“La gente tiene miedo de salir a las calles con la cámara”
Estudió Abogacía, pero prefirió el periodismo. El conductor de La Red y América cuenta su vida. Retrato de un adicto al sol.
Aclara que sólo saca con un lente angular, que siempre tiene que estar cerca, que nunca son tomas arrancadas desde el auto. Dice que caminó por la mayoría de los barrios, que conoce la ciudad de punta a punta. Que vive para la fotografía callejera. Que camina 200 cuadras por día.
Incomprobable como esas notas de gente que cuenta haber dado una vuelta al mundo en bicicleta. ¿Pero qué importa? Un tipo que se acerca y se presenta así merece ser escuchado. Alex, se llama. Alex Gottfried Bonder. Viene con libro: Caminando Buenos Aires.
Hojeás y se ve que la fotografía callejera lo deja imaginarse películas que no existen. Da cursos: la capacidad de observación, la creatividad a la hora de componer la imagen, entender cuál es la actitud correcta en las calles. También enseña técnicas que ayudan a obtener mejores resultados. Organiza salidas grupales por los barrios.
-¿Cuántos fotógrafos callejeros tenemos?
-Con el nivel de dedicación mía, no hay nadie. Hay algunos aficionados, pero desde mi óptica no tienen idea de lo que están hablando. Lo que menos quiero parecer es soberbio, pero la gente tiene miedo de salir a las calles con la cámara, y capaz que salen por el Microcentro o, eventualmente, por Puerto Madero.
-¿Qué distingue la fotografía callejera de otras especialidades?
-A ver, una de las grandes diferencias con otras ramas de la fotografía es que hay que dominar la composición, tener rapidez mental y
fotos solamente. Esto va asociado a la curiosidad, a cualquier esquina, a cualquier lugar...
-¿Salís con una Guía Filcar?
-Google Maps. Voy planeando. O salgo sin destino. Si está nublado, voy donde hay grafitis. Si hay sol, busco el Centro por sus entradas de luces y sombras dramáticas. Voy caminando a nueva Pompeya desde la avenida Santa Fe…
-¿A la gente le gusta que le saquen fotos o podría ser una especie de invasión a la privacidad?
-La foto callejera pasa inadvertida. Yo trato de que la gente no se dé cuente de que yo estoy ahí. Saco las fotos a media altura gracias a la pantalla retráctil de mi cámara. Eso, sumando al hecho de que la cámara no es grande, hace que la gente no se asuste y, es más, siga de largo.
-¿Si pidieras permiso no sería “fotografía callejera”?
-No existe pedir permiso en mi especialidad. Cuando posás no sos fotogénico. Nunca. Posar habla muy poco de uno. La espontaneidad es lo que despierta ternura, empatía, emociones.
“En mi especialidad no existe pedir permiso. Cuando posás no sos fotogénico. Nunca. Posar habla muy poco de uno”
-¿Detectás gente más feliz en un barrio que en otro?
Se llama Paulo por Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini, el Papa Paulo VI. Mandó al demonio la abogacía en cuarto año, cuando el raid por los estadios era incompatible con el Derecho. Entró a los medios a través del periodismo deportivo, sufrió el apriete de barrabravas, se expandió al periodismo político. Hoy habla por Whatsapp con presidentes y ex presidentes.
Paulo Vilouta, 56 años, soltero, bonaerense, una angioplastia y un stent, es el rey del bronceado, al estilo Hugo Orlando Gatti. Rayo que ve, rayo que absorbe como planta en fotosíntesis. Mantiene su vida privada bajo llave.
En septiembre de 2020 experimentó una sensación de ahogo, de “aire corto” distinto al de esas tardes de futbolista amateur en el Club San Fernando, cuando con el último aliento bloqueaba a rivales como marcador de punta. Le diagnosticaron Covid-19 cuando aún no habían llegado las vacunas. En ese trance, entraba a Whatsapp y el torrente de mensajes devolvía remitentes impensados, Mirtha Legrand, Alberto Fernández.
En 2021 le detectaron una arritmia. Después de la muerte de Mauro Viale sintió como “una plancha de acero en el pecho” y creyó que se trataba del shock. Pero terminó en el cardiólogo y hubo que maniobrar arteria adentro. Suelen llamarlo erróneamente Pablo. Su madre, católica, buscaba nombres antes del nacimiento del primogénito y reparó en la sonoridad del de ese pontífice que terminó canonizado por Francisco en 2018, Paulo VI.
Nació el 29 de octubre de 1965, en San Isidro y se crió en Martínez con un padre empresario y madre ama de casa. Don Vilouta había sido gerente de Coca-cola, pasó también por Cindor, y terminó dedicado al rubro siderúrgico. En las entrañas de ese clan “alegre, de mucho movimiento”, PV también se movía intensamente. Clases de inglés, a veces de francés, tardes de remadas en el Tigre. Si se le pide una postal de fuego de sus primeros quince años, se recuerda fluyendo por las aguas de los ríos Luján y Sarmiento con los bíceps inflados.
“Voy a ser colectivero”, repetía con orgullo en sus primeros años de la primaria, fascinado por el micro escolar que lo transportaba. Era tal la obsesión por el manejo que a los diez, en ausencia de sus padres, ya conocía “la teoría” de conducción y se atrevía a mover el Peugeot 504 de su padre. Para la mayoría de edad ya tenía registro y regalo: un Fiat Uno rojo '84 que duró poco. Se lo robaron en la puerta de Canal 11.
