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El pionero del rock argentino al que la revista Pelo demonizaba

- Hernán Firpo hfirpo@clarin.com

El Club del Clan vendió dos millones de discos cuando en la Argentina había 20 millones de habitantes. Esto que viene ahora es un secreto a voces: durante la Guerra Fría, Estados Unidos ejecutó un programa de difusión con diversas estrategia­s para enfrentar culturalme­nte a la URSS. En 1962 envió a Benny Goodman y su orquesta a Rusia. Hay quien piensa que Argentina, en su afán de tomar por expandir el territorio, entre el ‘62 y el ‘64 envió por todo el continente a Palito Ortega, Lalo Fransen, Johnny Tedesco, Nicky Jones, Jolly Land y otros.

¿Los Beatniks, La Balsa o Johnny Tedesco? ¿Cuál fue realmente el nacimiento del rock nacional? Lindo debate. “Johnny Tedesco nunca fue rock. Puede haberlo interpreta­do”, dice el periodista (del palo) Sergio Marchi.

Contrapeso histórico en las redes: Rock del Tom Tom, de Johnny Tedesco, llegó seis años antes que La Balsa. “En 1961 Johnny Tedesco fue el primer autor de un rock en español”.

-¿Qué te parece todo esto, Johnny?

-Rock del Tom Tom lo grabé a los 16. Es una melodía que me despertaba a la noche. En los Estados Unidos y Europa se considera el primer rockabilly sudamerica­no.

-¿Qué sería el “rockabilly”?

-Un brazo del rock and roll. Es más sureño, más rústico, más crudo. La vuelta fuerte es con los Stray Cats en la década del ‘80. Y acá, con Los Casanovas. Los escucho seguido. Es un infierno como toca Flavio Casanova. El rockabilly es bailable, todo lo contrario al rock nacional…

-Jajaja…

-El rock nacional nunca bailó, en todo caso existe el pogo, que no sería técnicamen­te un baile, sino un ritual punk de índole masculino, no demasiado apto para chicas. Una explosión de testostero­na de puta madre, pero... El rock, lo que se dice rock, jamás volvió a bailar, salvo alguna rara excepción en rockerias del conurbano.

Johnny Tedesco nace en Buenos Aires, Argentina, el 1 de mayo de 1944, como Alberto Felipe Soria. Cantante, músico y actor. Wikipedia lo considera “el primer autor y compositor hispanohab­lante que compuso y grabó un rock’n’roll en español”.

-Hay un nuevo tema tuyo en Youtube, “Voy a lo simple”. Ahí decís: “Las heridas que marcaron mi destino son cicatrices que no las voy a olvidar”.

-Estoy volcando un sentimient­o. Hablo de mí. Voy a lo simple. Tengo 76 años y la curva va aproximánd­ose, es más, ya está muy inclinada y soy consciente de eso. Mis padres se separaron cuando yo tenía cuatro años y lo único que hice en ese momento, y de ahí en adelante, fue tratar de que volvieran a estar juntos. Me dediqué a eso. Mi propósito era tener en casa a mis dos papás. Hoy parece una pavada lo que digo. Lo logré, y fue así hasta el final de sus vidas.

-¿Y cómo te fue a vos con la familia?

-La familia es todo. Yo soy Tedesco por parte de mi mamá. Mi abuela tuvo 11 hijos. Tuve 25 primos. Crecí en un ambiente muy Campanelli. Yo tuve cinco hijos y quedé viudo con tres hijos de dos, seis y trece años. Fue difícil, debí remontar. Después encuentro a Nilda y tenemos dos hijos más. Siento que la vida siempre me ha dado una mano, aunque perdí a mi hijo mayor, periodista él, 45 años: Adrián.

-Un dolor indescript­ible…

-Nadie te prepara para perder un hijo. Hace cosa de diez años fue. Son cosas inexplicab­les para un padre. Me ha tocado vivir pérdidas importante­s y encaré la vida como pude, no hay un manual.

-¿Serías vos el padre del rock nacional?

-Los Gatos tocaron conmigo. Litto Nebbia. Ellos ya eran una banda conformada. Me entero que esos chicos rosarinos estaban parando en Buenos Aires. Interesant­ísimos me parecieron. Recuerdo que en unos carnavales tocamos juntos.

-Sabemos lo que significa ahora, ¿pero qué era La Balsa en ese momento?

-Yo no la tenía como rock. Era una canción, una canción entradora y con una novedad: mensaje además de letra. Yo estaba en ese circuito. Conocí a Moris, a Tanguito, grabé un disco de canciones de Litto Nebbia, frecuentab­a los shows de Manal…

-¿Y qué pasó entonces?

-Me guardé. Es mi gran contradicc­ión, y eso tiene que ver con los incentivos. En soledad, yo no funciono bien, no puedo tomar decisiones.

-¿”El club del Clan” fue un error en tu carrera?

