Noche de zombies en el cementerio de Cattelan
Fue una noche perfecta para una fiesta al aire libre, al final de un día entero de visitas y actividades por distintos barrios porteños. Después de Puerto Madero, con los silos intervenidos por Barbara Kruger, de una performance en el Jardín Botánico –Polenphonia, de Eduardo Navarro-, llegó la primera noche al sereno en el cementerio pop-up de Maurizio Cattelan, con sus lápidas escogidas entre cientos que fueron propuestas. Y uno puede imaginar la dificultad de la selección. De hecho, cuentan que al artista italiano hubo que explicarle en detalle el concepto de grieta virulenta, profundizada en el último mes de protestas opositoras y desbarrancadero cambiario. El director de Desarrollo Creativo de la ciudad, Diego Radivoy, el principal encargado de esta gran movida, desmiente que se presentaran lápidas para Juliana Awada: “No incluimos lo que nos pareció que carecía de valor y era meramente insultante”. Otro estrecho colaborador de la producción, que reservó su nombre, confirma que se rechazaron varios proyectos motivados por el odio político –“rebotamos varias tumbas de Mauricio Macri aunque aceptamos una, porque la hay tam- bién de Cattelan; también rechazamos el proyecto “Aquí yace Cristina p…”.
Hacia las 9 de la noche del jueves último, el bello espacio del Museo de Monumentos y Obras de Arte, un rincón desconocido de Plaza Sicilia, en los bosques de Palermo, ofrecía el decorado de su jardín con grandes piezas escultóricas, algunas en fragmentos: es una especie de bello sucedáneo del Museo del Capitolio, en Roma. Con sus camastros para el ocio, el conjunto evocaba una escena decadente de la película La grande bellezza. Por pedido expreso, todos los invitados llevaban luto, a excepción del más cool, el propio Cattelan, vestido con una campera rompevientos Adidas, de color blanco y gráfica dorada, donde se leía Newshit. Al final del día inaugural, algunos críticos se mostraban interesados en varias de las muestras de Art Basel Cities pero dudaban del resultado final de su
Eternity, al ponerlo en la balanza contra los dos millones de dólares, el canon que la ciudad pagó por la marca Art Basel. En el contexto de la devaluación, del ajuste que se avecina e incluso del encogimiento burocrático que convirtió el Ministerio de Cultura de Nación en una secretaría, el programa parece desmesurado. O mejor: si la ciudad va a invertir en esto, más le vale que sea a conciencia.
Lleno de gente hasta la medianoche, estudiantes del UNA y vecinas bien trajeadas, la fauna de todas las edades desafió cualquier miedo a la inseguridad internándose unos 30 metros en el parque hasta el cómico camposanto de parroquia concebido por el artista italiano. De día, todos los detalles de esta pieza colectiva regalan ese humor macabro con que los vivos conjuramos la muerte. La curadora general de la edición de Art Basel Cities, Cecilia Alemani, llamó “folk art” a estas instalaciones y esculturas que otros críticos, menos benévolos, describen como “bastante trash”. Alemani observa que en su primera versión, en Italia, el conjunto era mucho más triste mientras que en Buenos Aires, las tumbas son festivas. De noche, se parece a un cementerio mexicano en el Día de los Muertos. El sitio también aporta otras referencias. El lago cercano, en el que se instaló una máquina de humo, evoca criaturas de pesadilla y el cine clase B. Hacía pensar en el video clip de Michael Jackson como lobizón: los zombies tardarían poco en llegar desde la cercana Recoleta.
Lápidas de acrílico con platos rotos, a la griega. Otra con cáscaras de huevo, dedicada a un gran rompedor... El galerista Sigismond de Vajay revela que se pidió su ayuda para dar un tono más “internacional” al catastro, en el que se reiteraban los consabidos Maradona y Susana Giménez. El ofreció diez tumbas y alcanzó a completar la mitad, trabajando a contrarreloj con la ayuda de su hija. Hay una tumba multicolor de Marta Minujín. Entre las maradonianas, la del balón metálico inmortaliza: “Aquí descansa dios”. Una lápida empaquetada del artista Christo: “Efímeros envoltorios que vivirán por siempre”. Otra con el nombre de la artista Luna Paiva, la favorita de Alan Faena, hecha con caños de escape de acero.
Los organizadores acusaron recibo de las críticas que siguieron a un artículo publicado por Clarín, en el que se reveló lo pagado a Art Basel. Pocos días después de que el dólar tuviera su escalada fatídica, esa suma adquiere otra dimensión. Radivoy señala que no debe pensarse como un gasto sino como una inversión en el arte argentino, “necesaria para ubicar la ciudad en el mapa del arte global”; y subraya que varios artistas extranjeros, incluido Cattelan, no cobraron nada. Sin embargo, en ese contrato leonino parece que nada es suficiente: el canon no incluye un stand porteño en Art Basel Miami (!), sino apenas una pared donde ubicar un logo. Incluso la ciudad apeló a instituciones y coleccionistas importantes para que asumieran la organización de algunas cenas.
A pesar de las burbujas, flotaba en el ambiente la sensación compartida de que Art Basel Cities literalmente había pegado en el palo…, convirtiéndolo en una fiesta de otro tiempo. Una fiesta en esos años de gloria, cuando un dólar a mitad de precio hacía soñar a Buenos Aires,