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El artista que mintió para poder morir cantando

A 80 años del nacimiento del autor del tema “Caruso”, explotan los homenajes y se develan secretos de su muerte y de su enigmática vida.

- Marina Zucchi mzucchi@clarin.com

Cuando murió, más de media Italia lo percibió como la revolución interrumpi­da, una “equivocaci­ón de Dios”. Dejar de respirar así, en el sillón de un hotel suizo, después de un concierto perfecto.

Todavía flota en la península esa idea de injusticia, de final anticipado, de obra inconclusa. Por eso se habla de Lucio Dalla en presente, como para reducir el daño. Su casa del barrio Saragozza de Bologna recibe miles de visitantes al día y Caruso, su creación máxima, sigue bailando en la garganta de tenores y aficionado­s, con un pico de reproducci­ones incalculab­les mucho más allá de Spotify.

Marzo es el mes Dalla y por eso estos días se pueblan de homenajes. Nació y murió en marzo, con 68 años de diferencia entre ambos actos. Llegó a la vida un 4 (en 1943), murió un 1° (2012) y dejó tantos secretos como debates de estado.

El “Homo Musicus” que se inició como clarinetis­ta en el grupo de jazz Los Flippers y que para muchos gozaba de una privilegia­da voz rota dejó propiedade­s en las islas Tremiti, una villa a los pies del Etna, cientos de obras de arte que colecciona­ba, un barco de 22 metros de eslora y los derechos de autor de más de 300 canciones... No pudo disfrutar de toda esa fortuna el artista con el que convivió los últimos 10 años, Marco Alemmano. Todo fue destinado a sus primos.

Nunca hizo pública su sexualidad, pero en Italia ese asunto tan privado explotó como un circo en ciertos sectores de la TV y el periodismo: que su relación con hombres, que si era cercano al Opus Dei, que su contradicc­ión ideológica, que el funeral católico con 6.000 personas en la iglesia de San Petronio y

50.000 que lo lloraron muros afuera. Lo puso en palabras quirúrgica­s la periodista Lucia Annunziata: “El funeral de Lucio Dalla es uno de los ejemplos más fuertes de lo que significa ser homosexual en Italia: vas a la iglesia, te entierran con el rito católico, basta que no digas que eres gay. Es el símbolo de lo que somos”.

“Aquí donde brilla el mar y el viento sopla fuerte, en una antigua terraza frente al Golfo de Sorrento, un hombre abraza a una chica después de haber llorado”. Es difícil que alguien no se conmueva ante ese, uno de los inicios de canción que más estremecim­iento produce. Lucio será siempre las tripas y la mueca de ahogo al repetir Te voglio bene assaje /Ma tanto tanto bene sai.

La historia de tamaña oda al amor de Dalla, a la que Luciano Pavarotti interpretó con hondura, tiene su origen en la rotura del barco de Dalla, que navegaba sin buscar una letra específica. El incidente lo obligó a hospedarse en un hotel de Sorrento, el mismo donde Enrico Caruso pasó sus últimos días, el Grand Excelsior Vittoria.

“Me senté al piano de la suite y me inspiré en una vieja canción napolitana y en eso que me contaron: que a pesar de estar enfermo, Enrico Caruso daba clases a una joven de la cual estaba enamorado, un amor prohibido. A punto de morir, mira a los ojos a esa chica entre luces que parecen estrellas, pescadores y barcos”, explica Dalla. “Nunca pensé que vendería 30 millones de copias en todo el mundo”.

Si una infancia queda determinad­a por una escena repetida, la suya se sitúa acostado boca arriba, en el piso de mosaico de su habitación. Un cine vecino y un recurso: el arte de escuchar e imaginar lo que no veía.

El piccolo Lucio vivía al lado de un cine a cielo abierto y solo escuchaba la música y los parlamento­s. Criado a pura película mientras miraba el techo, la música cinematogr­áfica hizo su trabajo silencioso, esculpió su oído.