-Fue una consecuenc­ia. No lo elegí. Yo era el vendedor número uno o dos de una compañía. La compañía decide formar un elenco para un programa. El Club del Clan era lo novedoso. Gente joven, música para jóvenes, ¡50 puntos de rating...! Duró tres años. Mis fines de semana era con cuatro shows en una noche, tipo Rodrigo. Yo tenía una imperiosa necesidad de frenar. Empecé a escaparme. Me tomaba meses de descanso. Me fui al campo, me involucré con la siembra y la cosecha, me gusta la siembra, soy muy aferrado a la tierra. La vanidad es fabulosa, pero en un momento te ahoga.

-¿Vos fuiste uno de los primeros “famosos” de la Argentina?

-Creo que sí. Era un sentimient­o jodido. Hablando con Sandro, coincidíam­os en todo: uno se aísla y eso no es en vano. El tenía su mundo propio y era muy amiguero. Pero todo ahí, en su casa de Banfield. Es asfixiante el reconocimi­ento. Agradable y asfixiante.

-¿Cómo era la sonrisa de Jolly Land que canta Charly García en “Mientras miro las nuevas olas?

-Era como una alegría capciosa. Charly es un observador nato, una máquina poética: reparó en algo que a mí siempre me había llamado la atención

-¿Los hippies te sacan de la historia del rock?

-Aparece otro rock y se ve que no me veían en esa historia. Todos dicen que yo fui un referente, son muy amables, muchas gracias... No creo que haya sido una cuestión musical. Me parece que la cosa pasó más por un lado periodísti­co.

-¿Periodísti­co?

-Para la revista Pelo yo no existía. Llegué a escuchar que era el demonio. No veo otra que no sea el periodismo en todo esto. Gustavo Cerati decía que su ídolo era Johnny Tedesco. Eso lo cuenta siempre su mamá. El cantaba mis canciones ....

-Pero ellos tampoco se la jugaron demasiado por el ídolo…

-No, es verdad, hicieron la de ellos. Yo tampoco me la jugaba por Elvis Presley, debo decir. Yo hacía lo que podía por Johnny Tedesco... Me gusta hablar de este tema, porque siento que se abre el panorama hacia algo lindo, el reconocimi­ento. Las revistas del rock, conmigo, hicieron una cosa bien argentina: para imponer una idea hay que destruir otra. La grieta está desde siempre. Soy vintage, y me encanta serlo. Por suerte lo puedo disfrutar en vida.w

“Gustavo Cerati decía que su ídolo era Johnny Tedesco. No lo digo yo, eso lo cuenta siempre su mamá, que él cantaba mis canciones”.

currió en París. Acababa de terminar una función de La gaviota, de Chéjov, en versión de Daniel Veronese, y apareció Gérard Depardieu, con Marilú Marini como traductora. “Sueño con hacer Cyrano de Bergerac,

maestro, pero después de verlo a usted...”, le dijo tímido Roly Serrano a Depardieu. Con un movimiento nasal de los suyos, el dueño de la nariz más famosa del mundo le regaló un certificad­o invisible: “Después de ver lo que hiciste recién en el escenario, lo vas a hacer mejor que yo, Rolando”.

Ocurrió en La Boca: Roly salía de la ducha enjabonado cuando enfrentó "no un casting sábana sino un casting toalla". Lo llamó por

Skype el director italiano Paolo Sorrentino y le pidió urgente ver su cuerpo para comprobar si era el Diego Maradona que buscaba para su película La juventud. Parado como “El Diez”, Rolando miró a la cámara y del otro lado Sorrentino gritó: ¡Mamma mia! ¡Questo é Diego!”. Acto seguido, le enviaron el pasaje a Suiza y le pintaron un Karl Marx en la espalda.

Nunca pensó Rolando que salir de Guachipas, Salta, iba a implicar tantas zancadas. Nunca soñó con limusinas ni champagne y sin embargo se los ofrecieron gracias a sus máscaras. Filmó al pie de los Alpes con Sorrentino y Harvey Keitel y lo hospedaron en habitacion­es cuya tarifa por noche podía igualarse al costo de vida de Roly en seis meses. Vivir en los extremos le enseñó el equilibro. De “comer cartón para engañar al estómago” alguna vez a conocer la opulencia. “Jamás perdí la cabeza por lo material. Jamás tendría una casa del tamaño que no pueda limpiar yo solo”, explica confinado a dos cuadras de la Bombonera.

“Ahora más que nunca me doy cuenta de que no necesito ir corriendo tras tantas cosas”, dice mientras toma mate en su patio. La versión aquietada de Serrano es producto de un alma curtida en 65 años. Pocos actores atravesaro­n una vida “tan honda”. Roly conoció el abandono y la violencia familiar, deambuló por las calles, lloró, odió, rozó “el fondo” varias veces. El teatro lo invitó a una vida “lúdica y digna”.

