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Nicole Kidman y los Oscar

- Silvia Maestrutti Especialpa­ra Clarín

“Es típico en mí que vea en la pantalla mis trabajos y me parezca que me equivoqué en todo”, le confesaba Nicole Kidman a un público que la miraba arrobado en la intimidad de la sala del teatro Arc Light, en el barrio de Hollywood. Con un metro ochenta de estatura, la actriz australian­a casada con el cantante Keith Urban jamás pasa desapercib­ida. “¡Es tan bella, parece una estatua!”, decía la señora que había sacado primera fila solo para poder tenerla bien cerca cuando la rubia se acercara al final a hablar sobre su metamorfos­is en Destrucció­n (Destroyer). Un simple rodete y poco maquillaje, difícil creer que era la misma persona que, morocha y con los dientes en mal estado (producto del maquillaje), protagoniz­aba en la pantalla un dramón como la agente de policía Erin Bell, alcohólica, durmiendo en un auto, en este policial negro.

Gesticulan­do mucho con las manos, Nicole Kidman contó que estaba ahí para promover que más gente compre la entrada de películas de bajo presupuest­o como esa o Boy Erased, la otra por la que también podía haber sido nominada a un Oscar, donde compone a una madre muy religiosa con sentimient­os encontrado­s por su hijo gay, al que su esposo quiere convertir a la fuerza.

A muchos críticos les pareció una injusticia que la Academia la haya dejado afuera del Oscar. “Los premios ayudan a las películas independie­ntes, hacen que más gente las apoye comprando entradas; es la única manera que tenemos los actores de poder seguir haciendo proyectos tan interesant­es”.

No los busca por ella, no es cuestión de vanidad personal, asegura. Este año, entonces, a Kidman le tocará subir al escenario a entregar un Oscar el 24 de febrero sin estar nominada. El único hasta ahora lo ganó en 2003, en la pielde Virginia Woolf en Las horas, era el primero de estos premios para una actriz australian­a e hizo historia. Como en Destroyer, uso maquillaje para alterar su cara.

Aunque ha reconocido que se arrepiente de haberse pasado con el Botox que le dejó la cara bastante tirante durante un tiempo, cuenta que le fascina tener que transforma­rse completame­nte para un rol. “Probamos el maquillaje para Destroyer en casa y me daba un aspecto tan duro, oscuro, que a mis hijas les dio un poco de miedo”, confesaba. Sandy Rose y Faith, de 10 y 7 años, están acostumbra­das a ver a mamá disfrazada, viene haciéndolo desde los 14. Es su mamá, la que tiene la estatua del Oscar en su living en Australia, la que la aconseja. “Nicole, tenés que aceptar todas las posiblidad­es que se te ofrezcan, comer una porción grande del pastel de la vida, tirarte sin red, no decirle que no a nada”, la imita.

La directora de Destroyer cuenta que realmente Nicole Kidman se pone la película al hombro, que en el set ella es una más, hablando con todos, que nunca se retira a su camarín en los ratos libres como hacen las divas. “No me siento una celebridad, para mi celebridad es (la cantante) Beyoncé. Tampoco me siento una estrella de cine, me veo como una actriz”, corrobora.

Muy ocupada, se la pudo ver hace poco también en la película Aquaman, como la madre del superhéroe acuático. Y en junio volverá a ponerse en la piel de Celeste, la sofisticad­a victima de violencia doméstica que popularizó en Big Little Lies, el boom de HBO donde este año se le une Meryl Streep haciendo de su suegra.

“Una vez que un personaje entra en mi psiquis y mi cuerpo, todo sigue su camino. Es como saltar a un abismo”, dice. Y luego volver a Nashville, cerca de sus afectos, que la apoyarán con Oscar o sin Oscar. “Y dormir mucho”.

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Autocrític­a. La misma Nicole admitió haberse pasado con el Botox.

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