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Oscar Martínez Sobredosis de cine

Este año estrenará cinco películas. “La misma sangre”, un thriller de Miguel Cohan, se verá a partir del 28 de febrero. En otra lo dirige Campanella. Aquí habla de todas ellas.

- Federico Ladrón de Guevara flguevara@clarin.com

“La gran pregunta de la película es, creo, ¿hasta cuándo se pueden barrer los problemas bajo la alfombra?”

“Siempre fui feminista. Pero no lo pongas en el título. Va a parecer como si fuera un oportunism­o.”

“Trabajar afuera te abre el campo laboral y te saca de cierta toxicidad que se respira en la Argentina”.

El mundo se divide entre quienes retuitean los elogios que reciben, y los que no. Oscar Martínez (69) se ubicaría en este último grupo. Si algo lo incomoda, o directamen­te lo ruboriza, es la adulación, que lo alaben, que le digan “che, Oscarcito, me encantó tu rol en tal película”.

“Me gusta que se valore mi trabajo, pero al mismo tiempo me da mucho pudor”, confiesa Martínez, en uno de los jardines del hotel Loi, en Recoleta, donde recibe de muy buen ánimo a Clarín.

Enseguida, pide una botella de agua sin gas, “natural”, y empieza a reflexiona­r acerca de La misma sangre, el filme de Miguel Cohan, una coproducci­ón argentino-chilena que se estrenará el jueves 28 de febrero y que, entre otros, también cuenta con la participac­ión de Dolores Fonzi y Diego Velázquez.

“Es una película áspera... Un thriller que no es tramposo, de esos que te llevan para un lado y se resuelven por el otro. Las cartas están sobre la mesa. Un thriller que te agarra del cuello y no te suelta...”, señala el actor, con entusiasmo.

Elías, el personaje de Oscar, es un productor de queso y leche de búfala al que la vida le sucede sin que él pueda hacer nada. Como si estuviera atrapado en una especie de inercia irremediab­le.

“Elías carga con un mandato letal... De chico se tragó una granada... Su padre (Norman Briski) lo marcó para siempre al decirle que no servía para nada... Elías es esa clase de personas a quienes la vida, simplement­e, les ocurre. Es alguien que te saca de quicio por lo pusilánime, que no produce empatía. Un sujeto pasivo de su propia desgracia, sin recursos para modificar la realidad”, explica el protagonis­ta.

Y profundiza: “Tiene hipotecado el campo, le sacan uno de sus tractores... Tiene hipotecada la casa. Es más, con lo único que cuenta es con su obstinació­n y negación. Va recibiendo algunas señales, pero no hace nada... Cruza varios semáforos en rojo y sigue igual. La gran pregunta de la película es, creo, ¿hasta cuándo se pueden barrer los problemas bajo la alfombra? Según el psicoanáli­sis, la vida, sin negación, sería intolerabl­e. Pero claro: siempre y cuando sea en una dosis justa. Si el patrón de tu vida es la negación, en la vida afectiva y en la vida laboral, estás en el horno. Es una patología”.

El matrimonio de Elías con Adriana (la chilena Paulina García), una cocinera profesiona­l, no pasa por su mejor momento. ¿Se puede decir que otro de los temas de la película es la violencia de género? “Si hay violencia de género, es por parte de los dos”, plantea Martínez, sin dudar. “Es una pareja neurótica. Y los dos son igualmente responsabl­es. Él hace las suyas. Pero ella le dice de todo, lo que te puede decir alguien que te conoce mucho, que supuestame­nte te amó y que sabe dónde más te duele. A veces, la palabra te puede destapar la ta- pa de los sesos”.

En la película hay una escena, que podríamos llamar la escena del accidente, fundamenta­l. “Después de leer el guión de la película, me junté en La Biela con Miguel (por Cohan, el director) y le dije que mi mayor preocupaci­ón era esa secuencia... Cómo la iba a filmar. Al final quedó muy bien. Se cuenta con varias imágenes”, comenta Oscar, que se crió en Villa Devoto y saltó a la fama en 1974 por su participac­ión en La tregua, la película de Sergio Renán.

En otro momento de la película, Elías pierde la paciencia en una oficina del Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimen­taria). De alguna manera, la situación remite al ataque de furia de “Bombita” (Ricardo Darín) en Relatos salvajes.

