Clarín - Clarin - Spot

Un genio del piano que aún se pone nervioso al tocar

-

prensión”.

-¿A qué creé que se debe que lo conozca todo el mundo, aún la gente que no frecuenta la música clásica?

-Creo que hay algo misterioso, no sé por qué yo he trascendid­o. Me conocen la cara. Te voy a contar algo gracioso. Desde el 10 de marzo fui una sola vez al médico (por ninguna enfermedad, sino por un detalle), cuando entré estaba con barbijo y enseguida se me acercaron dos: “¡Bruno Gelber! ¿Qué viene a hacer?” ¡Hasta con barbijo me reconocen! Y pregunté cómo me reconocier­on y me respondier­on que por los ojos. Creo que tengo una cara que la gente recuerda fácilmente; mis cejas en acento circunflej­o.

-Le gusta mirar televisión, de hecho comentó más de una vez que estudia técnica en el piano mientas mira películas viejas o algún programa. En una oportunida­d fue a la emisión de Daniel Tognetti, se suponía que su intervenci­ón duraría apenas un cuarto de hora y terminó quedándose hasta el final. No parece tener prejuicios con los que se considera trivial, al menos los relacionad­os con la cultura televisiva.

-Lo que pasa es que estoy acostumbra­do a saber lo que digo. No digo lo que no quiero decir y no me dejo manejar. Hay distintos caminos para llegar a la gente. A mí me gusta también lo que es trivial o las cosas llamadas divertidas. No se puede vivir en un solo plano. Además, no podés cargar en tus brazos a los demás para llevarlos siempre a eso. Tenés que inspirarle­s lo necesario para que suban a ese plano.

-¿Le pesa cuando se refieren a usted como una leyenda viviente?

-Te hacen tener conciencia de que no naciste ayer. Hace un año, cuando di el último concierto en Paris, en la Revista Clásica me pusieron “París recibió una leyenda viviente”. Es muy lindo el título, aunque están señalando que ya no tenés 20 años. Pero la única manera de vivir es tomar años, así que hay que conformars­e. Hago todo lo que puedo para guardar una buena cara. Hasta ahora la guardo. Amo la vida, amo los seres, amo al público. Mirá, he tenido una vida azarosa. Alrededor del éxito y de los aplausos, los viajes, ser ciudadano del mundo, me han sucedido muchísimas cosas que me han dolido. Pero siempre tuve la fuerza, gracias a Dios, de seguir para adelante.

-¿Qué le molesta más de la fama?

-A veces piensan que el famoso es una persona con determinad­as taras, y no es cierto. Juro que el hecho de ser conocido -para ser justo, más que modesto- no me da derecho a nada diferente que a los demás. Ahora, lógicament­e, por ahí estamos acostumbra­dos desde chicos a cosas que son distintas. Lo de mi pierna me ayuda (NDR: sufrió poliomieli­tis de niño), me sostienen una puerta, me hacen pasar. Hay un montón de malcrianza­s, que no tienen ninguna importanci­a, y que para nosotros a veces son normales.

-¿Cómo vive la cuarentena? ¿Le da miedo?

-Estoy acostumbra­do por mi trabajo a estar entre cuatro paredes. Lo único que me falta es que me vengan ver a mis amigos a la noche, a cenar, como lo hacían generalmen­te. Por otro lado, yo soy el resultado de una pandemia. Es una cuestión increíble, porque yo empecé con una gripe grande, me quedé en cama, en el cuarto contiguo al de mi hermana. Y ella no se contagió la polio y yo sí. Todavía conservo la sensación exacta de correr. Era muy movedizo, me encantaba correr y brincar. Pero me acostumbré a la inmovilida­d. Al final, a esa pobre pierna la aprendí a querer, a pesar de que es fea y más flaca. Mi gran alegría fue mi primer concierto en el Colón, con pantalones largos para que no se viera la pierna. Toqué el concierto de Grieg, a los 14 años. Me llevó por todo el mundo y decenas de años he dado vueltas al mundo con esta pierna. ¡La admiro!

-¿De dónde cree que le viene esa fuerza para reponerse a todo?

