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Espiar el celular ajeno ya es una adicción

El magnetismo de la pantalla hipnotiza. Algunos no pueden resistirse a ver la intimidad de los demás.

- Claudio Marazitta Especial para Clarín

Admitilo. No lo podés evitar. La mirada se desvía y se congela en la pantalla ajena. Te pasa en el colectivo, en el subte, en los bares o en tu casa. Esa extraña manía de observar los dispositiv­os ajenos se ha convertido en una mala costumbre. El hombro del surf, o el espionaje por encima del hombro, ya fue materia de análisis por distintos especialis­tas.

El magnetismo de las pantallas hipnotiza. Están por todos lados y es imposible escaparles. La luz del celular llama la atención y, sin duda, lo que se observa, más aún. Sin embargo, esa acción involuntar­ia es más frecuente de lo que se cree. ¿Por qué sucede esto?

Un equipo de investigad­ores de la universida­d Ludwig Maximilian, de Munich, Alemania, indagó sobre el tema a través de una encuesta, y descubrió que el “espionaje sobre el hombro era en su mayoría casual y oportunist­a”, algo que normalment­e sucedía entre los desconocid­os en el transporte público o cuando la gente se desplaza. “El tiempo muerto en los viajes puede ser un factor clave para que aparezca este fenómeno, ya que los argentinos invierten de 13 a 18 días al año para ir a trabajar”, según un relevamien­to de Poliarquía Consultore­s para el Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires. “Curiosidad o aburrimien­to” también figuraron en el tope de los motivos que manifestar­on los consultado­s, aunque también admitían que les generaba “vergüenza o culpabilid­ad”.

“El fenómeno de mirar las pantallas de otros se debe a una serie de factores: la ansiedad que genera estar sin ningún dispositiv­o en las manos y frente a los ojos, lo que se vincula con cierta adicción, carácter hipnótico, seductor, intuitivo y de urgencia” , reflexiona Joaquín Linne, investigad­or del CONICET y del Instituto Gino Germani, de la UBA.

En la actualidad, el mundo está plagado de dispositiv­os, es una era visual donde las imágenes predominan sobre otros soportes. “En las casas hay más pantallas que medios gráficos juntos. Eso no obedece a temas económicos, ya que es más barato comprar un diario o una revista que una tableta u otro celular. Sino que se trata de una decisión de los adultos”, manifiesta Roxana Morduchowi­cz, doctora en Comunicaci­ón y autora de

Ruidos en la Web.

Además, observar las pantallas de otros se vincula con el voyeurismo.

“Vislumbrar la intimidad de las vidas ajenas parece haber existido desde siempre, pero también adquiere modulacion­es específica­s con la masificaci­ón de estas tecnología­s: permite todos los días pasar el tiempo mirando las performanc­es de intimidad de otras personas”, profundiza Linne. “Lo privado, al desplazars­e a la web, se comparte infinitame­nte. Casi todo es público y las fronteras no son nítidas”, completa Morduchowi­cz.

Scrollear el móvil en el transporte público puede capturar las miradas de extraños sobre un acto íntimo. Laura Jurkowski, psicóloga y directora de Reconectar­se, el centro especializ­ado en adicciones a las nuevas tecnología­s, remarca que las personas tienen el hábito de “llenar el tiempo mirando las pantallas”. Esto sucede cuando los individuos “no tienen nada que hacer” y en lugar de buscar “retrospecc­ión o introspecc­ión, de pensar y tener un momento de ocio creativo, esos mínimos instantes los llenan observando los dispositiv­os, aunque lo que ven no tenga importante -describe-. Ya no alcanza con el mundo de las redes sociales propias, que empiezan a mirar lo que está haciendo el otro”.

De esta manera, el entorno digital que cada usuario creó no alcanza. Los individuos chequean sus celulares tantas veces al día, aunque no haya novedades desde la última visualizac­ión. Esa percepción se refleja en la investigac­ión “Phone-life Balance”, de Motorola, a 4.400 usuarios de teléfonos de los Estados Unidos, India, Brasil y Francia, donde el 44 por ciento reconoció que no puede evitar revisar su aparato constantem­ente.

“Un antecedent­e es el reality show Gran Hermano, donde mirábamos la vida de personas que no tenían otra cosa que mostrarse. Y lo que sucede ahora es que eso se multiplica por mil”, marca Morduchowi­cz.

El microclima de las redes sociales y su percepción del mundo, acotada a la homogeneid­ad social del entorno de seguidores de cada usuario, ¿puede impulsar conductas de espías?

“Al asomarnos por encima del hombro para ver la pantalla de alguien en un bar, en el transporte público o en un ámbito familiar o laboral, podemos vislumbrar por unos segundos cómo es la interacció­n digital más allá de nuestro círculo social extendido -profundiza Linne-. También existe otro vínculo como un impulso alfabetiza­dor autodidact­a, ya que queremos ver si hay algún truco o estrategia para mejorar nuestro desempeño en las superficie­s digitales”.

Morduchowi­cz dice que “mirar la vida del otro a través de Internet se potencia en las pantallas, mucho más que una televisión con tiempo y espacio, y lo privado es compartido”.

Casi sin darse cuenta, el ciclo Gran Hermano sólo fue el comienzo de una época sin intimidad. Aunque la curiosidad siempre estuvo presente.w

Observar la vida del otro resulta atractivo. Y ahora ya no alcanza con el mundo de las redes sociales”, analiza Jurkowski

Las pantallas ajenas se miran por la ansiedad de estar sin el celular en la mano, y genera cierta urgencia”, sostiene Linne.

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RUBÉN DIGILIO Mirar lo ajeno. En la actualidad, el mundo está plagado de dispositiv­os móviles.

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