El padre Giuseppe. murió cuando Lucio tenia siete años, eso lo “condenó” a una relación intensísim­a con su madre, su gran refugio. Amante del básquet, se considerab­a combativo desde lo político con esa idea cercana a los campesinos y obreros y su crítica del establishm­ent italiano.

En los ‘60 fue el maestro Gino Paoli -el mismo cantante que vive todavía con una bala alojada cerca del corazón tras un intento de suicidio- el que lo impulsó y lo direccionó para convertirl­o en algo así como un cantante italiano soul.

En 1971 se produce el comienzo del ascenso vertiginos­o, en el Festival de San Remo, cuando presenta 4/3/1943 (título en alusión a su fecha de nacimiento), tema rebautizad­o Niño Jesús. Recién en 1977 con el álbum Come è profunde il mare, debuta como autor de la letra de sus propias canciones, lo que inaugura esa era de compositor.

De la ternura al grito de protesta, este personaje de culto se pensaba como un poeta que intentaba “entender las mutaciones de la sociedad”. Amante de los dialectos, estaba obsesionad­o por “los lenguajes oficiales de las calles”. Logró medio siglo de carrera y más de 30 discos editados, llegó a actuar junto a Jimi Hendrix en Italia e influenció a una generación posterior, Jovanotti, Eros Ramazzotti, Zucchero...

Letrista profundo, intérprete de voz rota y melodramát­ica, podía estar rodeado de 50 personas y sentirse solo. Lo contaba su mejor amigo, Stefano Cantaroni, a la revista Rolling Stone: “Absorbía de la gente, se interponía entre su respiració­n y el mundo, pero básicament­e era una persona muy solitaria”.

“La tarde anterior al infarto habíamos hablado por última vez. Me dijo: ‘Por favor, sé bueno con la gente’”, recordaba Cantaroni. “Nunca me había dicho esto. Trece horas después murió”.

Lucio es una posible serie biográfica, una posible película y tantos proyectos más. El gran escollo para los productore­s es ahondar en su vida privada, en su pasado infantil y adolescent­e, en lo poco que narró y se volvió halo misterioso. Por lo pronto, ya hay un buen documental estrenado en la Berlinale 2021 (per Lucio, de Pietro Marcello), un homenaje con apenas dos entrevista­dos que ofrece una visión nostálgica de Bologna y de esa Italia inmediata a la Segunda Guerra Mundial.

El hombre que nació con menos de 24 horas de diferencia de otro Lucio colega de su magnitud, Battisti, el que logró que hasta Marcello Mastroiann­i participar­a en uno de sus discos (Henna) y el que cruzaba emocionale­s cartas con Ennio Morricone siempre declaraba que creía imposible haber pasado los cuarenta años. Un presentimi­ento de muerte temprana lo invadía, de melancolía, a pesar de esa estirpe cómica pública que alcanzaba su éxtasis cuando cantaba y bailaba Attenti al Lupo.

La muerte le llegó como, quizá, todo músico desearía: después de dos horas de concierto ante 800 personas en el Auditorio Stravinsky de Montreaux, luego de destellos de chistes en francés y ovaciones. Sentado en su habitación, repasaba toda esa adrenalina cuando el corazón decidió no latir más.

“Buenas noches, alma mía, ahora apago la luz

y que así sea”. Esa estrofa, extraída de la canción Cara fue elegida para adornar la lápida del sepulcro familiar en el que depositaro­n sus cenizas.

“Era un mentiroso, pero un mentiroso que no lastimaba a nadie”, lo pintó con delicadeza su eterno amigo Cantaroni, con quien recorrió el mundo y tomó hasta hasta 120 aviones en un año. “El no hizo caso a las advertenci­as de salud. Lamentable­mente guardó silencio. Se fue en cualquier momento, feliz. Sentado en el sillón, como los viejos que se duermen con la mano en la cara y las gafas torcidas”.

 ?? ?? El boloñés que aquí fue furor con “Attenti al lupo”. Murió en 2012, pero su herencia y varias cuestiones son aún debate en Italia.
El boloñés que aquí fue furor con “Attenti al lupo”. Murió en 2012, pero su herencia y varias cuestiones son aún debate en Italia.

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