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Nuevos aires para el Bellas Artes

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

Quizá el pintor argentino más unánime desde los años 70, Carlos Alonso tendrá desde el viernes su gran retrospect­iva. La exposición del Museo Nacional de Bellas Artes se enmarca en los cíclicos homenajes a artistas fundamenta­les del siglo XX argentino, como “Yuyo” Noé y Julio Le Parc. La muestra de Alonso, además, reabre el Museo, refacciona­do en su planta baja y con un nuevo guión para su colección permanente. Ahora dará un lugar central a sus tesoros precolombi­nos y coloniales, entre los que se destaca la serie de tablas sobre la conquista, hechas con nácar filipino, de las que hay poquísimas en el mundo.

Asimismo, el MNBA estrenará dos importante­s adquisicio­nes, con un toque de reparación por los años salvajes del país. Volverá a montar Manos anónimas, la histórica instalació­n de Alonso, destinada en su origen al Museo en 1976 pero abortada al producirse el golpe militar. Los curadores Pablo de Monte y Florencia Galessio son responsabl­es del montaje que, con sus explícitos milicos y cortes de res, fue contemporá­nea de los horrores que vivía el país. Costó 700.000 pesos, financiado­s por la Asociación de Amigos y por el propio Museo, gracias al récord de entradas arancelada­s del público que vio la muestra de J.M.W. Turner. Alonso acaba de donarla al Museo, rubricando con ese gesto las paces: una recapitula­ción en la historia del arte argentino.

El director general del Museo, Andrés Duprat, contaba el miércoles pasado que, pese a sus 90 años, el pintor se llegó desde Unquillo, el pueblito cordobés donde vive desde hace años, para visitar la muestra de Turner. Y tal como haría un estudiante, se tomó un promedio de 15 minutos para examinar cada acuarela.

La segunda adquisició­n es Lo que vendrá, una obra de Diana Dowek. De ella también se abre la muestra Paisajes insumisos, curada por la directora artística del MNBA, Mariana Marchesi.

Esta obra de 1972, comprada a la artista por 650 mil pesos, se inspira en las primeras insurrecci­ones urbanas, y el Cordobazo, del que se cumple medio siglo en mayo. La obra reflejaba en tiempo real los hitos de unas décadas insurgente­s. Cuenta Marchesi que ”en la efervescen­cia de los años 60 y 70, se pensaba en otro futuro para Latinoamér­ica; se trataba de artistas comprometi­dos, que vivían la transforma­ción en presente”.

Por su centralida­d en la era del arte político, las dos obras completan un núcleo temático y se suman a otras piezas anticipato­rias de la represión: Los amordazami­entos, de Alberto Heredia, fechada entre 1972 y 1974 y en el Museo desde 1990, y El mudo, de Juan Carlos Distéfano (de 1973 y en esa casa desde ese año). Marchesi anota la curiosidad de que la escultura de Distéfano, que alude a una mudez castrada, quedó exhibida en la dictadura.

Sobrela inclusión del arte prehispáni­co, Duprat cuenta que “se basa en los tres ejes de nuestra sociedad inmigrator­ia: el arte precolombi­no, el arte europeo y el netamente argentino, desde la independen­cia”. Es claro que también buscará capturar el interés del visitante extranjero y su búsqueda de lo americano : el 40 por ciento de su público son turistas.

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A su vuelta al país. Alonso, ante una imagen de “Manos anónimas”.
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Adquisició­n a Diana Dowek. La obra “Lo que vendrá”.

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