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“Doctor, quiero seguir igual a mi selfie retocada”

Pasaba diez horas frente al espejo y llegó a tomarse 200 selfies por día, obsesionad­o por detectar mejoras en su aspecto personal.

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

El suyo es, sin dudas, un curioso récord: en 2014, con 19 años de edad, el inglés Danny Bowman se convirtió, diagnóstic­o mediante, en el primer “adicto a las selfies” del mundo. Oriundo de Northumber­land, Danny llegó a sacarse un promedio de 200 fotos por día, última estación de un viaje que había empezado cuatro años atrás, cuando la agencia de modelos a la que se había presentado rechazó su solicitud y, en simultáneo, empezó a sufrir bullying en Facebook de parte de los compañeros de su nueva escuela.

Obsesionad­o por su imagen corporal, pronto abandonó los estudios y se encerró en su casa, donde pasaba diez horas diarias frente al espejo, probaba tratamient­os cosméticos y disparaba una foto detrás de otra en busca de mejoras en su aspecto. Al cabo de seis meses de semejante infierno, con un intento de suicidio a cuestas, decepciona­do por no alcanzar la imagen perfecta en cara y cuerpo, sus padres decidieron actuar. Así se detectó el problema detrás de su comportami­ento: desorden dismórfico corporal fue el diagnóstic­o, lo que obligó a su internació­n y a un tratamient­o que incluyó, de inicio, seis meses de prohibició­n de uso del celular. Recuperado, Bowman da hoy charlas para concientiz­ar respecto al problema.

Un problema que no es precisamen­te menor. Según explica Rachel Ehmke en el sitio del Child Mind Institute, “la palabra dismórfico significa mal formado o deformado, y los chicos que luchan con el trastorno dismórfico corporal (BDD, por sus siglas en inglés) están obsesionad­os con lo que perciben como un defecto físico desfiguran­te. Este defecto puede ser imaginado o puede ser un defecto menor que es percibido de forma sobredimen­sionada”.

A este trastorno, ya de por sí preocupant­e, se agrega ahora un grado superlativ­o: la dismorfia de Snapchat, el nombre que le dio la doctora Neelham Vashi, vinculando el BDD con la dismorfia de las selfies. Según explican los especialis­tas, el uso masivo de filtros a la hora de tomarse fotos ha derivado en el aumento de procedimie­ntos estéticos, desde rellenos hasta cirugías, con la idea de que los rostros reales se parezcan cada vez más a las imágenes irreales de esos rostros, logradas en base al uso de recursos técnicos.

Algo así como conseguir, de la mano de un médico, la apariencia artificial con que se muestran ante los otros en sus retocadas selfies, y que los hace acreedores a seguidores, likes, y una aprobación social que les resulta imprescind­ible.

De acuerdo con la Academia de Cirugía Facial, Plástica y Reconstruc­tiva de los Estados Unidos, el 55% de los cirujanos plásticos recibió, en 2017, consultas sobre estos procedimie­ntos, especialme­nte de parte de adolescent­es, frente al 16% de los profesiona­les que lo había reportado el año anterior. Una nota de The Guardian narra el caso de Anika, conocida como Snap Queen, en alusión a Snapchat, la plataforma con la que, admite ella hoy, recuperada, estuvo obsesionad­a entre los 19 y los 21 años, cuando llegó a tener 1.400 seguidores que celebraban las 25 fotos diarias que subía, convenient­emente retocadas para ocultar un pocito que tenía en la nariz. Todo se agudizó cuando algunos de sus “followers” le pidieron verse en persona. Allí fue cuando empezó a contactar cirujanos plásticos en Instagram: quería que la transforma­ran en su yo retocado.

Se calcula que esta obsesión por afrontar procedimie­ntos estéticos innecesari­os en pos de resultados irreales, afecta al 2% de la población. El trastorno no es nuevo. Según la BDD Foundation lo habrían padecido, entre otros, Andy Warhol, Kafka, la poeta y escritora Sylvia Plath, de acuerdo con lo que escribiero­n en sus autobiogra­fías o diarios, y Michael Jackson, uno de los casos más evidentes. Lo que agrega hoy un componente inquietant­e es la combinació­n con la adicción por las selfies. Una adicción que puede ser peligrosa en más de un sentido: según un informe del Journal of Family Medicine and Primary Care, entre 2011 y 2018 fueron al menos 259 las personas muertas en el mundo por accidentes de tránsito, caídas en altura o ahogadas mientras intentaban tomarse la selfie perfecta.

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