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Guebel, siempre en busca de Sherezade

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

Cuando publicó El absoluto, novela que el año pasado ganó el premio de la Academia Argentina de Letras, Beatriz Sarlo elogió “su habilidad prodigiosa y la imaginació­n inagotable” y señalaba que Daniel Guebel siempre tomó con escepticis­mo las modas de la literatura culta, dando a entender que tuvo igual paciencia para esperar a verlas desfilar en cortejo fúnebre. Guebel comienza este año literario con la reedición de un libro de los años 90 y con la singular novelita Tres visiones de Las mil y una noches, publicada a fines de 2017. Es este un relato con partes iguales de ficción y, digamos, de fantasiosa teoría crítica, con las que revisita su anterior Los padres de Sherezade. Leo en una entrevista que según el autor, Tres visiones trata sobre la inmortalid­ad o el tema de la finitud, lo que es parecido. La pregunta más humana de todas - ¿cuánto tiempo

de vida tengo?- con el correr de los años se convierte en ¿cuánto tiempo me queda? Y para un escritor prolífico como él, la vida restante se mide en términos de libros por escribir. Son las mismas preguntas en eco que acicatean la inventiva y los recursos narrativos de Sherezade, esa esclava (¿sexual, oral?) obligada a aplazar su sentencia de muerte cada noche mediante un cuento que transporte hastsa el alba el oyente poderoso.

La Sherezade de estas Visiones no ha muerto ni enmudecido; solo desapareci­ó para convertirs­e en ese motivo guebeliano por excelencia, la amada perdida. Esto arroja al pérfido sultán al vértigo de la noche, ante su propio tiempo “restante” en estado puro. Nada que Shahryar pueda hacer ni conseguir de otros remediará el vacío. La ausencia de Sherezade logrará, de un modo indirecto, desencaden­ar un Génesis en el sultán: la sopa cósmica en la evocación de unos genitales amados. El aliento de la descripció­n recuerda uno de los clásicos de su biblioteca, La perla del emperador.

En su Génesis de la literatura, Guebel se basa en que “cada narrador es un mundo nuevo”. Al mismo tiempo, la ficción es una crítica y el espejo de los horrores de la Historia. Los muchos narradores que contaron los cuentos de Las mil y una noches cifraron su tarea en la figura de Sherezade: eran “hombres embarazado­s por el anhelo de ganar buen dinero, obligados a contar historias a perpetuida­d y dominados por el terror a la muerte, pobres seres deseosos de que el déspota que les tocó en suerte” se vuelva a su isla.

Por último, el colofón Problemas del exotismo fantasea puentes y conquistas, tráficos y apropiacio­nes entre Oriente y Occidente, desde el primer traductor de Las mil y una noches, Antoine Galland, hasta el descubrido­r Heinrich Schlieman (cuya vanidosa esposa se presentaba en las fiestas con joyas micénicas). Guebel dice haberse liberado de la necesidad de mostrarse borgiano. Supongoque esto es así porque Guebel evidencia que ya la realidad – quiero decir, la realidad digital, ese gran paraguas que nos contiene y anexa- ha superado la discreta invasión del capítulo sobre Tlön en el tomo de la Encicloped­ia Británica. Es el mismo que ha escrito sobre el manuscrito Voynich, relato que forjó íntegramen­te a partir de la web. Pertenecie­nte a una generación con varios autores de primera importanci­a –Martín Caparrós, Alan Pauls, Sergio Chejfec, entre otros-, es el quien más se ha servido del insondable pozo digital para crear ficción, visiones y versiones. En este sentido, esta novela es también un muestrario lúdico de la caja de herramient­as internétic­a, con sus encicloped­ias simultánea­s y caóticas. Basta leer su colorida descripció­n científica de las encimas y receptores nerviosos que interviene­n en la retina a la hora de percibir.

Desde ya, el lector reencontra­rá en estas páginas las deliciosas marcas de su estilo (Sarlo lo llama desesperad­o y, no obstante, lleno de gracia y levedad). Me refiero al desparpajo de su hibridez; su montaje del registro más culto y el coloquial (hay polvos de aquellos, incluso), el castellano enjoyado de las antologías españolas junto al porteño local, y hasta imágenes acordes al cómic (como unos caballos que deberían alejarse de la hoguera sigilosame­nte “en puntas de cascos”).

Decíamos que Guebel acaba de reeditar la novela Matilde, que no tiene nada que ver con ninguna persona existente ni hoy ni en el pasado, sino con –otra vez- una dama ausente, un fantasma.

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Un prócer. Rodolfo Walsh, pionero de la no ficción.

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