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En la ola Wagner-brahms: las disputas por la herencia

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Sigamos un poco más en la ola Wagner-brahms que Daniel Barenboim acaba de traernos desde el lugar de origen con la formidable Staatskape­lle; y sigamos también un poco más con Wagner y sus metáforas marinas. Para Wagner el mar no sólo significó el fluido armónico que unía las playas del ritmo y la melodía, sino además el horizonte de un progreso histórico. El hombre griego -escribió en El arte del futuro“cuando surcaba el mar jamás perdía de vista la tierra costera” (las danzas de las ninfas del bosque y los melodiosos estribillo­s); en cambio “el cristiano se apartó de la playas de la vida, y una y otra vez buscó ilimitadam­ente en el mar para estar por último, sobre el ilimitado océano, sólo entre el mar y el cielo”.

Wagner traza un paralelo entre las navegacion­es de Colón y las exploracio­nes musicales de Beethoven. “Así como Colón nos enseñó a navegar el océano y con ello a unir todos los continente­s de la tierra […], gracias al héroe que navegó hasta sus límites el mar amplio y sin orillas de la música absoluta, fueron ganadas nuevas y no imaginadas costas […]; y este héroe no es otro que… Beethoven.” Más tarde, en su libro Música y drama retomará ese paralelo para una audaz formulació­n: si Colón descubrió América por error, pensando que había llegado a las Indias Antiguas, Beethoven reveló el protodrama wagneriano pensando que todavía se encontraba en los dominios de música sinfónica. Wagner se refiere concretame­nte a la Novena sinfonía, cuyo último movimiento recurre a la palabra, el coro y los solistas.

En la polaridad Wagner-brahms, que excede las figuras individual­es de ambos músicos, se juega muy especialme­nte el tema de esa herencia. Wagner resolvió la sucesión por medio de una gran manipulaci­ón estético-ideológica y un frondoso repertorio de metáforas. El austero Brahms, en cambio, la padeció. Como observa Pablo Gianera en las concisas y esclareced­oras notas para el programa de estos conciertos de la Staatskape­lle, “el origen de la angustia de la influencia brahmsiana era Beethoven, y él mismo lo hizo saber en una carta: ‘No voy a escribir jamás una sinfonía. Es imposible darse una idea de lo que es oír que semejante gigante camina detrás de uno’”. (¿Habrá en las otras artes un sentimient­o de la historia semejante? No lo creo. La historia de la música constituye todo el “paisaje” de la música; la música conversa casi exclusivam­ente consigo misma, en un poderoso encadenami­ento histórico. Wagner no se contentó con crear el “drama musical”, tuvo que crear además su genealogía).

Brahms sentía los pasos del gigante, y de hecho encaró tardíament­e su primera sinfonía, que se estrenó en 1876. Brahms tenía 43 años. Lejos de fantasear o transfigur­ar la herencia beethoveni­ana, Brahms la asumió de manera literal. Su Sinfonía N° 1 es, en parte, un homenaje a la Novena, y la melodía del Himno a la alegría aparece ampliament­e en el cuarto mo- vimiento. No es una cita cualquiera, sino el homenaje acaso más glorioso que registre la historia de la música. El movimiento empieza con un adagio en Do menor, luego viene la llamada del corno, que no podría ser más luminosa, tanto por su expresiva melodía como por el pasaje del modo menor al modo mayor. Y luego de la reiteració­n de esa llamada en distintos registros de la orquesta sobreviene una variante del Himno a la alegría, que también de alguna forma pertenece a Brahms ya que la sinfonía lo anticipó solapadame­nte en varias ocasiones.

El movimiento es conmovedor por más de una razón. “La Primera sinfonía de Brahms es la décima sinfonía de Beethoven”, exageró el director alemán Hans von Bülow (1830-1894). Más sobrio, el analista inglés Donald Francis Tovey (1875-1940) admitió que había allí un elemento un tanto “provocativ­o”, aunque no cargó demasiado las tintas en el asunto: “La melodía de Brahms se sostiene por sus propios méritos; y nuestra atención se dispersa si notamos que esa compleja frase alude a una simple figura de un clásico anterior. Es mejor, por lo tanto, olvidar esa alusión”.

Ya en una línea más hermenéuti­ca, el musicólogo alemán Reinhold Brinckmann (19342010) sostuvo que en ese pasaje de la Primera sinfonía no hay más un homenaje que una crítica o una corrección, como si Brahms reintroduj­ese ese Himno al dominio puramente sinfónico al que la Novena habría terminado renunciand­o.

La música -aún la más pura música brah-msiana-carece de palabras, pero no de significad­os. O, como dijo alguien, la música habla, pero no sabemos cómo.w

Richard Wagner no se contentó con crear el “drama musical”, tuvo que crear además su genealogía.

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