Clarín - Clarin - Spot

ALMUDENA GRANDES

La escritora madrileña, Jurado del Premio Clarín Novela, (que se entrega el martes) anticipa su próxima obra.

- Susana Reinoso seccioncul­tura@clarin.com

La notable narradora analiza la delicada tarea de construir ficciones sobre heridas aún abiertas del pasado.

Las palabras de Luis Cernuda sobrecogen desde el inicio de Los pacientes del doctor García (Tusquets), la última novela de Almudena Grandes que integra su serie Episodios de una guerra interminab­le, por la que la narradora madrileña acaba de recibir el Premio Nacional de Narrativa. Son versos de Díptico español, un poema contenido en el volumen Desolación de la Quimera (1956-1962), en los que el poeta se refiere a la España con la que se identifica. No es la de la dictadura franquista, a la que llama “obscena y deprimente”, sino “esta España viva y siempre noble que Galdós en sus libros ha creado”.

Precisamen­te de los años oscuros de ese país, transcurri­dos entre 1939 y 1964, tratan las seis novelas que integran la saga Episodios… de las cuales cuatro gozan de excelente salud entre los lectores y la quinta tiene entusiasma­da a Almudena Grandes, quien ya escribe La madre de Frankenste­in, sobre la que habló con Clarín.

Almudena Grandes tiene una energía arrollador­a y es de una sencillez encantador­a. En pareja hace décadas con el poeta Luis García Montero, flamante director general del Instituto Cervantes, cuenta con amenidad que la notificaci­ón del premio de Narrativa la pescó en una urgencia familiar. A la par que construye una obra poderosa sobre la posguerra española y la dictadura franquista también vive los pormenores de cualquier cotidianei­dad.

-¿Qué clase de España es la actual, superado ya el deprimente país que fue durante la dictadura franquista?

-España siempre es un país complicado con una historia difícil. Llevo muchos años sosteniend­o que el origen de muchos de los problemas actuales de la España contemporá­nea tienen que ver con la amnesia generaliza­da que se instaló en la oposición. Franco también fue una anomalía hasta su muerte. Fue el único fascista que ganó una guerra en la Europa del siglo XX. Ganó la guerra que perdieron los demás. Y después de su muerte se optó por emitir una consigna que era: “Para progresar había que olvidar”. Y eso es absurdo y muy contraprod­ucente, porque una dictadura moldea los pensamient­os, moldea los sentimient­os, la conciencia de un país entero durante 40 años. Ese control no desaparece porque tú de repente digas que no quieres acordarte. Cernuda tuvo que elegir entre la España noble y siempre viva de los libros de Galdós, que para él era la única patria posible, y la España canalla de la dictadura. Nosotros no podemos elegir, sólo tenemos una. De lo que se trata es de conseguir que se normalice la democracia española, y que España deje de ser un problema para los españoles. Hay millones de españoles para quienes la nacionalid­ad y la bandera son un un problema.

Donde hay un hecho tengo que hacer un equilibrio entre mi libertad para crear y la lealtad a la verdad histórica.”

-¿Cuál es el final de la guerra interminab­le?

-Me hubiera gustado llamar a la serie Nuevos Episodios Nacionales, como homenaje a Benito Pérez Galdós, porque hay una tradición literaria que cuando quieres homenajear un libro le pones el “nuevo” adelante. Pero como los franquista­s se llamaban nacionales a sí mismos y se apoderaron de esa palabra, tuve miedo de que ese adjetivo no fuera adecuado y muchos españoles no se reconocier­an. Entonces lo titulé Episodios de una guerra interminab­le, porque cuento 25 años de la posguerra, desde 1939 hasta 1964, desde el punto de vista de los que no se rindieron, de los que siguieron luchando contra la dictadura. Para ellos la guerra no terminó hasta que Franco se murió y volvió a haber democracia en España. Hay mucha gente que piensa que yo digo que la guerra no se ha acabado todavía, pero no es exacto. La guerra se acabó cuando los resistente­s antifranqu­istas dejaron de luchar. Lo que pasa es que sigue flotando sobre los habitantes de España y tenemos que resolverlo. Es cierto que hay que pasar página, pero antes hay que leerla.

-¿Cómo avanza La madre de Frankenste­in, la que será su quinta novela de esta serie, en la que habla sobre

los años 50, los más grises de la dictadura según usted?

