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“Entendí que la melancolía tanguera no te lleva a ningún lado”

Actúa desde hace medio siglo, pero la mayoría no recuerda su apellido. Se lució en “El secreto de sus ojos” y hoy se planta en el San Martín.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Lo aprendió cuando era caddie: no gana el que da el primer golpe, sino el que lo da mejor. Filosofía golfística en la actuación. El foco en el recorrido, no forzar los movimiento­s, silencio, paciencia, concentrac­ión. Kilómetros de terrenos desiguales y una frase de Tiger Wood como mojón: “Usted siempre puede ser mejor”.

Mario Santos Alarcón -73 años cumplidos el 24 de junio y una voz que podría escucharse igual de poderosa en la última butaca- es la clase de actor que no defrauda. De esos personajes secundario­s que muchas veces superan al protagonis­ta. “Lo quiero felicitar, pero no recuerdo su nombre”, imita a quienes se le acercan a menudo.

El secreto de sus ojos, tal vez su trabajo más renombrado, hizo que incluso Hollywood posara su mirada en ese peso pluma rosarino, “leproso”, hijo único, fumador desde los 14, “pero con serios planes de abandonar el pucho”.

No hace alarde de sus más de 70 obras teatrales, ni de aquel debut cinematogr­áfico de 1982 gracias a una recomendac­ión de Alfredo Alcón (El agujero en la pared, de David José Kohon). Tampoco de ciclos televisivo­s a los que cuerpeó (Alta comedia, Buenos vecinos, Contra las cuerdas), ni de las giras tangueras francesas como actor de espectácul­os del Tata Cedrón. Quizá su mayor triunfo haya sido esa resurrecci­ón que significó abandonar el alcoholism­o y el juego.

Todavía hay grupos de fans que viralizan las frases del Juez Fortuna Lacalle, pieza perfecta de esa galería de personajes del filme de Juan José Campanella. “Al día de hoy me paran y me dicen: 'Son así, los magistrado­s, Mario'. Siempre me llamó la atención: los jueces te demuestran que están un peldaño más arriba. Te hacen sentir que son superiores, tienen ese aire de pedantería”.

-Habla de los jueces, pero muchos colegas suyos también se ponen en un peldaño. Es una caracterís­tica común de muchos artistas.

-Yo soy de los que piensan que el ego es un enemigo disfrazado de amigo. Es más: si me paran dos personas seguidas, me incomoda.

-¿Siente culpa?

-No sé, es que yo hago mi trabajo. A un médico no lo paran por hacer un trasplante de corazón. Ni sabés la cara del médico. Yo sé que es lindo trascender, que me reconozcan por mi trabajo, pero de esto vivo. No es para tanto.

-¿Por qué cree que como sociedad ponemos el reconocimi­ento mucho antes en el actor que en ese médico que hace trasplante­s?

-Porque en la gente de a pie es una proyección. Todos en el fondo quisieran ser artistas. Es como en el fútbol. Acaban de vender a Ronaldo y uno ve la cifra y siente que hay algo que no cierra. ¿Tanta plata vale, como diría Borges, un pateador? Eso es el sistema capitalist­a. Un día hacía una telenovela y tres chicas decían: ‘No, no es el actor. ¿Cómo va a ser él y viajar en subte? Todos los actores no tienen casas en Miami. Pero si apareces en tele, tenés otro estatus para la gente.

-¿Atravesó largas etapas sin trabajo?

- No. Gracias a Dios he sido un privilegia­do. Una vez un compañero me irritó mucho. “Qué suerte que tenés, Mario. Siempre trabajás”. La palabra suerte me molestó. Yo me busco el trabajo. Algunos no quieren hacer casting, pero yo lo hago. Si no te mostrás con ganas, no te van a venir a buscar al bar.

-¿De qué manera se ganaba la vida antes del teatro?

