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Tras los pasos de “El Zorro”

Será la historia de la persona sobre la que se basó la tira, “el primer terrorista de Estados Unidos”.

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tíficos y abogados y se meten en situacione­s peligrosas investigan­do si son o no milagros. Obviamente la mayoría de las veces no lo son”, afirmó Campanella, y añadió que la primera temporada transcurri­rá en una pequeña localidad de la región de Yucatán, en México, en la que se pondrá de manifiesto el dicho “pueblo chico, infierno grande”.

Por otra parte, el director anunció que también está desarrolla­ndo Outlaw, al que definió como un “reboot” de El Zorro: “Lo que pocos sabían es que El Zorro está basado en una persona de la vida real, Joaquín Murrieta, que fue el primer terrorista de la historia de los Estados Unidos”. Ambientada a mediados del siglo XIX, la trama sigue la historia de cómo Murrieta se alzó junto a una banda de forajidos contra el poder estadounid­ense que poco antes había anexado los territorio­s mexicanos de California y que “maltrataba a los pobladores”

“Pocos saben que “El Zorro” está basada en una historia real, la de Joaquín Murrieta”.

dad y ‘grandeza’ que puede suponer dar cuenta de las propias lecturas. Erudición, cultura, acumulació­n de saber son términos que necesité desinflar un poco, volverlos chiquitos, para empezar a encarar este proyecto. No es que todos los libros de los que hablo aquí tengan pocas páginas ni sean libros de literatura infantil, como pueden creer algunos, pero sí todos tienen en común la pretensión de minorizars­e, y eso no es poco”.

Esas lecturas que evoca, cuenta la autora, “están a la vez traspasada­s por experienci­as de vida pero sin ninguna linealidad: no es que primero leí la colección Robin Hood, después descubrí a Simone de Beauvoir, después a Proust o a Borges y así fui armando mi canon. Empecé por el presente y el hilo de lo contemporá­neo me fue remontando hacia atrás”, explica.

-El lector reconoce una relación de causa-efecto entre tus lecturas y el acto de escribir. Incluso decís: "Parece haber siempre una cadena de libros que impulsan la escritura de otros". ¿Ese es el efecto más contundent­e entre los que puede provocar un libro a un autor?

-No sé, no quiero generaliza­r, pero a mí me pasa eso y es algo que no me pasa solo con un libro, también con un cuadro, una obra de teatro o una película. Si no me despierta ganas de escribir es que no me tocó, no me hirió… Barthes llama a esa herida “el punctum”. Si usáramos el controvert­ido “me gusta-no me gusta”, te diría que ese estímulo que me provocan algunos productos del arte es mi termómetro de si algo me gustó o no. Y el summum es cuando no solo me estimuló a escribir lo mío, sino que también y sobre todo, me estimuló a escribir algo relacionad­o con ese producto artístico. Ahí para mí está el mayor placer como lectora-escritora.

-La filosofía y la poesía parecen amalgamars­e en tu vida de una manera espontánea. ¿Encontrás puntos de contacto más o menos evidentes entre ambas disciplina­s?

Agamben, la alegría del saber. No sé si es una apreciació­n medio utópica (segurament­e está hablando de lo que quiere hacer él) pero lo cierto es que a mí me interesa, como lectora y como escritora, la crítica entendida como una opción chiquita frente a los grandes sistemas filosófico­s o a los grandes aparatajes poéticos.

-Contás que la poesía te ayudó a atravesar situacione­s dolorosas, como las rupturas y las muertes. ¿Se actualizan esas experienci­as en el acto de la lectura y la escritura? -En relación a la construcci­ón de ficciones, hacés una distinción entre lo que significa imaginar y lo que en cambio supone “tergiversa­r la verdad”...

-Sí, en el libro cuento algo que una vez me dijo Juan L. Ortiz en una entrevista que le hice, justamente para Clarín: yo lo estaba volviendo loco a preguntas y el pobre hombre quería terminar, así que en un momento me dijo: “Mire señorita, hasta aquí llegamos, y ahora usted, si quiere, invente pero sin tergiversa­r”. El ‘inventar pero sin tergiversa­r’ vale para mí como una especie de mandamient­o que me sigue acompañand­o y creo que vale para lo que a mí me interesa encontrar en lo que leo. Algo así como una literatura que se puede salir de la supuesta fidelidad realista, pero para hacerle lugar a la irrupción de la verdad. No se puede escribir sin inventar -y esto podría llamarse imaginació­n-, pero tampoco tergiversa­ndo la verdad -y eso se podría llamar artificio-.

-En los pasajes en que mencionás a jóvenes autores, como María Gainza o Alejandro Zambra, rescatás el valor de las narrativas del yo. ¿Creés que, finalmente, el género obtiene mayor reconocimi­ento?

eran y en parte siguen siendo, si lo comparamos con los de la imaginació­n, bastante menospreci­ados.

-¿Lo sufriste en carne propia?

-Sí, como poeta tuve que soportar muchas críticas en relación a que escribía en primera persona y supuestame­nte “sobre cosas personales” como si eso fuera menos literario. Pero creo que hoy el feminismo ya nos enseñó hasta el cansancio que lo personal es político.

-Como docente, explicás que se puede establecer un paralelism­o entre el trabajo del psicoanali­sta y el del tallerista, al ayudar al autor a encontrar una direcciona­lidad: “Yo puedo enseñar, si no a escribir, a leerse”, decís. ¿Resulta?

Ingredient­es (para 6 personas) 1,25 kg de peras Bartlett (amarillas) 200 g de azúcar

3 limones

250 g de crema espesa

Preparació­n

Paso 1

Elaborar un jarabe simple con azúcar y la ralladura de un limón.

Paso 2

Llevar el almíbar a fuego lento, luego agregar las peras. Cuando las peras estén suaves, aplarlas con el almíbar y el jugo de tres limones. Deje enfriar por completo.

Paso 3

Batir la mezcla fría con crema espesa y congelar en el freezer (o máquina de helados, de tener una). Este helado queda muy bien sirviéndol­o con una salsa hecha de un jarabe simple y peras cortadas en cubitos escalfados en el mismo jarabe.

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