La soledad de su aislamient­o pandémico no es distinta de la otra, la de la vieja “normalidad”. Viudo, con su hijo viviendo en Barcelona desde hace cinco años, Roly aprendió a convivir con el silencio. “Trato de transforma­r el miedo al coronaviru­s en responsabi­lidad y cuidado. Soy paciente de riesgo, un tractor viejo que se tiene que cuidar. Y entiendo que hay muchas cosas del afuera que no me hacen falta. Es simple: es como cuando te arreglás para cocinar con lo que tenés y sale igual un rico plato”.

-¿Sufriste algún “encierro” parecido, te recuerda esto a algún momento de haberte “guardado”, de haber pausado la rutina?

-Distinto, pero me recuerda tal vez al accidente de auto viniendo del Festival de Teatro de Córdoba. Manejaba yo. Tenía 26 años. Hacía un calor tremendo, sufrí una lipotimia, venía en una recta y choqué. El auto quedó destruido, falleció la actriz que me acompañaba. Fue durísimo. Me salvé, por fuera no tenía heridas, el tema eran las heridas de adentro. Estuve dos meses internado. Ese fue un encierro con visitas, pero terrible.

-El último tiempo estuviste volcado a la política, fuiste precandida­to a diputado provincial en Salta. ¿Vas a seguir intentando o tuviste suficiente con esa experienci­a?

-Fue interesant­e el proceso de intentar hacer política. Es un mundo en el que entendés que unos tienen intenciona­lidad social profunda y otros usan la política para dar pasos personales. No me desencantó, porque la vida es política, todo es político, y el no involucrar­se también implica que los que tienen malas intencione­s ocupen lugares. Yo sentí que estaba preparado, pero cometí un error.

-¿Cuál?

-La soberbia de creer que el afecto y el respeto de la gente por mi forma de pensar alcanzaba. Entonces empezás a descubrir que todo es un gran aparato y que alguien te puede dar la mano o retirarla. Yo iba a Salta y no podía caminar de la gente que se me acercaba cariñosa, pero de pronto no hice la campaña como se debía porque trabajando en teatro en Buenos Aires no daba el tiempo. Hice un campañón con nada. Eso sí, gasté mis ahorros.

-¿Todos?

-Es que lo que significab­an los pasajes, la estadía, moverme, era mucho. Alguno se acercaba a decir: “Te ayudo”. Pero yo pensaba: “¿Después qué me va a pedir?”. Hoy estoy sobrevivie­ndo. Agradecido de los cercanos que vienen a dejar una bolsa de supermerca­do. Y me achiqué. Tenía la suerte de tener una camioneta de alta gama y la vendí para tener un autito. Tuve una entrada con el espectácul­o Los catedrátic­os (por streaming, con el “Puma” Goity, Daniel Aráoz y Coco Sily). No puedo quejarme, me las arreglo.

-En viejas entrevista­s decías que tu gran deuda era la salud, cuidarte. ¿La pandemia ayudó para empezar a saldar eso?

-Bajé cerca de 20 kilos. Este tiempo me llevó a elegir mejor los alimentos, siento que el cuerpo me está diciendo “gracias” todos los días. Quizá la deuda hoy sea dejar el cigarrillo. Intento, pero me está resultando difícil en medio de la soledad y la ansiedad.

Mucho queda de ese titiritero que fue por una década, que moviendo sus manos llegó hasta festivales de Hungría y vivió tres meses en Barcelona. Su primera ruptura de “cascarón” nacional data de 1983, cuando se embarcó hacia Tolosa, País Vasco.

El hombre que prestó el cuerpo a “El Sapo” de El marginal celebra más que cuatro décadas de oficio: de “salvación”, del arte escénico moldeando las emociones negativas y “emparchand­o” las carencias. Creció sin madre, con la idea de que ella había muerto hasta que de adulto una señora se presentó al final de la función de Áryentains para decirle “soy tu hermana”. El reencuentr­o con su madre y la construcci­ón de un vínculo hizo de Roly “una nueva persona”: “Es hermoso poder saber quién sos, de dónde venís. Desarmé viejas estructura­s, me abrí, me sentí más seguro. Hasta entonces había construido una vida arriba del agua”.

“A los 12 me había mudado a lo de mis tíos y fui un niño violentado, me refugié en la calle. Todo empezó a cambiar cuando tuve que hacer la colimba, tres meses antes del Golpe de 1976. Yo no tenía idea de qué estaba pasando, pero ahí adentro terminé el secundario, empecé a militar en el Partido Comunista, me anoté en Abogacía”, cuenta movilizado.

Las leyes que lo esperaban eran otras, las del teatro. Con el grupo Teatro Abierto trabajó como maquinista, hasta que en 1981 Rubens Correa lo becó para aterrizar en Buenos Aires. 2Yo era un paria y encontré un lugar. Ese lugar me limpió. Pude haber sido un resentido, pero no, la literatura, leer, me modificó, me hizo discernir lo bueno de lo malo, me aclaró las ideas, descubrí que necesitaba expresarme. No había tenido niñez y empecé a jugar. Todo eso que tengo adentro cuando actúo lo transformo”. w

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