-Llevo ya 80 folios que deben ser unas 130 páginas. Me falta muy poco para terminar la tercera parte. Espero terminarla este verano y saldrá a comienzos de 2020. Los 50 fueron los más tristes porque fueron los años sin esperanza. En los años 40, cuando la represión era más feroz y sangrienta, había esperanza. Los republican­os estaban convencido­s de que, después de la Segunda Guerra Mundial, los aliados iban a echar a Franco del poder. En los años 50 se sabía que eso no iba a pasar. Y aún no habían empezado los 60, cuando los emigrantes salieron de Europa y se dieron cuenta de que había otra forma de vivir y empezaron a llegar los turistas a la costa en España. Se fundó un sindicato comunista muy importante, Comisiones Obreras, y en 1962 ya se presentía el final. Hubo una nueva oposición desligada de la guerra, que cada vez era más ambiciosa, el Partido Comunista iba teniendo más fuerza en España y era cada vez más difícil no darse cuenta. Pero en los años 50 estaban en un hoyo. Fueron los años de la España nacional y católica, en los que el Estado y la Iglesia fueron una sola cosa. Cuando todos los pecados eran delitos y era más grave pecar que cometer un delito. Fueron años muy ingratos, sobre todo para las mujeres. Fue especialme­nte asfixiante para ellas. Yo cuento esa década desde el interior de un manicomio de mujeres, el de Ciempozuel­os en Madrid, a partir de la agonía y muerte de una mujer muy célebre, Aurora Rodríguez Carballeir­a, famosa porque asesinó a su hija de cuatro tiros, que estaba muy loca y era muy inteligent­e. Cuando acabó la guerra cundió la leyenda entre los republican­os que esta mujer se había escapado. Pero acabó su vida en Ciempozuel­os haciendo muñecos de trapo –por eso se llama La madre de Frankenste­ina los que miraba durante horas para transferir­les su espíritu. Siempre me ha parecido que la tristeza de Aurora es una metáfora perfecta de lo que era la España de los años 50.

-¿Cuánto le cuesta a usted, que es de izquierda y tiene un compromiso con esta perspectiv­a para narrar, asumir los excesos cometidos por los resistente­s?

-Yo los he contado siempre. Desde el primer momento me di cuenta que si no era capaz de ser honesta con los errores de mi propia tradición, no iba a tener legitimida­d para contar la dictadura. Ya desde el primer libro hablo sobre el coraje de los pequeños militantes, pero también sobre los procesos stalinista­s del PC y la cara oscura de la dirección del PC. Mucha gente recibió esa primera novela de la serie, que marca un poco la temperatur­a moral, como una obra de rojos y se pelearon conmigo. Nunca he omitido contarlo. Pero como escritora puedo escoger mis temas, algo que no puede hacer el historiado­r. Donde hay un hecho real tengo que hacer un equilibrio entre mi libertad para crear y la lealtad a la verdad histórica. No podría esperar que los lectores creyeran lo que cuento si no soy honesta con mi propia tradición. Claro que me cuesta, ¡pero lo hago!

-Esta memoria en construcci­ón a lo largo de sus seis novelas aún es discutida en España. Hay lectores que se lo dicen.

-Está bien que no exista una versión única e institucio­nalizada de la Historia. Está bien que coexistan diversas versiones, porque la Historia y la realidad son complejas. Y sobre todo porque no todos vemos lo mismo cuando enfocamos hacia el mismo lugar. Sin embargo, en España la democracia no se ha esforzado por elaborar un relato propio del camino que llevó al país a esa etapa. En todos los países de Europa, menos en España, se asume que en una guerra donde hubo fascistas y demócratas, los demócratas de hoy tienen que rendir homenaje a los de ayer. Eso no implica ocultar que en el bando demócrata hubo errores y excesos. Pero se ha construido un relato que no se discute. En España no ha habido relato propio en democracia, entonces gran parte de los conceptos básicos que los españoles tienen sobre la Guerra Civil y la dictadura proceden de la historiogr­afía franquista, porque nadie la ha desmontado. Los historiado­res sí lo han hecho, pero las institucio­nes no. -De todos modos parece haber un giro en este asunto, cuando una novela como Los pacientes del doctor García gana el Premio Nacional de Narrativa, que concede el Estado español.

-¡Ojalá! Desde luego cuando me dieron el premio me acordé de todas esas personas que desde hace años me dicen que he contado la historia de sus abuelos y se han emocionado con las novelas, este premio es de todos ellos, para todas las personas que se reconocen en mis libros. De alguna manera este es un cambio de criterio, porque ha habido otras novelas sobre la memoria que han ganado premios nacionales, pero todas eran equidistan­tes. Siempre he pensado que la Guerra Civil fue entre fascistas y demócratas. Y además soy la séptima mujer en 90 años que gana el premio.

-He leído que durante el proceso de escritura usted se emociona y hasta llora por la suerte de sus personajes.

-Sí, me compadezco de antemano de lo que les voy a hacer. Aunque sean historias reales y los personajes estén basados en gente real, los hago personajes de ficción. Mis personajes son héroes por accidente. Se compromete­n por razones que mueven a la gente normal: por lealtad, por gratitud, por amistad. Y que después de ese esfuerzo y esos riesgos, fracasen en su intento, eso me afecta muchísimo. Me compadezco de antemano porque sé la putada que les voy a hacer. Más que llanto, tengo una congoja porque sé que lo van a pasar mal, pero ellos no lo saben.

 ??  ??
 ?? RUBEN DIGILIO ?? España, años 50. “Era más grave pecar que cometer un delito”, describe la escritora madrileña.
RUBEN DIGILIO España, años 50. “Era más grave pecar que cometer un delito”, describe la escritora madrileña.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina