En la universidad de la bohemia
“Muchas veces me pregunté porqué no formé parte de ellos. Si no me las había arreglado para sobrevivir mediante la coartada de no darles la razón. O si esa especia de azar que me había ubicado en la universidad bohemia de los bares, en lugar de la que iniciaba la en la disidencia y la politización a ritmo de ráfaga, me había diseñado un destino alejado de la militancia, ese donde las palabras, al menos en la imaginación, eran sustituidas por armas.
Como tantos había recibido el impacto de la revolución cubana a través de un coctel cuyos ingredientes eran el autostop de Simone De Beauvoir, los empleos informales y los libros del Centro Editor de América Latina. Mis padres habían iniciado en sus familias de origen la primera generación de profesionales. Yo podía pasar de largo por las puertas de la universidad sin que el ascenso de clase se volviera reversible. Entre pequeño-burgueses, ser “laico” era una condición que podía asociarse positivamente a la vocación revolucionaria, en lugar de a una diletancia capaz de eludir los avatares de una carrera.
El arte fue mi coartada primera. La asistencia a un par de talleres de pintura me arrastró de un realismo estilizado a la neofiguración (...)”