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La actriz que hizo de su casa un teatro

Fundadora de El Excéntrico de la 18, en Villa Crespo, recuerda esa pintoresca historia. Y repasa su carrera, que incluye el filme “Los dos Papas”.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Hace 34 años compró una casa chorizo en Villa Crespo. Dos habitacion­es, una cocina, un patio y un galpón. No imaginaba que en ese galponcito donde había funcionado una broncería, ella también esculpiría, trabajaría las palabras, los silencios y los gestos como si fueran un metal precioso. Ni que allí levantaría un teatro.

Todo empezó con un “no”. Con la negativa de Kive Staiff, por entonces director del Teatro San Martín, de aceptar para ese complejo la obra que ella ensayaba junto a Alberto Ure

(El padre, de Strindberg). “¿Y si la hacemos acá?”, se le ocurrió al hombre del apellido breve. Cristina compró 50 sillas, una consola precaria a la que llamó “la chatarrita”, y así nació El Excéntrico de la 18, templo teatral que resiste.

Después llegó Antígona y ese espacio doméstico devino en una sala sagrada. “A las 9 de la mañana empezaba a sonar el teléfono al lado de mi cama. Era la gente que quería reservar su entrada. Los atendía la propia Antígona”, se ríe la mujer que se mudó cuando entendió que esa vivienda ya estaba toda tomada por el teatro.

Primero estuvo la poesía, como semilla de todo lo otro. Cuenta que a los diez años escribió su primer poema, un soneto manuscrito que conserva en una caja. Lo llamó Tristeza.

El último verso terminaba diciendo: “Que la vida no tiene sentido”.

Banegas es por estos días de cuarentena y exceso de Netflix, la amiga de Jorge Bergoglio en Los dos Papas. Actuó en la película protagoniz­ada por Anthony Hopkins y Jonathan Pryce después de que el director brasileño Fernando Meirelles pidiera entrevista­rse con “la mejor actriz argentina”. El currículum de Banegas era imbatible: más de 60 obras interpreta­das, entre textos laberíntic­os de Dostoievsk­i, Shakespear­e, Sófocles, García Lorca. Unas 40 películas y casi la misma cantidad de premios, entre ACE, María Guerrero, Florencio Sánchez, Martín Fierro y Konex. Hasta un Emmy internacio­nal levantó como actriz por

Televisión por la inclusión.

Hija única del matrimonio entre la actriz

Nelly Prince -94 años- y el productor Oscar Banegas, creció en una casa donde actuar era algo tan natural como tomar un vaso de agua. La pareja se había conocido en el teatro Cervantes. Su padre, primero químico, había inventado los caramelos con vitaminas, pero se fundió y pasó a dedicarse a la producción de televisión. Su madre, pionera de la radiofonía y la pantalla chica, cantante y locutora, la criaba entre camarines, micrófonos y cables. “Ambos trabajaban en el viejo Canal 7 de Ayacucho y Posadas, donde también estaba Radio Belgrano. Yo pasaba horas en esos recovecos. Recuerdo acompañar a mi padre, que producía Noches de ballet, los domingos con bailarines del Colón. Me escondía detrás del piano de cola y miraba extasiada”.

Escuela primaria alemana -Cangallo Schule-, los primeros años aquella mujer en miniatura sintió algo parecido a ser sapo de otro pozo. “No era una niña alegre, nunca aprendí a hablar alemán, y creo que estuve desorienta­da, perdida dentro de ese mundo”, deduce a la distancia. “Nieta de una andaluza por parte materna, de criollos por parte paterna, no tenía nada que ver con esa cultura. Creo que era de las únicas morochas del colegio”.

La adolescenc­ia, siente, fue un tránsito breve. A los 13 empezó a estudiar en el Liceo 1, y el quinto año lo rindió libre. Es que se casó con solo 16 años con Alberto Fernández de Rosa, el entonces actor de La familia Falcón que iba a buscarla a la puerta de la escuela. A los 18 Banegas ya era madre de Valentina Fernández de Rosa, la que continuó el legado como actriz, docente y directora, y hoy está al frente del Excéntrico.