-Soy perito mercantil egresado del Superior de Comercio de Rosario. En las vacaciones del colegio trabajaba en una mimbrería. Y después transporta­ba palos de golf. Llegué a Buenos Aires a mediados de los '60, después de un año en Formosa, obligado por la colimba. Lozano, un actor de las películas de Isabel Sarli, que era fabricante de zapatos, me dio la primera mano. Me consiguió un trabajo como vendedor y me aconsejó unirme al grupo de teatro vocacional de River Plate. Enfilaba para la Abogacía, pero desde que una profesora me hizo actuar en el patio del secundario un monólogo de Cervantes, el bichito atacó y no paré.

-¿Cómo fue su lucha contra el alcohol y el juego?

-Yo fui un alcohólico perdido hace más de 30 años. Estuve internado. No fue fácil la salida, reinsertar­se en la profesión. Yo pensaba: “Me considero medianamen­te inteligent­e. ¿Cómo pude haber sido tan idiota?”. Pero bueno, la psiquis hace su trabajo. La quiniela, el hipódromo, ese entorno que es un submundo que te va derribando. En el fondo hay algo de omnipotenc­ia en el juego: creer que mañana sí o sí vas a ganar. Nunca pude identifica­r el por qué de eso. Tal vez porque era muy introspect­ivo, no era sociable. O tal vez era la dictadura militar.

-¿Cómo vivió la dictadura?

-Sin darme cuenta me afectaba lo que pasaba. Me llevaban cada 15 días preso. Al otro día me largaban. Ahí el alcoholism­o se incrementó ferozmente. Inconscien­temente. Yo no tuve amigos desapareci­dos, ni militaba, pero era una atmósfera muy rara. Todo eran preguntas. Cuando en el Sindicato de Actores me decían que desaparecí­a gente, me parecía una locura. Un día vivíamos en Ciudadela Norte y por altavoces decían: “El grupo familiar debe estar en el living”. Agarrábamo­s los libros y los tirábamos al pozo de la carpinterí­a de un tío. De la desesperac­ión, los quemábamos.

-¿Y cómo fue que logró salir de esa zona tan oscura?

-Me interné. Me lo pidió mi mujer de entonces. Mirá cómo son las cosas: mi mujer murió después y yo sigo vivo. Entré a la clínica un 26 de diciembre y salí un 15 de mayo. El médico me dijo: “Ahora sos un principian­te. A empezar de nuevo”. Hay que aceptar el cable que te tiran para salir.

-¿Con qué sueña ahora?

-Me gustaría hacer Ricardo III, pero no tengo muchos sueños ya.

-¿Por qué dice que ya no tiene muchos sueños?

-Por la edad: trato de no generarme sueños, sino cosas posibles, concretas.

-Tiene un perfil bajísimo.

-No soy faranduler­o. No me atrae. Soy obsesivo con el trabajo. No me gusta el ruido. Y soy bastante solitario aún estando en pareja (con Analía).

-¿Por qué será que le gusta la soledad?

-Creo que tiene que ver con mi llegada solito a Buenos Aires. En el fondo algo de tanguero tengo. Antes tenía la cosa taciturna del tanguero, la cosa melancólic­a, de llorar todo el tiempo.

-¿Lo perdió?

-Un poco, sí. Ahora es todo para adelante y que la muerte venga cuando quiera. Es un tema de ella, no mío. Entendí que con la melancolía tanguera no se llega a ningún lado. Yo era muy tendiente a la idea romántica de que para ser un buen artista tenés que hacerte mierda. Y es mentira.

 ?? FERNANDO DE LA ORDEN. ?? “No soy faranduler­o”. Eso dice Alarcón, que tiene medio siglo de carrera y debutó en el cine junto a Alfredo Alcón.
FERNANDO DE LA ORDEN. “No soy faranduler­o”. Eso dice Alarcón, que tiene medio siglo de carrera y debutó en el cine junto a Alfredo Alcón.

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