Los lunes por la tarde, religiosamente durante la adolescencia, viajaba desde Martínez hasta Retiro para tener con anticipación su ejemplar de El Gráfico. Esas páginas fueron clave en su formación autodidacta, así como las audiciones de La oral deportiva y Sport 80. El rol de periodista deportivo nació después de pedirle trabajo a Carlos Parnisari en una cancha. El conductor lo citó en Radio Colonia. Arrancó en las transmisiones deportivas de la incipiente democracia.
No solo por el desahogo colectivo con la épica de Diego Maradona: México ‘86 será por siempre su Copa del Mundo amada, su época de despegue profesional, su gran debut televisivo. Tenía apenas 19 años cuando Parnisari reafirmó la confianza, lo llevó a Canal 13, a Polémica en el fútbol. De aquel perfil silencioso en Radio Colonia, Vilouta pasó a intervenir en un ciclo que rozaba entonces los 45 puntos. Descubrió que ya no era “anónimo” el día del gol a los ingleses. “Aquel partido lo viví en el canal, donde hacíamos la previa y el post. Reconozco que en ese momento no vi la mano de Diego. Recuerdo que salí a la calle, conseguí un cospel, avisé a mi casa que en ese tumulto no podía volver hasta Martínez, y por primera vez me di cuenta de lo que significa la tele: la gente me reconocía”.
Alguna vez tuvo el tupé de cortarle una llamada a Maradona. Fue a mediados de los ‘90, cuando en la cancha de Banfield sonó el celular y creyó que se trataba de un imitador. “Feliz cumpleaños, Paulito, soy Diego”, se escuchó del otro lado. Tuvo que comunicarse Guillermo Coppola para convencerlo: “Te está llamando el Diez y le cortás. Atendé, Paulo”.
Desde entonces hubo un rito que mantuvieron una década. “Yo cumplo el 29 de octubre, él cumplía el 30. Por unos diez años él me llamaba el día antes de su cumpleaños, y yo le devolvía el saludo al otro día”, cuenta en un recreo de su ciclo radial de La Red. Se levanta a las 4.30 y su agenda es fragmentada. Hace radio de 6 a 10 ( Vilouta 910, La Red), al mediodía sale en vivo con una columna de actualidad en América Noticias, regresa a su casa de Nuñez y se pone al frente de A24, de 17 a 19.
Vivió lidiando con las conspiraciones de los hinchas sobre su cuadro de fútbol. Todavía elude la respuesta y adelanta que no viajará a Qatar. Se conforma con los tres Mundiales cubiertos in situ, Francia 1998, Sudáfrica 2010 y Brasil 2014. El peor recuerdo: los barrabravas argentinos que lo apretaron en continente africano. “Fue complicado desde el punto de vista calle, porque acá se les había ocurrido mandar a Hinchadas unidas y todos esos barrabravas y me volvían loco para que les diera plata”, confiesa.
Fue una tragedia aérea la que desvió su perfil deportivo. En 1999 un avión de LAPA se estrelló en el aeroparque. Era el Boeing 737204C, que comenzó su despegue por la pista 13 de Aeroparque, impactó contra un terraplén y dejó 65 muertos. Al aire Vilouta tuvo que manejar otro tipo de información y descubrió que podía reinventarse.
Con Intratables, lo que aparentaba un simple programa de verano, su foco en la actualidad se intensificó y su popularidad, también: sumó tantos seguidores como detractores. A pesar de todo jura: “Tengo buena calle. De 10, 9 son educados conmigo”. Contabiliza entrevistas a media docena de presidentes. Desde Raúl Alfonsín, en los ‘80, a quien persiguió con un grabadorcito durante un acto, hasta Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde. “Me faltaron los Kirchner”, se lamenta.
-¿Eras amigo de Maradona?
-Amigo no, pero él sabía de mi profunda admiración. Se había generado una corriente afectuosa, tal vez porque yo no lo invadía. Por ahí él llamaba y preguntaba: ‘¿Te están pagando en tal trabajo?’. Se preocupaba de esa manera.
-¿Cómo es tu relación con Alberto?
-Nunca me dejó de atender. Sabe que lo critico, Macri lo mismo, sabía, y ningún problema. Obvio que no molesto por estupideces, pero tengo el teléfono de Alberto. Cuando tuve Covid y no había vacunas, nos hablamos. Me escribió. Lo conozco de cuando era jefe de gabinete. Siempre con muy buena atención.
-Lograste que tu vida privada no se cuele en los medios. ¿Es algo buscado?
-Cuando tenés un trabajo tan público como el nuestro, querés que una pequeña parte sea para vos. Sino vivís y compartís todo con todo el mundo. Es el único rincón de privacidad que uno tiene.
Resultadista, competitivo, bilardista, podría escribir un libro sobre los toc del “Narigón”. Primero fue su admirador, después trabajaron juntos en Fox y La Red. “Una vez, en Madrid, nos encontramos en el aeropuerto con Carlos Ávila, que tuvo la gentileza de cambiar nuestros pasajes para que viajáramos en primera. El vuelo de Iberia salía a las 11, el de Aerolíneas,11.30. Carlos prefirió no viajar en primera para ganar media hora en Argentina”, se ríe. “Cuando Passarella debutó como técnico de la Selección, compartimos habitación de hotel con Carlos, que no dormía. Con la luz apagada le pedía a Gloria, su mujer, que le cantara la formación de Argentina. Él me enseñó sobre ansiedad productiva”. ■ *