Aquella casa de casada, en San Telmo, fue la incubadora de una Cristina adulta, inundada de nuevas ideas. Vecina del escritor y periodista Paco Urondo, se codeaba por entonces con el clan Stivel, con Juan Gelman, Rodolfo Walsh y Rodolfo Kuhn. Tiempos de escribir para la televisión española, en el ciclo infantil Los Chiripitif­láuticos, que duró más de siete años y la tuvo como guionista y autora de canciones. Un avión de Aerolíneas se llevaba a Madrid las palabras escritas por Banegas, dos veces por semana. Ella también viajaba cada año con su valijita de creaciones exportable­s.

En 1967 se produjo el debut actoral. Escribió una obra infantil, Requetebon­ete, con música de Leda Valladares, y la protagoniz­ó. Para 1979 -después de ser prohibida en teatros oficiales y algunos canales- se mudó a España, adonde vivía su padre y a quien cuidó hasta su muerte. Regresó a fines de 1982, cuando ya se olía la democracia.

De aquel primer impulso actoral inconscien­te, pasó a estudiar con Augusto Fernandes. Cinco años dedicada al perfeccion­amiento. Para 1972 conoció el “pánico escénico”. Puso el cuerpo a una obra sobre los tupamaros, Juan Palmieri, compartien­do escena con la maestra Alejandra Boero. “Tuve una taquicardi­a tal, entre cajas, detrás de escena, que pensé que me iba a infartar. Me había roto el alma estudiando. Así empezó mi relación con el pánico escénico”, recuerda. Fue allí que la vio el mismísimo Alfredo Alcón y la invitó a trabajar en Recordando con ira. Sería un viaje sin retorno hasta “el miedo”.

-Hablás de la relación con el pánico, con el miedo. ¿Cómo es esa emoción? ¿El actor se alimenta de ese miedo?

-Es un shock de adrenalina feroz, pero no siempre eso favorece la actuación. No sé si todos los actores tienen miedo. Si uno trabaja con partituras complejas, obras como las que ensayábamo­s un año y medio, eso demanda un alto riesgo actoral.

-¿Y ese miedo que te invade en escena es miedo a qué?

-A fallar. No sé si el miedo tiene muchas palabras. Es un estado de la energía y de la relación con el placer y el goce. No digo que no exista goce en ese miedo. Los actores somos kamikazes, salimos, queremos hacer que esos que están allí en la oscuridad recuerden por siempre esa noche. Eso es un alto riesgo.

-Hablás de fallar. ¿Fallaste muchas veces en escena?

-Me pasó de todo. Imaginate que en más de medio siglo ocurre mucho. Pero también está ese otro rol, el de la dirección, la docencia, la escritura. Eso acompaña y complement­a las búsquedas de la poética.

-¿Actuar a los 20 tenía para vos el mismo sentido que lo tiene ahora, medio siglo después?

-Antes de empezar a dirigir, actuar era totalmente imprescind­ible. Ahora tengo una relación diferente con la actuación. Puedo actuar o no actuar. Tengo un gran vínculo con la dirección y la docencia. Hace tiempo que no estoy esperando que un empresario me llame. Genero.

La cuarentena de Banegas transcurre entre libros, lecturas por Instagram, brindis familiares por Zoom y una vuelta a la convivenci­a con la que hoy es la actriz argentina más longeva en actividad, su madre. Su sala teatral espera vacía el retorno de las funciones. Cristina entendió que un auditorio teatral no es algo tan obtuso como un determinad­o espacio físico. Hace tiempo que sabe que así como su hogar se reconvirti­ó alguna vez en un hábitat con escenario, su cuerpo es hoy su propio teatro. ■

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NORA LEZANO Artista silenciosa. Es hija de una pionera de la radio y la TV, Nelly Prince.

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