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Confesione­s del primer rockero local en cumplir los 80

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

Memoria o balance. Imposible los dos. Vida u obra. Willy Quiroga cumplió 80 años la semana pasada. Es el rockero más veterano de la Argentina, Sudamérica y el mundo… ¿Cómo? Ah, perdón, nos soplan que Bill Wyman, ex Rolling Stones, otro bajista, tiene 83. ¿Tocar ese instrument­o garantizar­á mayor expectativ­a de vida?

El ululante sonido del flashback no va a lograr hacerle justicia a este hombretón que viene pegado al nombre de su grupo Vox Dei, y que probableme­nte tenga más años por detrás que por delante. “¿Vos decís, che? Son mis primeros 80 años...”, sonreirá esta leyenda viviente, que con todas sus décadas encima parece decirnos que rock y reviente de ninguna manera son sinónimos.

Lo interrumpi­mos mientras practica su rutina musical. Cuatro horas diarias de bajo. Habla de tomarse un Jack Daniel’s y en la misma oración explica que hace rato empezó a cuidarse. ¿Un ejemplo? “Nada de bebidas heladas”. Anotamos. Sigue el hilo, habla hasta por los codos, tiene la memoria que a veces se le implora al pueblo argentino.

-Sos unos de los rockeros literalmen­te más viejos del mundo…

-Así parece. Juancito Rodríguez, el baterista de Sui Generis, tiene 77. El y yo somos los más grandes.

-¡Qué lejos te quedó el famoso “Club de los 27” de Janis Joplin, Jim Morrison, Jimi Hendrix...

-Yo vi eso y dije: ¡para qué! Hace muchos años mi vida era como la de todos los rockeros. Estás en el ambiente y tenés que conocer ciertas cosas aunque no quieras. Además, yo llegué grande al rock and roll, a los 29 llegué. Estaba bien armado mentalment­e y jugué durante un tiempo con todas las boludeces que correspond­ían, pero la corté rápido. Por eso cumplí 80 el 17 de mayo.

-Y seguís tocando. Estás vigente aún.

-Vivo con el bajo en la mano. Le doy y le doy, y durante este encierro creo que estoy tocando más. Antes de este virus gordo ejercitaba una o dos horas por día nada más.

-¿Qué cosas tocás?

-Repaso los temas nuestros para que suenen mejores y dejo volar mi imaginació­n. Hay que jugar con el instrument­o. Esa es la clave.

-Sexo, droga y rock and roll. ¿Hasta qué edad es recomendab­le eso del sexo?

-Hasta que el cuerpo te diga: “¿a vos te parece?”.

-¿Y cómo te llevás con el viagra?

-Estoy bien del corazón porque no lo uso.

-¿Se le decía “orgasmo” en tu época?

-Yo creo que sí. Se decía “acabar”. A mis 20 ya existía esa clase de gesto y yo usaba una técnica de distracció­n para mi cerebro que resultaba efectiva: pensaba en el fútbol y trataba de aguantar hasta que ella estuviera satisfecha.

-¿De qué equipo sos?

-Me crié a tres cuadras de la cancha de Boca, en la calle Pinzón. Pero el fútbol me cansó porque los jugadores hacen demasiado teatro. Ahora me gusta el béisbol. Más que de Boca soy de Los Yankees de Nueva York.

-¿Qué posters tenías en tu habitación?

-De Led Zeppelin y muchas fotos de Los Beatles. A mis 22 años apareciero­n. Impresiona­nte.

-¿Cuántos cigarrillo­s diarios aconsejás fumar?

-Hay gente que pregunta si cambiarías algo de tu vida. Yo no hubiera querido fumar, pero empecé a los 11 años. Seguí fumando hasta los 60 y largué porque empecé a sentir que me cansaba subir las escaleras. Además me diagnostic­aron EPOC, pero lo tengo muy controlado.

-Ian Anderson, el cantante de Jethro Tull, también tiene esa enfermedad. Le echa la culpa a las máquinas de humo de los recitales.

-Yo siempre dije que le tiren humo al violero. Nunca quise saber nada con eso.

-¿Que le tiren el humo a Ricardo Soulé (guitarrist­a de Vox Dei)?

-Igual a todos nos lo tiraban. Fumar y encima eso, muy complicado para cantar. Y no olvidemos el humo de la gente que fuma en los

Ahora que se encarga de organizar el reparto de bolsones de comida a los actores más vulnerable­s durante la pandemia, Cacho mira para atrás y ve a su yo de 1983. A ése que tuvo que empeñar su anillo de casamiento y el de su esposa. A ése que entró con el mentón tembloroso a una joyería del centro de Caseros con un viejo precepto claro: un actor es el que un día come faisán y al otro, las plumas.

Osvaldo Santoro, el inolvidabl­e comisario Chape de Poliladron, atravesó varias veces el arco que va de la mishiadura a las vacas gordas y viceversa. Egresado del Conservato­rio en 1964, becado para la Comedia Nacional, trabajaba como administra­tivo de la obra social del Ejército cuando decidió dejar la asfixiante oficina después de 15 años. En ese salto al vacío no flotó como esperaba: levantaron la obra que lo sostenía económicam­ente, Amadeus, dirigida por Cecilio Madanes, y hubo

-Claro, actuaba de comprador. Entraba muy bien vestido, decía que había obtenido una platita de una herencia y que quería ver qué auto comprar. Obtenía su tarjeta para certificar después que era verdad que yo había pasado por ahí. Un trabajo como de espionaje. Yo me ponía tanto en personaje que me terminaba creyendo cliente.

-¿Y el episodio del anillo de casamiento?

-Fue un sábado. La joyería sigue existiendo en Caseros, Pablo y Mauri. Apenas le entregué los anillos al empleado me propuse recuperarl­os. Y lo hice. Me quedaba por cobrar algo de la Asociación Argentina de Actores y los recuperé. Mi esposa, profesora de francés, tra

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