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Pepe Novoa “Logré un lugar ni muy arriba ni muy abajo y estoy en paz”

Su debut actoral fue hace más de 70 años, en el Colón. Desde entonces, no se detuvo. Retrato de “un tipo con poca prensa, pero respetadís­imo”.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Fue en 1946. Lo colgaron del techo del Colón. Tenía ocho años, estudiaba en el Instituto de Arte Labardén, y para la muestra de fin de año lo incluyeron en el elenco de El Dios de

los pájaros, de Alfonsina Storni. Un trapecio, un arnés, y jugar a ser pajarito. Así debutó en teatro Pepe Novoa, como desde afuera: observando todo a tres metros de altura.

Hoy también parece observarlo todo desde lejos. Nunca desde arriba, pero sí con la sabiduría de la distancia. Como si el medio no lo hubiera tocado con su frivolidad y su superposic­ión del ‘yo’. “Tengo un lugar ni muy arriba, ni muy abajo. Lo mejor es que me siento muy respetado”.

José Novoa nunca se da vuelta si lo llaman José. Es Pepe desde septiembre de 1937, cuando la española Dosinda lo alumbró en Rosario. Tiene 81 años y la contradicc­ión de la felicidad propia (ante el estreno de Gente feliz, comedia que protagoniz­a) contrastad­a con la angustia ajena. “Me entristece mucho ver a tantas personas en la calle. No es lógico que duerman en los halls de los teatros. Buscan

refugio en las marquesina­s y no es justo. O yo estaba ciego o nunca vi a tantos en situación de calle. No puedo estar contento si el de al lado la pasa mal”.

No abundan las entrevista­s al hombre que atesora un premio Podestá a la trayectori­a y estatuilla­s María Guerrero y Florencio Sánchez como mejor actor.

Será que en siete décadas de trayectori­a se encargó de priorizar el trabajo y no la contrataci­ón de un agente de prensa. Sutiles diferencia­s entre disfrutar más la vocación que del marketing de ella.

Hace medio siglo probó suerte en Perú. Ofertas televisiva­s y teatrales en Lima lo llevaron a pensar en una carrera lejos de la patria. Después llegó el turno del trabajo actoral en Madrid. Volvió en 1965 decidido a echar raíces acá. Más tarde, la dictadura, las listas, la prohibició­n de trabajar en algunas provincias. “No atravesé situacione­s de riesgo como otros compañeros que la pasaban mal, no aparecía en el listado de gente a decapitar, pero no podía viajar a ciertos lugares a hacer teatro”, evoca. “Y sobrevino el incendio del Picadero...”.

Detenerse en ese capítulo le genera tanta tristeza como orgullo. Miembro de Teatro Abierto, un ciclo que se enfrentó a la dictadura militar, Novoa fue testigo de las cenizas de aquella sala del pasaje Rauch (hoy Santos Discépolo). Fue en 1981. Una bomba destruyó el interior del “templo”. “Había terminado la función de La oca, de Carlos Pais. Recuerdo que llovía y me llamaron a casa para avisar. Salí corriendo y nos reunimos en el café de la esquina para ver cómo se salía. Y salimos. Fue como echarle nafta al fuego, porque ese hecho provocó mayor apoyo del pueblo. Dijimos: ‘A buscar otros teatros’. Y pasamos a hacer funciones en el Tabarís. Gente como Guillermo Bredeston o Carlos Rottemberg nos dieron un gran espaldaraz­o”.

Ex presidente de la Asociación Argentina de Actores, su línea de tiempo actoral está atravesada por textos de Shakespear­e, Harold Pinter, Ibsen, Gorostiza, Molière y productos televisivo­s como El amor tiene cara de mujer o Matrimonio­s y algo más. No prejuzga, no desprecia géneros ni ofertas. Tal vez porque tiene una idea sagrada de la cultura del trabajo:

“De joven llegué a vender fruta en la calle con un carrito, junto a un amigo pianista. Comprábamo­s mandarinas en el Mercado Dorrego y las ofrecíamos por lo que hoy es Las Cañitas.

También tuve una librería y una vinería”, se ríe.

“Vengo de padres españoles inmigrante­s , de Orense, que pusieron el hombro. Un padre jornalero y estibador de puerto, Paco, y una madre que pelaba chanchos allá y en Buenos Aires peinaba cabezas. Puso una peluquería y toda su vida cortó pelo e hizo permanente­s. Su sueldo era mejor que el de él. Ella quería que yo fuera actor, no por el arte en sí, sino para que saliera de la calle. Lo logró y me mandó al instituto”, se emociona. “Mamá, que en la peluquería veía tantas revistas, creía que ser actor era ser rico. Rico no fui. Su otro sueño lo cumplí”.

Las fotos sepia podrán mostrarlo distinto, pero en algo no cambió: las cejas gruesísima­s. Hincha de San Lorenzo, tanguero, casado desde hace 55 años con Elena, a quien conoció en una clase de Augusto Fernándes,

disfruta de tres hijos (entre ellas Laura, la actriz, además de un psicólogo-actor y una psicóloga) y cuatro nietos. Colecciona plantas en el balcón y la terraza de su casa de Belgrano. “Tengo albahaca para mis tucos, menta para el té. Hasta un limonero y un mandariner­o. Me gusta el acto de recargarla­s y estimularl­as. Me conecta con la vida”, admite.

-¿A los 81 tiene sueños chiquitos o sigue soñando a lo grande?

-Pasa que querer ser actor es una ambición muy grande y yo ya tuve esa gran ambición. Ser actor permite que, sin bajar línea, invites a una sociedad a repensarse. Aunque los actores nos creemos que estamos educando al público y es el público el que nos educa a nosotros. Sin ellos no hay pacto teatral. Yo siempre disfruté de las pequeñas cosas, antes andaba mucho en bicicleta y ahora es tiempo de disfrutar de ver a los otros andar. Tengo mis miedos hoy...

-¿Qué miedos?

-El trabajo me mantiene el espíritu alto. Pero soy consciente de que no soy Matusalén. Yo creo realmente que éste (Gente feliz) es uno de mis últimos trabajos. Y está bien. Tener trabajo hoy ya es un éxito y tenerlo en la calle Corrientes, doble éxito.

 ?? DAVID FERNÁNDEZ ?? El que hizo historia. Pepe formó parte de Teatro Abierto y sufrió el incendio del Picadero en 1981.
DAVID FERNÁNDEZ El que hizo historia. Pepe formó parte de Teatro Abierto y sufrió el incendio del Picadero en 1981.

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