Ni una ayudita de sus acreedores
El fallo a favor de Apple Corps es por una demanda entablada contra vendedores de merchandising falso.
“Paul abandona The Beatles”. Así anunciaba el Daily Mirror en su tapa del 10 de abril de 1970 el punto final del “grupo pop británico más famoso”. A los 28 años, Mccartney confirmaba que el sueño se había terminado... Algo que muchos sabían desde hacía un buen rato.
Sin embargo, si hubo algo que nunca cambió desde aquellos días de gloria, fue la capacidad del cuarteto de seguir generando ingresos millonarios a partir de una obra que a 50 años de la separación de la banda mantiene una notable vigencia y popularidad. Las reediciones en diferentes formatos; el rescate de versiones alternativas, grabaciones caseras, ensayos, presentaciones en diferentes escenarios; y la subasta de elementos -ropa, cartas, partituras...- relacionados con la historia del grupo.
Pero como si eso fuera insuficiente, Apple Corps, la compañía que el cuarteto fundó en 1968 para gestionar sus asuntos empresariales y financieros, acaba de convertirse en acreedora de 77 millones de dólares, a partir del resultado favorable en una demanda interpuesta contra 77 negocios online (un millón por cada uno de ellos) de merchandising falsificado.
El fallo, que llega dos meses después de que Apple Corps se asociase con la empresa de Sony The Thread Shop para crear y vender productos de los Beatles en los Estados Unidos, establece que “los demandados están promocionando y publicitando, distribuyendo, vendiendo y/u ofreciendo a la venta productos en el comercio interestatal, y/o utilizando marcas falsificadas e infractoras que son copias exactas de una o más marcas de Apple Corps, como Beatles, The Beatles y/o Yellow Submarine, a través de sitios web comerciales de internet o tiendas de comercio electrónico basadas en internet”.
En el juicio, que ha tenido lugar en un juzgado de Florida, quedó demostrado que “los demandantes sufren daños irreparables y han sufrido daños sustanciales, como resultado del uso no autorizado e ilícito de las marcas de los demandantes”, y considera que “si la falsificación y la infracción de los demandados y las actividades injustamente competitivas no son prohibidas de manera preliminar y permanente por este Tribunal, los demandantes y el público consumidor continuarán siendo perjudicados”. El único problema es que Apple Corps podría no llegar a cobrar nunca la indemnización millonaria, ya que los creadores de estos sitios web no han sido identificados y ninguno se presentó en el juicio.
Aun así, la jueza del caso, Beth Bloom, ha sido benévola con los acusados ya que la Ley establece que puede imponerse una indemnización de hasta dos millones de dólares por asuntos de este tipo. “El laudo debería ser suficiente para disuadir a los acusados y a otros de seguir falsificando o infringir las marcas registradas de los demandantes, y para compensar a los demandantes y castigar a los acusados”, dijo la magistrada.
Los Beatles crearon Apple Corps para reemplazar a su primera compañía, Beatles Ltd., y su primera división fue Apple Records, que sirvió como sello discográfico para los discos de The Beatles a partir de 1968 y de los álbumes publicados por John Lennon, Paul Mccartney, George Harrison y Ringo Starr hasta 1975.
En 2016, la administración de la ciudad de Liverpool reportó que, cada año, el legado de los fab four contribuye a la economía local con 107 millones de dólares, y que genera alrededor de 2.500 puestos de trabajo. Y el propio Mccartney, en diálogo con Clarín en mazo de 2019, destacaba su satisfacción por la contribución que la historia de The Beatles significa para el lugar en el que él y sus compañeros de ruta dieron el puntapié inicial a su fascinante historia.w
que tendrá su proyección abierta, en algún gran espacio de la ciudad de Buenos Aires, durante la semana que va del 21 al 27 de marzo, a una década exacta de aquella epopeya.
Todo eso cuenta Un poco más abajo del cielo, que también relata todo lo que sucedió desde el momento en el que el tridente Mollo-arnedo-ciavarella, al frente de un enorme equipo, puso manos a la obra.
“La aplanadora se mide en decibeles; el silencio, en cambio, se mide en la parte emocional”, dice el bajista desde la pantalla, mientras el trío recorre en auto el trayecto que los lleva al “venue”, en tanto resuena aún una versión de Vientito del Tucumán cantada al aire libre. Allí, una motoniveladora y una topadora emparejan el terreno, donde las ráfagas parecen querer llevárselo todo.
Enseguida, el protagonismo pasa a la voz y la gracia de Micaela Chauque, quien desgrana una copla frente a la mirada embelesada de Mollo, y el filme adquiere una dinámica que se debate entre el armado del enorme escenario en el medio de la nada y la cotidianidad del grupo en la improbable urbanidad tilcareña, merced a la dirección in situ de Woody González y Ariel Hassan.
En ese ida y vuelta se construye un relato que termina haciendo al espectador parte de una escena por la que transitan los convidados a ser parte de la fiesta. Allá, entre los cerros, un centenar de trabajadores ponen en pie las estructuras tubulares que sostendrá a la banda. Acá, entre las casas, una previa que incluye encuentros y ensayos con Fortunato
Ramos, Los Amigos de Vilca y otros artistas locales.
Y en medio de ese día a día, una extraña versión a dos bombos de Sábado en la plaza de la ciudad, para conmemorar un 24 de marzo distinto, entre la Wiphala y una bandera con el pañuelo de las Madres, y entre los primeros seguidores que van haciendo campamento a la espera del recital. Ellos también tienen su lugar en Un poco más abajo del cielo.
También lo tendrá alguien no demasiado contento con la presencia del power trío en la ciudad y, nobleza obliga, habrá mención de quienes aportaron su grano de arena para que la gesta fuera posible tal como lo querían ellos: por fuera de las corporaciones. “Es nuestro primer proyecto libre de presiones”, asegura Mollo desde el 2010.
Pero que no hubiera presiones no quiere decir que no existieran los contratiempos. Y en ese plano, la cuestión climática se hace eje de la narración. La amenaza de lluvia en una época del año en la que se supone que no llueve presagia lo peor; el documental por un rato se transforma en una de suspenso; en la pantalla Mollo, Arnedo y Ciavarella hacen causa común con los 10 mil que desafían el aguacero. El arriero suena más fuerte que nunca...
“Como lo dice Diego en la película, hacer este tipo de cosas nos da una nueva energía”, dirá en un rato Mollo, entre saludos. “Fueron tres patas: el grupo, la gente que colaboró; y las ganas”, agregará Arnedo, a un par de butacas de su compañero de ruta, mientras más allá, Ciavarella recordará sus golpes contra los parches empapados. Todo, en el trío, destila autenticidad. Desde la pantalla, y también en el mano a mano. Divididos es lo que parece; pero sobre todo, es lo que es.
Un poco más abajo del cielo entra en su fase de desenlace. Todos, o casi todos, conocemos el final de la historia, que llega con una versión extendida de Amapola del 66. Pero da ganas de festejarlo como si nunca hubiera ocurrido antes. Una vez más.w