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Roberto Carnaghi

A los 81 años, el actor brilla como un utilero que ayuda a Carlos Tevez en un momento crucial en la serie “Apache”, de Netflix. Una charla futbolera.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Era wing derecho en los cuarenta. Casi una gacela, raudo, pícaro, enfocado en el potrero cuando la televisión todavía no existía en la Argentina. Pero en Villa Adelina los muchachos del barrio le pidieron a su padre, Don Carlos, que se los “prestara” para el arco. El hombre, que construía su casita, ladrillo por ladrillo, accedió a que Robertito Carnaghi se transforma­ra en arquero, con la condición de que de a ratos se lo “devolviera­n” para alcanzar los baldes y preparar las mezclas de cemento. Un día, el arquerito accidental se probó en Chacarita y quedó. Hasta que el teatro metió la nariz. Hoy el streaming devuelve mágicament­e a Carnaghi al fútbol, como “curandero” de huesos de algo más que arqueros.

El socio de Tato Bores porta en sus propios huesos, que cumplieron 81 años en mayo, todo ese pasado obrero, futbolísti­co y actoral que más que achacarlo, lo hacen relucir en pantalla. Encarna a un utilero chinchudo que pone la cuota de dulzura y cierta hechicería a Apache, la serie dirigida por Adrián Caetano. Es como si en ese personaje escrito especialme­nte para la trama (Gandhi), que se mueve como un avezado en materia de cartílagos rotos, Roberto mostrara todo su recorrido real en la vida, todos sus kilometraj­e ganado, el jugo que sacó a sus épocas de vendedor de fiambres, cacerolas, vinos y libros, de hielero, de fotógrafo, de jefe de costos de una fábrica de caucho.

“El dolor sos vos, Carlos. Que la bronca mate al dolor”, le aconseja Gandhi al pichón de crack (Balthazar Murillo). Mira los pies de su equipo una vez nomás y sabe cuánto calza cada jugador. “Cuando hay pobreza, un par de zapatillas es un elemento importante. Tevez, a quien no crucé en el set, contaba que jugaba descalzo en Fuerte Apache. Y cuando mi personaje le dice que sus zapatillas son chicas, se entiende. No conocía a fondo la historia de Carlos y a partir de ahora lo aprecio, se merecen todo mi respeto”, admite. “Jugaba esquivando las balas y la contención de su familia en un entorno así lo hizo salvarse. No es para despreciar el mensaje que da esta ficción, que enseña que no se puede juzgar a alguien por el lugar en el que le toca nacer”.

¿Quién fue en realidad en la vida de “Apache” este señor que ayuda y deja huella en Tevez en su camino triunfal hacia el debut en primera? “Es como un mago, a diferencia de los otros personajes que existieron, este está como escrito especialme­nte. Caetano me pidió que fuera como un Yepeto, pero malhumorad­o, de esas criaturas que abundan en el fútbol”, se ríe Roberto. “Los utileros saben mucho de huesos. Cuando yo jugaba en Villa Adelina, un utilero se encargaba, por ejemplo, de poner hombros o dedos en su lugar”.

-¿Cómo es su historia con el fútbol? En lugar de maestro de actores, hoy podría haber sido un técnico de trayectori­a...

-Yo era wing, competíamo­s en la cancha de Parque Cisneros, hacíamos campeonato­s con equipos de Boulogne, Martínez, San Isidro. Con mis amigos un día nos fuimos a probar a Chacarita. Entramos seis finalmente. Ganamos 5 a 1 y en Chacarita no podían creerlo. Es que entrenábam­os todos los días, teníamos entrenador. Pero apareció el teatro y...

-¿Cómo se metió en el medio de ese romance el teatro como para destruir una posible carrera deportiva?

-El fútbol no era mi vocación. Mis amigos y yo fuimos dejando de ir a jugar a Chaca porque era un sacrificio levantarse temprano, tener disciplina, esperar días y tal vez que no te incluyeran en el equipo. Al día de hoy veo a los arqueros moverse y algo de eso sé. ¿Querés que te cuente algo? En los penales yo ni me movía. Un arquero no debe moverse.

-¿Por qué?

-Porque el que patea un penal tiene como la obligación de hacer el gol. El arquero no tiene esa obligación de atajar. Comprobé que la pelota va al medio siempre. No hay que tirarse.

-¿Está empapado de la actualidad futbolísti­ca? ¿Qué grado de hincha considera que tiene?

-Soy de Independie­nte. El otro día vi el Superclási­co y me amargué. No puedo creer que jueguen a pegarse. Por eso yo no me enloquezco más por el fútbol. No hay sentido de equipo hoy, la mayoría quiere hacerse ver para que lo vendan rápido. Montones de veces me amargo con eso de que un jugador patea solo desde un lugar imposible por no dársela al de al lado. El dinero genera egoísmo. Ya no es como la época de “Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz”. Esa delantera me emociona. ¡Yo fui testigo de cuando se jugaba con cinco delanteros!

-¿Va a la cancha?

-Ya no. Dejé hace muchos años. Tengo mi afecto por Bochini y Burruchaga. El tema era que a mi padre le gustaban las carreras de autos, no el fútbol. Como mi papá no tenía club, yo elegí solo. Aunque nací más cerca de la cancha de Racing que de la del Rojo, decidí ser de Independie­nte no sé bien por qué.

Historia de una belleza distinta

“Esta no puede ser tu vida para siempre, Rober”, se decía en su juventud, cuando como gerente de una empresa miraba por la ventana y entendía que el mundo era demasiado enorme como para vivirlo apenas desde la óptica de una oficina. Un día cualquiera se decidió y cruzó. Como una orilla invisible que dividía el riesgo de la comodidad.

“Fui a canal 13 y una directora me dijo: ‘Pero usted es muy feo, no puede trabajar en televisión’”, se ríe. Fue el maestro Alberto Ure quien le recomendó retratarse y repartir las fotos en las agencias de publicidad. “Con esa cara no vas a laburar jamás”, me decía el fotógrafo. Hasta que RC entendió que las palabras de los otros no son sentencias, sino opiniones.

Sesenta años se cumplen desde que decidió formarse en la Escuela Municipal de San Isidro. “Un día vino alguien a casa y contó que estudiaba teatro. Le pregunté si había lugar, las clases ya habían empezado, pero insistí y fui”, detalla. En 1966 egresó de la Escuela Nacional de Arte Dramático. Enseguida llegó el rol importante, en el San Martín, en Romance de Lobos, con Hedy Crilla y Alfredo Alcón, dirigidos por Agustín Alezzo. “Épocas de vacas flacas, gordas o estilizada­s, todo tipo de pasar económico”, pero jamás un bache laboral.

De un Carlos a otro, hoy, además de recibir las críticas sobresalie­ntes sobre su rol en Apache, Carnaghi recibe aplausos por subir a escena cada noche en Aquí cantó Gardel, un musical en el Centro Cultural 25 de Mayo que recrea la última actuación del “Zorzal”. Y se siente “bendecido” por la tercera temporada de Sí, sólo sí, serie de la TV Pública que promueve la integració­n, protagoniz­ada por actores con discapacid­ad. “Yo no me pongo un límite, me imagino siguiendo a los 90, por qué no a los 100. Para eso soy actor, para ser curioso todavía. En el fondo, me parece que todavía soy ese chico que atajaba”.

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“Un personaje mágico”. Así define Carnaghi al utilero “chinchudo” de la serie Apache, de Netflix.
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“Con esa cara no vas a trabajar”. Eso le decían en su juventud. Desde hace 60 años actúa sin parar. “Me imagino a los 90 ó 100”.

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