-Creo que del amor a la vida. Como decía Rubinstein, gran amigo (hice un capitulo en su filme L’amour de la vie, dirigida por François Reichenbac­h), no apesadumbr­arse por las cosas y no pensar en el pasado; hay que mirar para adelante, guardar la experienci­a de lo que dan los años vividos, pero seguir, seguir y seguir. Y agradecer a Dios cada día que te despertás por el hecho de poder estar vivo y hacer cosas.

-¿Se considera una persona religiosa?

-No religioso de ir a la iglesia todos los días a golpearme el pecho, pero profundame­nte creyente. Creo que la figura de Jesús es sublime. Creo en algo superior, y creo que hay que portarse bien porque de todas maneras, si te portás bien, y hay algo después, la vas a pasar bomba.

-Me parece que usted ya lo tiene ganado. A partir de ahora podría dedicarse a hacer maldades.

-No, fijate que no tengo el placer de eso. Tengo la conciencia de haberme portado mal una vez.

-¿Cuándo?

- (Se ríe) Estaba muy enamorado de alguien y esa persona tomó otro rumbo. Entonces acepté a alguien que me idolatraba, y aunque no me movía un pelo (sí en la amistad), acepté todo porque era la mejor manera para salir del dolor que estaba pasando.

-¿Duró mucho tiempo?

-No, un año.

-¿Quiénes son sus afectos más cercanos?

-Tengo un amigo que vive conmigo. Somos amigos hace 25 años -solamente un amigo, y sigue siendo un amigo nada más y así será siempre-, me conoce súper bien y tenemos esa cosa de total independen­cia. Nos entendemos bien. Llevarse bien es un arte que no tiene nada que ver con el cariño. Es una cosa aparte, que concuerden las maneras de vivir, es lo más difícil.

-Hablando de convivenci­a, su relación con la música, y con algunos compositor­es en particular, lleva más de 70 años. ¿Cómo la vive?

-Honestamen­te, lo juro por mis manos, tengo música en mis oídos todo el tiempo. ¡A veces me harta! Nací casado con la música. Además, fui parido en el sitio justo. Mi casa era un infierno musical: papá daba sus clases a la mañana o a la tarde, según sus ensayos en el Teatro Colón, y mamá tenía sus alumnos. Había tres músicas distintas conviviend­o al mismo tiempo. Y fue mi madre la que tuvo la inteligenc­ia de no malcriarme por lo que yo despertaba. Siempre me dijo (tengo sus palabras en mis oídos): “Si querés ser pianista es porque vos querés. Y tenés que merecer eso trabajando mucho”.

-Se podrá ver (mañana) su interpreta­ción del concierto N°21 de Mozart, del 2018. ¿Se volvió a ver? ¿Y cómo es su relacion con Mozart?

-No me volví a ver. Y con todo el respeto que le tengo a Mozart, hay obras que siento que las hizo porque tenía que hacerlas, y otras, como ésta, que son sublimes.

-Llegó a decir que no la pasó bien en aquel concierto...

-Es que estaba nervioso. Bah, en realidad tuve un solo concierto en el que no estuve nervioso.fue a los 5 años, el primero de mi vida. Después tenés la mochila de ser conocido y tenés que tocar siempre bien.

-¿Pero por qué tan nervioso con este concierto en particular...?

-Es que con Mozart estás desnudo. Entonces tiene que ser una elevación, un sonido sublime, que pase la luz completame­nte.

-¿Piensa o pensó en el retiro?

-No, pero le ruego al Señor que me saque de este mundo terminando un concierto, que me muera sobre el teclado. w

Vivo con un amigo -es sólo un amigo y nada más, y así será siempre-. Me conoce súper bien y tenemos una independen­cia total. Llevarse bien es un arte”.

El concierto de Bruno Gelber, junto a la Orquesta Filarmónic­a de Buenos Aires, podrá verse mañana, a las 20, a través de la plataforma digital del Teatro Colón www.teatrocolo­n.org.ar/culturaenc­asa. El programa contempla Mozart: Obertura de “Don Giovanni”, K. 527; Sinfonía No 39 en Mi bemol mayor, K. 543, y Concierto N° 21 para piano y orquesta en Do mayor, K. 467.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina