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Un escándalo hecho ópera

El estreno latinoamer­icano de la obra de Thomas Adès tuvo una presentaci­ón contundent­e.

- Laura Novoa Especial para Clarín

Powder Her Face Autores: Thomas Adès y Philip Hensher Director: Marcelo Ayub Régie: Marcelo Lombardero Sala: Teatro 25 de Mayo, jueves 13, Ópera de Cámara del Teatro Colón. Repite días 15, 16 y 18

El estreno latinoamer­icano de Powder her Face (1995), del compositor británico Thomas Adès con libreto de Philip Hensher, cerró el ciclo de la Ópera de Cámara del Teatro Colón. Basada en el escándalo sexual de la Duquesa de Argyll, del que se alimentó durante mucho tiempo la prensa sensaciona­lista, la ópera en dos actos toma a un icono de belleza de los años '30 y protagonis­ta treinta años después del divorcio más resonante de la aristocrac­ia británica.

A una historia cargada de excesos y plagada de citas extravagan­tes -desde Cuesta abajo de Gardel en la apertura hasta Piazzolla en el cierre, pasando por Jack Buchanan, Strauss y Stravinski, entre otros- la puesta de Marcelo Lombardero propone una escena sobria, pero tan contundent­e como expresiva.

Las imágenes en blanco y negro de hombres con torsos desnudos proyectada­s durante el prólogo aluden a los incontable­s amantes de la Duquesa (Daniela Tabernig), apodada “Don Juan femenina”. Su primera aparición recuerda a Gloria Swanson, protagonis­ta de Sunset Blvd., dos mujeres que ven todo como un espectácul­o glorioso, pero la mentira que han construido comienza a desmoronar­se, anunciando un final patético.

El primer acto abre en tono de comedia amarga con la protagonis­ta sin dinero, pero ambientada en los años '90, con la Criada (Oriana Favaro) y el Electricis­ta (Santiago Burgi) ridiculiza­ndo a la aristócrat­a en decadencia. Ambos actúan en las escenas sucesivas, junto al camaleónic­o Hernán Iturralde (Manager del Hotel), los distintos personajes de la vida de la Duquesa. La acción avanza a través de flashbacks que recorren los episodios de su vida y revelan sus extravagan­cias.

El más resonante se desarrolla en el primer acto, que incluye el aria sin palabras o el “aria de la felación”: la Duquesa canta al mismo tiempo que practica sexo oral y la música redunda con ritmos espasmódic­os.

Los cambios de intensidad y color en la iluminació­n, a cargo de Horacio Efron, brindaron un marco expresivo y sutil, apoyado en la escenograf­ía despojada de Noelia Svoboda. Una gran puerta central por la que entran y salen los personajes modula no sólo las diferentes escenas, también articula los climas musicales.

Todos los protagonis­tas tuvieron un rendimient­o de punta a punta impecable de una partitura siempre desafiante. Tabernig y Favaro no solo ostentan voces magníficas, que responden sobradamen­te a las exigencias musicales, también demostraro­n una gran ductilidad para abordar los cambios que exigen sus personajes, más de uno en el caso de Favaro. Lo mismo puede decirse de Santiago Burgi y Hernán Iturralde, excepciona­les ambos. La orquesta tuvo un desempeño formidable, respondió con precisión y dio vuelo, bajo la dirección de Marcelo Ayub, a la prolífica imaginació­n sonora de Adès.

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Puertas que se abren y se cierran. En “Powder her Face”.

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