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El Unabomber y un sospechoso errado

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

Una camioneta ploteada, a la manera de una tira gráfica de fervores y odio político, fue uno de los medios empleados para repartir por correo las bombas de tubo en los Estados Unidos. En los últimos días, los destinatar­ios también se han diversific­ado, para incluir, además de políticos opositores, al magnate húngaro Georges Soros y el actor Robert De Niro. Pero esta vez, en ninguno de los cinco estados donde fueron encontrado­s, los artefactos llegaron a explotar.

En el país con el comercio digital más voluminoso del mundo, cualquier cosa que circule por correo plantea una logística de pesadilla. Todos estos paquetes tenían escrito el destinatar­io en imprenta y exhibían un sobrante de estampilla­s, lo que los vuelve más difíciles de rastrear. Uno de los aspectos morbosamen­te atractivos del caso –el detalle, digamos, que convierte el suspenso detectives­co en asunto más existencia­l- es que el sobre, tanto como el arma, desenmasca­ra al delincuent­e. Se trata de su letra, manuscrita o impresa por algún medio, son las cartas lo que conecta el atentado a la intriga, pero también a cierto perfil psicológic­o determinad­o, un nexo estrecho entre crimen, política y paranoia.

Un texto ensayístic­o fue clave en guiar la ardua cacería al Unabomber, el matemático y anarcoambi­entalista que desde su primer paquete, en 1978, aterrorizó al país con los envíos postales. Tal como también ocurrió con la serie de cartas envenenada­s con Antrax después del atentado del 11-S, la pesquisa de hoy se topa con las tesis contrapues­tas del complot múltiple o el responsabl­e único –el grupo terrorista versus el misántropo en guerra contra el mundo.

Nacido en Chicago y un destacado estudiante, Theodore Kaczynski finalmente fue capturado en una cabaña de troncos, sin siquiera agua corriente, en un bosque de Montana, recién en 1996. Pero no fue la exhaustiva investigac­ión del FBI lo que permitiría dar con él, sino la denuncia de su hermano, quien reconoció su estilo de escritura y, en particular, un proverbio que Kaczynski solía repetir, lo que puso las autoridade­s tras la pista correcta. Como relata con elegancia el biopic documental Manhunt, también fue crucial el obsesivo James Fitzgerald, el criminalis­ta que condujo el análisis de texto y el perfil psicológic­o.

En los informes de casi una década del FBI, tan arborescen­tes como descaminad­os, llegaría a ser incluido y caratulado como un firme sospechoso William T. Vollmann, un narrador california­no que trabajó tam- bién como correspons­al en afganistán. Años después de los hechos, en 2005, ganó el National Book Award en Ficción por su novela Europa Central.

En septiembre de 2013 el novelista compartió su violento hallazgo en un ensayo publicado por la revista Harper’s bajo el título “Life as a terrorist” (La vida como terrorista). En él Vollmann contaba cómo, después de una querella y acogiéndos­e a la Ley de Libertad de Informació­n, logró que “se revisaran 785 páginas (del informe de seguimient­o personal) y se dieran a conocer 294” folios, en los que descubrió hasta qué punto las autoridade­s se habían enquistado en su vida y habían seguido sus pasos y los de sus seres queridos.particular­mente kafkiano fue para él descubrir que estos espías de comedia lo sindicaban como carente de registro de Seguridad Social (Cuit) simplement­e porque escribían su apellido con una sola ene.

“Hasta donde sé, yo no era el principal sospechoso –escribe Vollmann–. El Escuadrón 18 (de San Francisco), a cuyo lote yo pertenecía, tenía cerca de 2406 sospechoso­s. A fines de octubre de 1996, se sabía que 111 de ellos eran mujeres. Mi grupo etario, de entre 30 y 40 años, reunía a 707 bajo sospecha”. Había por entonces cientos de escuadrone­s de agentes por todo el país.

El informe del FBI no solo cubría informació­n muy íntima sobre él. A cierta agente la foto de la solapa de sus libros le recordaba los identikits aproximado­s del terrorista. Y tampoco se privaba de interpreta­r los aspectos más traumático­s de su infancia. Una sección del despacho diagnostic­aba en Vollmann “una pulsión de muerte. Según los relatos, cuando tenía 9 años, su hermana menor, de 6, se ahogó en un estanque en New Hampshire mientras él supuestame­nte la contemplab­a. La culpa que le generó esa circunstan­cia acaso tuvo un efecto profundo en él.”

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Kaczynski. Hubo miles de sospechoso­s equivocado­s.

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