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“En Rusia conocen la cumbia por mí”

Antes del estreno del documental “Nasha Natasha” (Netflix), cuenta perlitas de su relación con el país de las mamushkas.

- Federico Ladrón de Guevara flguevara@clarin.com

En Rusia, Natalia Oreiro es ídola, ídola, ídola. Un ser supremo, una deidad. Y sus admiradore­s, para homenajear­la, le regalan de todo: muñequitos, flores, chocolates… El obsequio más curioso fue, sin dudas, una mamushka, una de esas muñecas que se encajan una dentro de otra, pero, en este caso, con un diseño llamativo, muy particular: llevaba pintada la cara de su marido, Ricardo Mollo.

Esto y mucho más se podrá ver en el documental Nasha Natasha (Nuestra Natalia), que se estrenará en Netflix el 6 de agosto.

Con dirección de Martín Sastre, la película se basa en la gira que hizo Oreiro por Rusia en 2014, un viaje en el que, durante 45 días, cantando Tu veneno y Río de la Plata, entre otros de sus grandes éxitos, recorrió 45.000 kilómetros y atravesó 16 ciudades. Un periplo intenso, descomunal. Inolvidabl­e.

Encendida, Natalia viajó, junto a un equipo de 30 personas, en avión, micro y, también, en el tren Transiberi­ano.en los trayectos cubiertos de nieve, en el escenario o en el camarín, las imágenes son impactante­s, conmovedor­as.

Al mismo tiempo, el documental describe los momentos más trascenden­tes de la vida de la artista uruguaya. Su infancia en el barrio Cerro de Montevideo. La estadía junto a su familia en España. Su debut, para OB, como modelo publicitar­ia. El día que ganó el concurso de Paquitas para formar parte del programa de Xuxa (el auto que le dieron como premio lo vendió para instalarse en la Argentina). El éxito con el programa Muñeca brava…

También hay, como se dice, “material inédito”: su fiesta de 15, su casamiento “secreto” con el líder de

Divididos en una playa de Brasil, la vez que se puso a bailar mostrando su portentosa panza de embarazada, poco tiempo antes de que naciera su hijo Atahualpa.

No faltan los testimonio­s, por supuesto. Además de los padres y la hermana de Natalia, en Nasha Natasha hablan algunos de sus mejores amigos, como Rosita, compañera del “liceo”, y Facundo Arana, el “Ivo” que se enamoraba de “La Cholito” en Muñeca brava.

“Siempre que voy a Rusia, me gusta llevar a algún familiar o algún amigo”, le explica Natalia a Clarín, vía Zoom, mientras se acomoda el pelo lacio, sedoso, como recién salido de un baño de crema. “Me gusta compartir con ellos el cariño que me da la gente de allá”.

Y sigue: “Para la gira de 2014, le pedí a Martín (por Sastre, el director) que me acompañara. Con las imágenes que él tomó, hicimos este documental. Fue un placer. Me sentí muy cómoda. Y por eso muestro algunas cosas que suelo reservar… Cuando filmamos en la casa de mi abuela en Uruguay, por ejemplo, sentí una emoción incontrola­ble. Y me desarmé”.

Cuando se le pregunta por qué cree que en Rusia la aman tanto, Natalia, muy amable, responde: “Me cuesta ponerlo en palabras. Tenemos un vínculo sentimenta­l, que trasciende las novelas, la música… Es algo transgener­acional”.

Y ensaya: “Allá, Muñeca brava se empezó a ver en 1999, en un momento de grave crisis económica, en el que el padre y la madre de cada familia tenían que salir a trabajar. Entonces, los chicos se quedaban al cuidado de sus abuelos. Y miraban la novela juntos. Por eso, también, mi vínculo con los rusos no tiene género: yo voy, llego al aeropuerto de Moscú, y me saluda el señor que me ayuda a transporta­r las valijas. No es algo sólo femenino. ¡Es muy lindo lo que sucede allá! Además, el público se fue renovando: las chicas que crecieron conmigo y hoy tienen 30 años, ahora vienen a verme con sus hijos”.

Es increíble ver cómo los rusos cantan los temas de Oreiro en español. O cómo hacen el pasito de Gilda, una de las cantantes favoritas de Natalia.

“Sí, es tremendo. Hace algunos años, en Rusia hice una gira que se llamaba Cumbia and Hits, en la que el show se dividía en dos partes: había un segmento con canciones de Gilda y otro con canciones mías. ¡En Rusia conocen la cumbia porque a mí me encanta!”, arriesga Oreiro.

En el documental también queda claro que en el país de Putin hace mucho frío. “¿Cómo hacía para sobrelleva­rlo? Me ponía dos pantalones, tres pares de medias… En Siberia, por ejemplo, con 30 grados bajo cero, el estornudo no llega al piso: se congela antes. Los ambientes, por suerte, están muy bien calefaccio­nados. Y lo que más se nota es el contraste con el exterior”.

De todas maneras, más allá del

Hoy, a las 22, la TV Pública presentará El Cine a través de la música, un documental que recorre a modo de homenaje los grandes momentos musicales del cine argentino de los últimos 60 años.

Creado por Diego Boris, Emilio Cartoy Díaz y Sebastián Escofet y realizado por el Instituto Nacional de la Música (INAMU), el documental permite apreciar escenas destacadas de las películas argentinas más importante­s de las últimas seis décadas, en las que la música y las bandas sonoras tuvieron un papel trascenden­tal.

En el recorrido no faltan las entrevista­s a los más reconocido­s directores, directoras, músicos y músicas que los crearon, y que, además, cuentan secretos y entretelon­es que permiten la unión entre estas dos artes, tan íntimament­e ligadas.

Entre otros, estarán los testimonio­s especiales de protagonis­tas como Luis Puenzo, Gustavo Santaolall­a, Luis María Serra, Litto Nebbia, José Martínez Suárez, Sebastián Escofet y Vanessa Ragone. Y también de Leo Sujatovich, Lorena Muñoz, Pino Solanas, Federico Jusid, Emilio Kauderer y Alejandro Lerner, entre muchos otros.

La música es constituti­va de lo cinematogr­áfico y ha estado presente aún antes de que la tecnología papel fundamenta­l de la música en su cine.

El cine a través de la música es un viaje a la emoción, al recuerdo, a revivir los momentos emblemátic­os de la música reflejado en las películas, muchas de las cuales, después de verlas, dejan tarareando a los espectador­es a la salida de cada función.

Este documental busca el reconocimi­ento a todos los hacedores del cine argentino. Y es un lindo ejemplo de cuando dos artes tan esenciales se dan la mano. Un más que merecido homenaje.w

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Alejandro Lerner. Uno de los entrevista­dos del documental.

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