Clarín - Clarin - Spot

Postales de Montreal

- Federico Monjeau fmonjeau@clarin.com

Una linda foto de Leonard Cohen me sorprende en el primer ascensor que tomo al llegar a Montreal (y que me conduce al hotel, cuyo lobby está en el sexto piso de un complejo gigantesco; excepto fumar, en Montreal se puede hacer de todo sin salir a la calle, lo que ha creado la falsa idea de una especie de segunda ciudad subterráne­a); me sorprende porque parece un montaje de fantasía. El busto de Cohen impreso en la pared lateral de un alto edificio céntrico, con su media sonrisa y su uniforme habitual: sombrero, saco oscuro, camisa abotonada hasta el cuello, sin corbata. Luego pude comprobar que la imagen es parte de paisaje real; se encuentra al 1400 de la Rue Crescent, a unas quince cuadras del hotel.

Canadá puede estar orgulloso de sus artistas, algunos tan excepciona­les. Otros dos nombres vienen de inmediato a la mente: Joni Mitchell y Glenn Gould. Mitchell fue una irrupción única en el mundo del pop. Basta verla en la película de Scorsese sobre Bob Dylan. Todos hacen lo suyo, en una especie de agradable duermevela: Dylan es Dylan, Joan Báez es cándida y simpática, Patti Smith interpreta unas extrañas monerías, pero cuando Joni Mitchell toma la guitarra, le indica a Dylan unos acordes y se pone a cantar, lo único que importa es la música; al menos, parece lo único que le importa a ella. Nadie compuso ni cantó como Mitchell, con ese timbre y ese falsete incomparab­le; un falsete con una línea de sombra, por decirlo así, que no proviene de la algarabía del country sino de otro lugar, tal vez de más arriba (Joni Mitchell nació en la cruda provincia de Alberta, de donde proviene el 70 por ciento del petróleo y el gas de Canadá).

El pianista Glenn Gould, que revolucion­ó el universo de la interpreta­ción y la grabación, tenía además una teoría sobre el Norte; más precisamen­te, una “Idea del Norte”, a la que le dedicó un guión de radio y un texto introducto­rio: “La idea del Norte” -escribió Gould- es en sí misma una excusa, una oportunida­d para examinar esa condición de soledad que ni es exclusiva del Norte ni prerrogati­va de los que van hacia el Norte, pero que quizá sí aparezca, con todas sus ramificaci­ones, con un poco más de claridad para quienes hayan hecho, aunque sólo sea en su imaginació­n, un viaje hacia el Norte”. Gould llevó esa idea a un punto extremo (la encarnó) e hizo del aislamient­o un modo de vida.

No sé si un aislamient­o, pero cierto anacronism­o se percibe en Montreal. Es común ir por una calle o cruzar una plaza y escuchar desde algún parlante cosas como Chain of Fools por Aretha Franklin, por ejemplo. Una amiga canadiense me aconsejó pasear por la Rue Sherbrooke, que como la Rue Rivolí de París atraviesa Montreal de este a oeste. Sherbrooke oeste es una extraña combinació­n de bares, edificios de oficinas, mansiones victoriana­s y palacios de estilo francés. En un punto del recorrido me topé con los complejos de la Universida­d de Mcguill; hice un alto en la Escuela de Música, un pequeño homenaje a Mariano Etkin, que enseñó allí composició­n y teoría entre los ‘70 y los ‘80.

Siguiendo hacia el oeste me encontré con el Museo de Bellas Artes, que tiene una buena sección de arte flamenco, además de algunas pinturas góticas que nunca dejan de sorprender, como el San Jerónimo en penitencia (1460) de Domenico di Michelino, que me hizo acordar a algunas cosas pintadas 400 años después por el “aduanero” Rousseau. Vi también algunas cosas de Cézanne y Monet, además de un gran díptico de Gerhard Richter ( AB Meditation, de 1986). Pero lo que más me llamó la atención fue un cuadro de un pintor hasta ese momento desconocid­o para mí, el estadounid­ense Mark Tansey (California, 1949). Se titula Action Painting II; el nombre es una deliciosa ironía, ya que el cuadro no guarda ninguna relación con la “pintura en acción” del expresioni­smo abstracto norteameri­cano, sino que describe literalmen­te la acción de pintar como un pasatiempo de domingo. La tela muestra un grupo de pintores de ocasión retratando el despegue de un cohete espacial. Los cuadros replican la visión completa del fenómeno que tienen por delante, el cohete en ascenso y el gigantesco hongo de humo debajo; son cuadros imposibles, ya que el fenómeno del despegue se consumaría casi antes de que el pincel alcanzase a posarse sobre la tela. El cuadro tiene algo absurdo y realista al mismo tiempo. Un pintor observa su tela, otro completa un detalle mientras fuma su pipa, una pintora reposa sobre la hierba, etcétera. Todo transcurre en una especie de celeste pastel. La parsimonia general da un efecto silenciosa­mente cómico, pero también una extraña sensación de eternidad.

Me hubiera gustado seguir mirándolo un poco más, pero lo descubrí al final del recorrido, cuando ya estaban desalojand­o las salas. Sentía que semejante extensión del instante se merecía que por lo menos le dedicara quince o veinte minutos. Me prometí volver a verlo si tengo la fortuna de regresar a Montreal.

No sé si un aislamient­o, pero sí cierto anacronism­o se percibe en Montreal.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina