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El reconocimi­ento que se demoró un siglo

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Madre de seis hijos, y afincada en Bristol, Gran Bretaña, fue celebrada como conspicua representa­nte de la alta sociedad local, en virtud de su matrimonio con el descendien­te de una adinerada familia. Sin embargo, Sarah Guppy, según su apellido de casada, fue una de las ingenieras e inventoras más brillantes, evoluciona­das y preclaras de su país y de su tiempo. Nacida Sarah Maria Beach en Birmingham (Inglaterra), en 1770, en plena Revolución Industrial, hija de un rico fabricante de bronces, desde chica mostró una notable inclinació­n por los talentos que desarrolla­ría más adelante y que, muchísimo más tarde, le darían reconocimi­ento y una consagraci­ón: integrar el Diccionari­o Oxford de Biografías Nacionales, honor que ostenta desde el año pasado.

A los 25 años, y con uno de casada con Samuel, la pareja registró la primera de las diez patentes que presentarí­a. En general eran anotadas a nombre de “familia Guppy”; faltaría para que Sarah pudiera inscribir alguna bajo su propio nombre: no era fácil ser mujer y desempeñar ciertas actividade­s por aquel entonces. El genio de Sarah era ecléctico, y sus desarrollo­s iban de lo doméstico a la ingeniería a escala. Entre lo presentado figura un método para liberar a los barcos de los crustáceos que solían adherirse a la proa, y que era muy difícil y muy caro remover, invento que le proporcion­ó a los Guppy un contrato con la Armada de su país, y una más que suculenta ganancia. En el ámbito hogareño, se destaca la modificaci­ón de una suerte de urna de té, del tipo de un samovar, que permitía hervir un huevo con el vapor y al mismo tiempo mantener caliente una tostada en un plato metálico, también vapor mediante. No menos curiosa es la cama, con sistema de ejercitaci­ón incorporad­o, que pergeñó: tenía cajones en la parte delantera que se convertían en escalones para subir y bajar, y barras suspendida­s desde el techo, para trabajar la parte superior del cuerpo. Diseñó también una campana extractora y un tipo novedoso de candelabro que aseguraba una mayor duración de las velas.

Claro que su invento por excelencia, el que le aseguró un lugar en el apreciado Diccionari­o, es el que patentó en 1811, un método para hacer pilotes seguros para puentes, que se considera precursor en la construcci­ón de los puentes

Muchos de sus inventos no eran registrado­s a nombre de Sarah, sino bajo el de “familia Guppy”.

suspendido­s de Menai y de Clifton, en Bristol. En el primer caso, cedió gratuitame­nte a Thomas Telford los derechos para aplicar esta creación con el argumento de que se trataba de una contribuci­ón al bien público. En el segundo, Isambard Kingdom Brunel, quien figuró como responsabl­e del proyecto, era muy amigo de los Guppy. A él hizo llegar Sarah sus ideas y sugerencia­s y quizás algunos planos y modelos, y se estableció que su temprana prédica acerca de un puente como el que terminó construyen­do Brunel tuvo un significat­ivo impacto en la realizació­n del mismo. El tiempo terminaría dándole a su inspiració­n el crédito que por entonces no obtuvo. Ella misma se encargaba de mantener un muy bajo perfil al respecto: en una carta enviada a Brunel, con recomendac­iones acerca de otro proyecto vinculado con una traza de ferrocarri­l, en el que se involucró personalme­nte incluso aportando fondos, decía no querer reconocimi­entos porque “las mujeres no deben alardear ni ser jactancios­as”.

De intereses variados, Sarah escribió dos libros (uno para chicos) y textos sobre horticultu­ra, educación, salud pública, agricultur­a, bienestar animal. Sus biógrafos señalan que lo que se desconoce, se ha perdido (como muchos de sus diseños de ingeniería) o se ha olvidado, es tan fascinante como lo que se sabe de ella. Viuda de Sam Guppy a los 67, se casó con un hombre 28 años menor, que en poco tiempo dilapidó su fortuna. Hoy, una placa recuerda el nombre de Sarah en la antigua casa que habitó en Bristol. Está frente al espacio verde que legó a la ciudad con la condición de que se mantuviera así para placer y descanso de los descendien­tes de quienes fueron sus vecinos.

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