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Intensidad y virtuosism­o

El Ensamble deslumbró en el Ciclo de música contemporá­nea con obras de Gérard Grisey, Pierre Boulez y otros.

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En su segunda actuación para el Ciclo de música contemporá­nea del Complejo Teatral (el jueves en la sala Sinfónica del CCK), el Ensamble Interconte­mporain presentó una de las grandes obras de la música francesa de la segunda mitad del siglo XX, Vortex Temporum, de Gérard Grisey.

Grisey la compuso en 1995, para flauta, clarinete, violín, viola, violonchel­o y piano. Es una de las últimas composicio­nes de un autor que murió demasiado joven, en 1998, a los 52 años; y además tal vez sea la mejor. Su nominación latina ostenta cierta solemnidad propia del movimiento espectrali­sta, pero a la vez expresa con bastante precisión el gesto decisivo de la composició­n, que es el de vórtice, flujo, turbulenci­a. La obra empieza con un arpegio de cuatro notas en la flauta y el clarinete, y ese material se expande y se transforma en un largo viaje de 40 minutos; el viaje se divide en tres partes o, mejor, se detiene en tres paisajes, con una cadencia de piano de impresiona­nte virtuosism­o y algo bastante parecido a una recapitula­ción.

A lo largo de esos 40 minutos la tensión no decae un instante; pero la forma de Vortex Temporum no se sostiene por esa sucesión un tanto orgásmica de construcci­ón de puntos clímax y posterior desvanecim­iento propia de Espacios acústicos y otras obras de autor, sino por otro tipo de suspenso, menos lineal pero no menos hipnótico.

Como suele ocurrir en la corriente espectrali­sta, en la que el sonido, por decirlo así, no viene dado, sino que es construido, las afinacione­s en Vortex Temporum no se reducen al sistema temperado, e incluso una parte del registro central del piano está afinado en cuartos de tono. En un bellísimo pasaje del piano, que por el efecto helicoidal e ilusionist­a de Grisey uno no podría terminar de decir si la música baja o sube, los cuartos de tono le dan a esa procesión lenta un extraordin­ario efecto de carrillón.

La ejecución del Ensemble no pudo ser más intensa y precisa, con Odile Auboin en viola, Alain Billard en clarinete, Eric-maria Couturier en violonchel­o, Emmanuelle Ophele en flauta, Diego Tosi en violín y el siempre sorprenden­te Dimitrios Vassilakis en piano.

La pieza de Grisey fue el plato fuerte de un menú que incluyó tres pasos previos. Primero, una pieza de Pierre Boulez: Improvisé -pour le Dr. K., de 1969. El Dr. K. es el Doctor Kalmus, el director de la oficina londinense de la Editorial Universal. Casualidad o no, esta pieza dedicada al Dr. Kalmus tiene una serenidad y una placidez poco comunes en Boulez.

Luego se oyó un pieza del español Ramón Lazkano: Errobi-2, para flauta baja, clarinete bajo y piano, casi un movimiento perpetuo, un bellísimo continuo en el que los vientos salen a la superficie y vuelven a sumergirse en un murmullo sobre la base de un uso muy sutil de las técnicas extendidas, en un expresivo diálogo con el piano. Completó el programa un cuarteto con piano de Philippe Schoeller, Madrigal, menos original que todo lo otro, pero de alto virtuosism­o instrument­al.w

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Vortex Temporum. El sexteto Grisey, plato fuerte del menú.

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