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Montoneros: simulacion­es en familia

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En diálogo con María O’donnell, uno de los temas fue la extrema juventud del grupo premontone­ro, que parece comunicar a todo la mutación continua y la velocidad de la primera juventud. Hay también en todos ellos un primer ensayo de clandestin­idad radical hacia dentro de la familia, que su libro Aramburu recoge en los primeros capítulos.

“Yo me hubiera demorado mucho más en esos primeros años, en esa doble vida que por un tiempo lleva la célula original. Fernando Abal Medina viene de militar en Acción Católica con el resto de su familia. Tanto Emilio Maza como Ignacio Vélez Carreras egresan del Liceo Militar de Córdoba, donde han sido iniciados en el pensamient­o social de la iglesia por los capellanes. Son tres familias claramente de clase media, que han dado a sus hijos una educación burguesa de excelencia. Cuando me imagino el libro convertido en serie, veo una duplicidad semejante en The Americans, esos espías soviéticos que viven en Estados Unidos. Me interesaba registrar cómo pasan esos dos o tres años fingiendo dentro de la familia, porque son tan chicos que todavía viven con los padres, la simulación de Ignacio Veléz, ese casamiento en la catedral de Córdoba, la casa de Villa Allende de dónde salen para atacar La Calera … De hecho, usan las quintas familiares de amigos para esconder material sin avisarles. La estancia La Celma, en Carlos Tejedor, donde es secuestrad­o y enterrado, en el sótano cubierto de cal Pedro Eugenio Aramburu, es una quinta de familia. Viajar a Cuba vía Praga para recibir la instrucció­n militar, el regreso a Argentina

en un buque, tener que romper los pasaportes”.

“Los embutes son todo un tema -continúa-; estaba ese albañil que iba de casa en casa construyen­do esos agujeros para guardar armas pero no tenía idea de dónde estaba ni para qué servirían los agujeros. Además, hacían de cuenta que no tenían que conocer las respectiva­s identidade­s y se manejaban solo con apodos, ¡cuando se conocían todos de la facultad o la escuela! Habían compartido las mismas agrupacion­es, venían de familias vecinas del mismo barrio, pero empleaban nombres de guerra”.

Y luego, O’donnell destaca que en todoe ellos hay algo de tarambanas improvisad­os, una torpeza y descuido que no están a la altura de la gravedad del delito: “Pensemos en la toma de La Calera, inmediatam­ente después del secuestro de Aramburu: una veintena de atacantes, movilizado­s en cuatro autos y una camioneta, copan simultánea­mente la sucursal del Banco de Córdoba, el edificio del Correo y la oficina de Telégrafos y la municipali­dad y una comisaría, hacen pintadas peronistas. Para culminar dejando una caja negra, como si se tratara de un explosivo, que en verdad tenía un grabador donde empezó a sonar la marcha peronista. Caerán presos la casi totalidad de atacantes y muere Emilio Maza; la policía obtiene mucha informació­n sobre el resto. La precarieda­d de la operación revela que era pura propaganda, pero motivará la primera crítica interna de los seguidores de Sabino Navarro, la línea de resistenci­a peronista más histórica y de extracción obrera”.

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