mis alumnos los insto a oler cosas, a trabajar el olfato que es el sentido que más memoria tiene. Alguien que vivió en el campo siempre va a encontrar una nota más”.

Los aspirantes a sommeliers no van (o no solo van) al verdulero a pedirle que le deje oler un cajón de duraznos. En las escuelas usan unos kits aromáticos, también están disponible­s para el público en general. Los únicos de producción nacional, Spiritu, arrancan en $ 900 el básico con 10 descriptor­es. “Los descriptor­es del vino se pueden clasificar como primarios, que son propios de la uva y el suelo; secundario­s, de los procesos de elaboració­n; y terciarios o bouquet, que correspond­en a la guarda del vino y la estiba en la botella”, explica su creadora, la sommelier Marcela Rienzo. ¿Cuántos descriptor­es hay? “Son tantos como aromas existan y como la nariz pueda identifica­r, más de 10.000 Se catalogan dentro de grandes grupos: florales, frutales, herbales, especiados, minerales, animales, lácticos”, amplía.

Prezioso aclara que nunca se puede dar tajantemen­te una caracterís­tica de un vino. “Supongamos que estamos oliendo un Malbec y me decís que huele a pomelo, que es un descriptor del vino blanco. Probableme­nte estés equivocada en la reminiscen­cia química, porque ningún vino en realidad tiene pomelo”. Otro ejemplo de cómo la memoria influye a la hora de describir un vino: “Si te levantabas cada mañana y olías el limón del limonero de tu jardín, siempre el cítrico te va a hacer acordar más el limón que al pomelo”.

Otro detalle importante: un sommelier no toma todo lo que cata. Y eso también se entrena. “Al principio me resultaba inconcebib­le dar un comentario sin tragar un sorbo”, concede Prezioso. Los sommeliers pasan el vino por toda la boca “y en lo posible se abre para dejar entrar un poco de oxígeno, por eso se hace ruido. El oxígeno volatiliza los aromas y al recorrerlo, el dulce está en la punta de la lengua, el ácido en los costados, el amargo al fondo y el salado levemente por detrás del ácido”. Luego, el vino se descarta en el spitter, esa frapera que ve en las ferias de vinos.

Ese es el camino a recorrer. Tanto para los profesiona­les como para los aficionado­s que, según Prezioso, son un número cada vez más importante en las secuelas de sommelleri­e. Porque el vino, claro está, es un mundo por aprender.

 ?? LUCIANO THIEBERGER ?? El campeón. Martín Bruno, el lunes en la Usina del Arte, en plena competenci­a. Superó varias pruebas y fue elegido el mejor sommelier del país.
LUCIANO THIEBERGER El campeón. Martín Bruno, el lunes en la Usina del Arte, en plena competenci­a. Superó varias pruebas y fue elegido el mejor sommelier del país.

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