“¿Sí?, ¿te parece?”, se sorprende Martínez. “A mi mujer (Marina Borensztei­n) le pasó lo mismo... Lo de

Relatos salvajes fue tan fuerte que pareciera que ya no se puede hacer ninguna escena de alguien que tiene un brote en una dependenci­a estatal y que no remita a aquella película. Pero con lo que nos tortura la burocracia en la Argentina, es razonable que esa situación aparezca seguido... ¿La verdad? Es para volverse loco. Muchas veces te hacen perder el día... ¡Y estás yendo a pagar!”.

De fondo, en un televisor de pantalla plana, Roma y Porto juegan por los octavos de final de la Champions League. Futbolero, hincha de Independie­nte, Martínez se interesa por saber cómo va el partido.

En La patota, de 2015 y dirigida por Santiago Mitre, Oscar ya se había puesto en la piel de padre de Dolores Fonzi. En La misma sangre se repite ese vínculo. “Con Dolores nos llevamos muy bien, tenemos buena química...”, detalla Martínez, ganador del Konex de Platino en 1991 y 2001. “Dolores es Clara, una de las dos hijas que tiene Elías. Y es la que está más cerca de él. La que lo idealiza”.

En la vida real, Oscar tiene cuatro hijas de sus dos primeros matrimonio­s, con Cristina Lastra y Mercedes Morán: Virginia (43), Victoria (40), Ana (35) y Manuela (23). Actúan, cantan, producen... “Todas tienen algún vínculo con el arte”, explica Oscar, orgulloso.

Y sigue: “Yo he sido feminista toda mi vida”.

-Es una buena frase para poner como título.

-Sí, pero no la pongas como título, va a parecer oportunist­a. No es algo de ahora. No creo que el hombre y la mujer sean iguales. Somos, por suerte, complement­arios. Pero tenemos los mismos derechos. Los reclamos de las mujeres son legítimos. Y hasta tardíos. Las mujeres han sido sojuzgadas. Incluso nuestras propias madres. No hay que irse dos siglos atrás para ver esto. Con mayor o menor énfasis, según cada caso, mis hijas están a favor de los reclamos de las mujeres. Y yo estoy con ellas. No he sido un macho alfa, un padre machista... No he sido cuida... Les he dado libertad para todo. Siempre las dejé que eligieran qué querían hacer, con quién querían estar... Desde chicas siempre les pedí que estudiaran, que se formaran, y les dije que eso les iba a venir bien para no tener que depender de ningún hombre. -En 2016, por tu trabajo en “El ciudadano ilustre”, en el Festival de Venecia te dieron un premio muy importante: la Copa Volpi. ¿Qué cambió en tu carrera después de eso? -En Europa es un premio al que se le da mucha trascenden­cia. Se ve que, antes de El ciudadano ilustre, también valoraron mi trabajo en Relatos salvajes, La patota... Ahora, allá, si una persona me presenta a otra le dice: “Oscar Martínez, ganador de la Copa Volpi...”.

-Como si hubieras ganado Roland Garros o Wimbledon.

-Claro. Es que el único español que ganó la Copa Volpi fue Javier Bardem. Y yo fui el segundo de habla hispana. Es importante, sí. Lo ganó Gerard Depardieu, Marcello Mastroiann­i, Jack Lemmon... Es una marca. Es como cuando se dice de alguien que ganó el Oscar: siempre va a llevar esa marca, por más que haya ganado el Oscar en 1984.

-Hace un tiempo dijiste que, tal vez, el secreto de tu éxito era que combinabas una mezcla de fe y descreimie­nto en tus capacidade­s. ¿Sigue siendo así?

-Sí. Alfredo (por Alcón) siempre decía: “Yo me pregunto todas las noches si voy a estar a la altura de las circunstan­cias”. A mí me pasa lo mismo. No digo que, con 47 años de experienci­a como actor, no me siento más curtido que al principio. Pero eso no significa que la tenga atada, de ninguna manera. Si te la creés, fuiste. Ahí es cuando te caés del trapecio.

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Intenso. Entre los estrenos de Martínez para este año, algunos son en coproducci­ón con España, los Estados Unidos, México y Bolivia.
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GERMÁN GARCÍA ADRASTI

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