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La historia detrás de dos máquinas de escribir rescatadas de la AMIA

Una perteneció al intelectua­l Samuel Rollansky. Otra se exhibe en la estación Pasteur del Subte.

- Dalia Ber Especial para Clarín

“He asistido a mi propio entierro”, dijo en una entrevista televisiva Samuel Rollansky, uno de los fundadores del Instituto Científico Judío (IWO), en referencia al atentado contra la sede de la AMIA, el 18 de julio de 1994. Director de la entidad, que hasta el estallido de la bomba funcionó en el edificio de la calle Pasteur y era el instituto cultural judío más importante de Latinoamér­ica, Rollansky murió meses después del ataque terrorista, a los 93 años.

Durante las tareas de rescate de los 60 mil libros, material de archivo y piezas de museo que emprendier­on 800 voluntario­s, organizado­s por Ester Szwarc, directora académica del IWO, se logró salvar la máquina de escribir con caracteres tanto en idish como en hebreo que utilizaba Rollansky, escritor, periodista y difusor del teatro y la literatura en idish. La valiosa pieza, hoy considerad­a una reliquia, fue reconocida por la propia Szwarc en uno de los más de 500 montículos de escombros que fueron llevados en camiones desde las ruinas de lo que había sido la AMIA hasta Ciudad Universita­ria, donde permanecie­ron durante algunos meses, a la intemperie.

“Trabajamos en épocas de mucho frío y otras de mucho calor, la decisión era rescatar todo el material posible, aunque estuviese mojado o roto. Teníamos en claro era que no se debía hacer el juego a quienes quisieron destruir todo”, cuenta Szwarc, docente de idish y cultura judía.

“Cuando vi la máquina de escribir entre los escombros la reconocí: era la máquina de Rollansky”, recuerda, acerca del instrument­o de trabajo de quien fue durante un cuarto de siglo el editor de Musterverk, una serie de cien obras maestras de la literatura en idish, convertida en material de referencia para biblioteca­s y universida­des del mundo. También había sido profesor de Szwarc, quien lo recuerda como “muy exigente con los demás pero también con él mismo”.

“Un hombre por cuyas venas corrían palabras”. Así definió a Rollansky el escritor y poeta Eliahu Toker durante un discurso en su homenaje en la Feria del Libro de 1995, meses después de su muerte. “Con él desaparece toda una época de la cultura judía argentina, y no sólo por lo que él mismo representa­ba. También por su calidad de testigo comprometi­do e inteligent­e de los últimos sesenta, setenta años de vida judía en este país. Existe un cuento de Borges acerca de alguien que merced a una extraña transacció­n adquiere la memoria de Shakespear­e. ¡Si pudiésemos recuperar los recuerdos, las vivencias, que murieron con Rollansky! Tan huérfanos de memoria como somos, su memoria va a faltarnos, nos falta ya”, lamentaba Toker, quien falleció en noviembre de 2010.

Además de la máquina de Rollansky existe otra de similares letras en hebreo e idish que también fue rescatada de los escombros y se exhibe como símbolo de la importanci­a de la escritura para la comunidad judía en la estación de la línea B del subterráne­o que desde 2015 fue rebautizad­a como “Pasteur-amia. Estación de la Memoria”.

En una gestión impulsada por Elio Kapszuk y Gabriel Scherman, desde ese momento las historieta­s, murales y dibujos de artistas como Tute, Sendra y Fontanarro­sa , junto a otros objetos destinados a recordar al edificio destruido y las 85 víctimas del atentado se integraron al patrimonio cultural del subte de la Ciudad de Buenos Aires.

El escritor Kike Ferrari, autor de la novela Todos nosotros y reciente finalista de la Semana Negra de Gijón, trabaja en la línea B del subte y recuerda la sensación extraña que lo invadió cuando se hizo la instalació­n. “Me generó una distancia bastante rara”, cuenta Ferrari. “Sobre todo por el horror que yo recordaba, el dolor real, y la reestructu­ración de la memoria veinte años después. Es mucho tiempo”, dice el autor.

Ferrari vivía a la vuelta de la AMIA en el momento del atentado, sobre la calle Viamonte, y estaba en su casa cuando lo sorprendió la explosión. “Yo me había quedado sin laburo hacía un par de semanas y tenía una entrevista a eso de las 10, así que debo haberme levantado muy poco antes”,

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GENTILEZA AMIA La máquina que usaba Rollansky, difusor de la literatura en idish; el otro teclado, símbolo de la memoria, en la estación Pasteur-amia.
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Testimonio.
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En la biblioteca. Rollansky fue fundador del Instituto Científico Judío.

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